lunes, 19 de enero de 2009

MI NOMBRE ES HARVEY MILK - Milk (2008) de Gus Van Sant

EL PRECIO DEL SUEÑO AMERICANO

por Eloy Domínguez Serén


Clint Eastwood aseguraba en El Bueno, el Feo y el Malo (1966) que "el mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan". Pues bien, del mismo modo, yo afirmo que los ‘biopics’ se dividen también en dos categorías: las biografías de personas y las biografías de personajes. La primera de ellas indaga en quién hizo qué (Toro Salvaje, Patton… ); mientras que la segunda se decanta por exponer qué hizo quién (Lawrence de Arabia, La Lista de Schindler…). En este sentido, Mi nombre es Harvey Milk podría interpretarse como un planteamiento afín a esta segunda categoría.

Tras completar su llamada ‘trilogía de la muerte’, con Gerry (2002), Elephant (2003) y Last Days (2005); y poner punto y final a un ciclo con Paranoid Park (2007), Gus Van Sant vuelve a coquetear con la industria hollywoodiense en su nuevo film, en el que narra los ocho últimos años de vida de Harvey Bernard Milk, ferviente activista a favor de los derechos de los gays y primer político declaradamente homosexual elegido en los Estados Unidos para un cargo público. En concreto, para el de concejal en el ayuntamiento de San Francisco.

Si sus cuatro anteriores obras conformaban una elegía al aislamiento, la violencia, la muerte y el silencio; Mi nombre es Harvey Milk es un atronador grito a favor de las igualdades sociales, la integración y las libertades colectivas. Un alegato que hace de esta cinta una obra tan necesaria como oportuna.

Sean Penn logra hacer suyo un personaje incisivo, persuasivo, perseverante, comprometido… Sin embargo, surgen muchas incógnitas en torno al Harvey Milk fuera del ámbito político. A pesar de que es el protagonista quien narra su propia historia, la inmersión en la psicología del Harvey Milk humano es muy superficial, privilegiando la exposición de los hechos y los logros. Situación análoga a la del resto de personajes, mal definidos a pesar de las buenas interpretaciones de los sorprendentes James Franco y Emile Hirsch y del consagrado Josh Brolin. Sobre Diego Luna, sólo diré: patético.

Sin embargo, la película cuenta con importantes puntos fuertes, como el sobresaliente montaje, en el que se acoplan brillantemente imágenes de archivo con el metraje de Van Sant; y la precisión y clarividencia documentarística del guión escrito por Dustin Lance Black.

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jueves, 15 de enero de 2009

ROCKNROLLA - Guy Ritchie (2008)

LA REDENCIÓN DE GUY RITCHIE

por Eloy Domínguez Serén


Guy Ritchie ha vuelto... hasta cierto punto. Escarmentado de su frustrada etapa de ‘autorreinvención’, con la imperdonable Barridos por la Marea (2002) y la aparatosa Revolver (2005), el cineasta británico vuelve a aferrarse a su fórmula ganadora, aquélla que lo erigió como director de culto a finales de los noventa: excéntricos maleantes de poca y mucha monta con nombres extravagantes, un abanico de historias enmarañadas (cada cual más delirante), diálogos ingeniosos e hilarantes, escenas electrizantes, manguis, macarras, yonkis, soplones, puños y balas. Todo un batiburrillo frenético y desternillante de estética videoclipera por las corruptas calles de Londres, acompañado de una excelente banda sonora (especialidad de la casa).

Los barrios bajos y poblados de chabolas londinenses son desplazados esta vez por locales ‘cool’ y rascacielos de la ‘City’; el tráfico de drogas y amaño de combates dan paso a la especulación inmobiliaria; las drogas, armas y diamantes son ahora cuadros y licencias urbanísticas; Jason Statham pasa a llamarse Gerard Butler; y, por primera vez, un personaje femenino cobra relativo protagonismo. Pero, a pesar del enmascaramiento, RocknRolla sigue siendo más de lo mismo. Guy Ritchie vende su alma al Diablo a cambio de redención, reconciliación con su público y, por qué no, de una gallina ponedora. El inglés se abona a la moda de ‘remakear’ y se copia a sí mismo, algo, por otra parte, completamente lícito.

El riesgo de este estratagema es su inevitable carácter de arma de doble filo: ofrecer ‘bueno conocido’ es apostar a caballo ganador, pero también impulsar la comparación, y RocknRolla sale mal parada al cotejarla con sus brillantes predecesoras: Lock & Stock (1998) y Snatch. Cerdos y Diamantes (2000). La cinta funciona, engancha, divierte, excita y encandila a ratos, con magníficas escenas, como la persecución de los matones rusos o el ‘incidente’ con el portero de discoteca, pero le sobran minutos y se excede en verborrea. Sus personajes ya no tienen el encanto y frescura de los Harry ‘El Hacha’, Tony ‘Dientes de Bala’, Boris ‘El Navaja’, Avi, Rory Breaker… sólo Lennie Cole (Tom Wilkinson) y Archie (Mark Strong) están a la altura; sus diálogos no son tan mordaces y perdurables, ni sus escenas tan turbadoras, ni tampoco su final tan impactante… Las comparaciones son odiosas, pero, Guy, tú te lo has buscado.


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