viernes, 7 de diciembre de 2007

PARANOID PARK (2007) de Gus Van Sant



JUVENTUD, BELLEZA, MUERTE, VAN SANT

Eloy Domínguez Serén


Con Last Days (2005), la crítica dio por concluida la llamada ‘Trilogía de la Muerte’ del director Gus Van Sant, que había iniciado en 2002 con la mala acogida de Gerry. Al experimento protagonizado por Matt Damon y Casey Affleck, lo sucedió el éxito de Elephant (2003), vencedora de la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes en la edición de ese año. Sin embargo, el actual realizador-icono de la esfera independiente americana quiso ampliar este ciclo sumergiéndose, una vez más, en una desalentada psicología adolescente en la que ya había indagado no sólo en dicha trilogía, sino también en films como el aclamado El Indomable Hill Hunting (1997) o en el poético road-movie Mi Idaho Privado (1991), en el que el director estadounidense conoció a una de las personas que, a la postre, más influiría en la futura temática de su futura filmografía: el fallecido River Phoenix. Van Sant, a quien un lúcido crítico estadounidense definió sabiamente como el “poeta de los inadaptados”, canalizó su sufrimiento por aquella prematura muerte en un libro titulado ‘Pink’ y evolucionó en su análisis de los entresijos de una juventud que había desmenuzado en Mi Idaho Privado.

Paranoid Park, definida por el propio director como “una visión de 'Crimen y castigo' en el mundo de los adolescentes que practican el skate-boardrepite”, penetra en la mente de un joven adolescente melancólico, solitario, impertérrito, hasta que un terrible suceso fortuito sacude todo su universo[1], sumergiéndolo en un agitado pantano de culpa y remordimiento. De este modo, el protagonista, Alex, se hunde en un claustrofóbico cosmos adolescente en el que los adultos no tienen cabida, hecho que el director subraya conscientemente desenfocando u ocultando las figuras de los distantes genitores.

Uno de los atractivos de este film radica en la soberbia dosificación de la información que nos ofrece un montaje muy particular, característico del nuevo cine de Van Sant, en el que se llevan a cabo inteligentes y frecuentes saltos temporales en torno a la acción clave del film. Así pues, la misma escena es presentada de diversos modos en varios momentos de la película, a través de los que se va desvelando paulatinamente toda la trama.

Otro factor notable de la obra es la inserción de dinámicas escenas a cámara lenta de skaters[2] en plena acción, rodadas en un exquisito súper 8 granulado bajo la dirección fotográfica de Rain Kathy Li. El resto del film, rodado en 35 mm con dirección de fotografía del australiano Christopher Doyle, asiduo colaborador del hongkonés Wong Kar-Wai, se apoya en intensos y acompasados primeros planos sobre el mustio protagonista, Gabe Nevins, actor no profesional al que Van Sant descubrió a través de la página web MySpace.com y cuyo trabajo afrontando un papel exento de exigencias interpretativas, es simplemente correcto[3].

La cámara acompaña al lacio adolescente a lo largo de interminables pasillos de instituto y tristes calles de Portland hasta el templo de las almas perdidas, Paranoid Park, “un lugar donde tienes la impresión de que, por muy mal que esté tu familia, siempre habrá alguien en una situación peor que la tuya”. Aquel lúgubre lugar, tal vez el único en el que nuestro protagonista se siente cómodo, será también testigo de la tragedia del joven.

Es notable la capacidad de Gus Van Sant para lograr amenizar el seguimiento de un film con un ritmo esencialmente lento, escasos diálogos o narración y una historia tan sencilla, cuya visión se convierte en un auténtico acto de placer. ¿Cómo logra entonces Van Sant un resultado tan óptimo con un contenido tan limitado? A través de la forma, una brillante forma, un placentero experimento estético. Escenas de extrema belleza y profundidad psicológica[4], lugares que se convierten en personajes propios, tablas de skate que conforman dinámicas pinceladas sobre la pantalla. Y todo acompañado siempre de una banda sonora majestuosa, que en tantas ocasiones relega al personaje principal a un segundo plano. Es el triunfo de lo escueto, la divinidad de la sencillez. Una maravillosa poesía minimalista.




[1] En un forcejeo desafortunado, Alex empuja a un guardia de seguridad a las vías del ferrocarril donde, literalmente, las ruedas de un tren lo parte por la mitad. Una muerte inútil, cruel. Una escena espeluznante con tintes de morbosidad.

[2] La escena casi onírica en la que un skater intenta salir de un túnel bloqueado en sus dos extremos por una verja es una auténtica genialidad simbólica. Tras causar la muerte del guardia, Alex intenta buscar una solución que lo saque del espantoso embrollo, sin embargo sabe que no hay salida posible y que tarde o temprano deberá pagar por su pecado.

[3] Las limitaciones interpretativas del joven actor quedan patentes en la escena en la que ve en televisión la noticia de la muerte del agente de seguridad ferroviaria.

[4] La escena en la que el protagonista, después del accidente, se ducha intentando limpiar su culpa con el sonido de aves de fondo, símbolo de la libertad que podría perder si es descubierto, es simplemente magistral. La ya antes mencionada escena en la que skaters se deslizan a cámara lenta a lo largo de oscuros túneles al final de los cuales hay una luz de esperanza, es un duro momento de tensión dramática, pero también una escena de una factura admirable. También digna de mención la escena en la que Alex quema la extensísima carta en la que plasma todos sus sentimientos de culpa respecto a la muerte del guardia.


Eloy Domínguez Serén

Pontevedra (Galicia)

eloy_ds16@hotmail.com

Seguir leyendo...