sábado, 28 de febrero de 2009

APPALOOSA - Ed Harris (2008)



AUNQUE LO DEN POR MUERTO

por Javier Heras


El Oeste no es el mejor lugar para reír. Los desiertos fronterizos habitados por tipos duros parecen más propicios para sentimientos como la venganza o el amor soterrado. Pero la carcajada no suele surgir -excepto en El tesoro de Sierra Madre (1948)- cuando la muerte acecha a cada paso.

Por eso, la aportación más reseñable de la segunda película tras la cámara de Ed Harris es su mirada socarrona. Los instantes de humor, tiernos y espontáneos como los de La balada de Cable Hogue (1970), revelan un enorme cariño hacia los protagonistas a la vez que un cierto distanciamiento cómico. Y eso que la trama no se presta mucho a ello: más bien, invitaría a reflexionar sobre la discutible moral de dos mercenarios con placa de sheriff que aplican la justicia allí donde hace falta... para que no gobiernen los bandoleros.

Como suele suceder en un género con tantos códigos como el western, Appaloosa produce una sensación de déjà vu, tanto por sus personajes (pistoleros con corazón, prostitutas comprensivas) como por sus temas (la amistad, la integridad). Por si fuera poco, la cojera del marshal remite a El Dorado (1966); y su postura -tumbado en la silla del porche-, al inolvidable plano de Pasión de los fuertes (1946). O sea: a Howard Hawks y John Ford. Casi ná.

De los dos maestros (y también de Sergio Leone) ha bebido un realizador que, en vez de mostrar pretensiones renovadoras, concentra sus esfuerzos en cuidar al máximo cada encuadre (la composición, la puesta en escena) y sobre todo en describir los matices de la amistad entre los dos hombres: su confianza, su lealtad, su admiración mutua. Si lo consigue es gracias a la interpretación de Viggo Mortensen y el propio Harris, un artista total que, además, produce, co-escribe el guión y hasta se cuela en la banda sonora.

El resto del reparto, empezando por Jeremy Irons, da la talla. Con una salvedad: la insufrible Renée Zellweger. Resulta ofensivo verla descender de un tren en el que, en un pasado mejor, pudo viajar Claudia Cardinale.

A pesar de ella -y de una narración que a veces discurre a trompicones-, Appaloosa demuestra que el cine del Oeste está muy vivo. Puede que  pase de moda, pero nunca pierde su encanto. Como el rock de siempre, encarnado en el canoso Tom Petty (que canta en los títulos de crédito), el western es un viejo amigo que sigue en pie aunque muchos lo den por muerto.

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TESTIGO DE CARGO - Witness for a Prosecution (1957) de Billy Wilder



LA MAGIA DE WILFRID 

‘EL ZORRO’

por Eloy Domínguez Serén

 

A menudo, Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957) ha sido considerada una obra atípica en la filmografía de Billy Wilder. No en vano, existen dos circunstancias que apoyan en gran parte esta conjetura. Por un lado, tal y como admite el propio realizador en una de las muchas entrevistas recogidas por Cameron Crowe en Conversaciones con Billy Wilder, la intención de este film era crear una intriga al estilo de las de Alfred Hitchcok, aunque, no obstante, posiblemente el maestro del suspense “se habría sacado más trucos de la manga”, según Wilder. Por otro lado, la cinta adapta una pieza teatral de Agatha Christie, una autora con un estilo muy definido, que dotaba a todas sus obras de estructuras precisas y bien hilvanadas y, por lo tanto, difícilmente modificables.

Por otra parte, uno de los aspectos más reprochados por los detractores de esta película es la artificiosa resolución de la trama, carente, según ellos, de la lucidez característica de algunos de los finales maestras de Wilder, como Con faldas y a lo loco o Irma la dulce. Y es que, para el espectador contemporáneo, es muy complicado ceder ante el excesivo “rizar el rizo” del manierista desenlace de la historia; por no hablar del hecho de tener que pasar por alto algunos aspectos chirriantes, como el más que estridente olvido de la principal prueba del juicio (el cuchillo con el que se perpetró el crimen) sobre una mesa, al alcance de la despechada Marlene Dietrich; o la forzosa irrupción del absurdo personaje de la amante de Leonard Vole (Tyron Power), introducido sin la característica sutileza que Wilder tan bien supo heredar de Ernst Lubitsch.

Sin embargo, esta tesis sería, bajo mi punto de vista, fácilmente matizable, cuando no desechable. Sin ir más lejos, Testigo de cargo encierra una de las improntas que ha hecho de Wilder uno de los más grandes de la historia del cine: más de medio siglo después de su estreno, la película conserva intacta su frescura, su originalidad, su magia. Asimismo, no es complicado hallar en la cinta algunos de los elementos más explorados en la filmografía wilderiana: el engaño, la susceptibilidad de la identidad, la fragilidad de la moral, el deterioro de las relaciones humanas... No obstante, algunos de los rasgos del memorable sir Wilfrid Roberts, brillantemente interpretado por Charles Laughton, estarán muy presente en el personaje principal de la posterior La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, 1970); así como, según algunos críticos, el personaje de Leonard Vole tiene reminiscencias del Joe Gillis interpretado por William Holden en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950).

Otro aspecto que caracteriza al cine de Wilder y cobra gran fuerza en esta película son los inolvidables personajes secundarios: desde la parlanchina enfermera interpretada por Elsa Lanchester hasta la malhumorada sirviente encarnada por Una O’Connor, pasando por el simpático Carter y el irónico juez; protagonistas, todos ellos, de algunas escenas inolvidables.

Otro de los sellos de calidad del director de El apartamento son los magníficos diálogos que infiere a sus obras y que impregnan todo el metraje de esta cinta, especialmente en la hilarante relación entre el cascarrabias sir Wilfrid y la perseverante Miss Plimsoll. “Señorita Plimsoll, si fuese usted una mujer la azotaría ahora mismo”, dice el abogado a su enfermera en un momento de la historia. Pero, sin duda, la mejor línea de diálogo de la película es cuando el propio letrado señala, en la última escena, que Christine Vole (Marlene Dietrich) no ha asesinado a su marido, sino que lo ha “ejecutado”.

En cuanto a los personajes principales, tanto Dietrich como Power están esplendidos en sus respectivos papeles: sensual, fría y desesperadamente enamorada ella; meticuloso, encantador y farsante, él. Pero, si hay algo que destaque absolutamente por encima de cualquier otro elemento del film, es la sobresaliente interpretación de Charles Laughton en la piel del astuto, tenaz, veterano, ácido, agotado, enrabietado e inteligente Wilfrid Roberts, “el mejor abogado de Londres”. Cómo olvidar la escena en la que el orondo y curioso letrado se divierte, como si fuese un crío, con su último ‘juguete’, una plataforma que lo sube y baja a lo largo de las escaleras; o sus hábiles artimañas para desenmascarar a Christine Vole. De hecho, el propio Billy Wilder llegó a decir del actor británico que fue “el mejor actor que ha existido nunca”. Una lástima que ambos no hubiesen vuelto ha trabajar juntos en Irma la dulce, tal y como habría deseado.

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jueves, 26 de febrero de 2009

VALS CON BASHIR - Vals Im Bashir (2008) Ari Folman


NO OLVIDES NUNCA OLVIDAR

Eloy Domínguez Serén

Entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982 unidades de las Fuerzas de Defensa Israelíes contribuyeron a la incursión de tropas falangistas libanesas en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en el Líbano. En el interior de esos campos, y ante la pasiva mirada de los soldados hebreos, las milicias falangistas perpetraron la atroz masacre de más de un millar de refugiados. Ari Folman, director, guionista y protagonista de Vals con Bashir, estaba allí.

Vals con Bashir es un responsable, comprometido y doloroso ejercicio de catarsis individual y colectiva. Un peligroso enfrentamiento a la voracidad de la amnesia selectiva. La reconstrucción de un rompecabezas compuesto por fragmentos de recuerdos difusos. Un alegato antibelicista. Un testimonio atormentado.

Las poderosas imágenes del film nos permiten acceder a la particular percepción por parte de un soldado adolescente (el propio Folman) del sinsentido de la guerra. Así, podemos comprobar en la excelente escena que da nombre a la película cómo el tiempo parece dilatarse cuando las balas pasan silbando a centímetros de tu cabeza; o, en otra escena memorable del film, cómo el pánico devora la cordura de unos soldados que disparan indiscriminadamente contra enemigos invisibles.

Las técnicas de animación permiten orquestar en torno a la figura de Ari un entramado de secuencias donde se disuelven los límites entre realidad y ficción, pasado y presente, recuerdo y alucinación. El tiempo y la conciencia modifican los hechos que nos ha tocado vivir, generando imágenes que ya no son realidad, sino una representación de ésta; tal y como hace la animación. Sólo a través de los impactantes claroscuros y el trazo grueso de los dibujos ideados por David Polonsky, director artístico del film, es posible recrear la paranoia, el absurdo, el terror, la pesadilla que el adulto Ari Folman no logra recordar.

La inmersión total del personaje en su inconsciente, auxiliado por los testimonios de ocho personajes (seis reales y dos ficticios), logra, al fin, desenterrar aquellas imágenes de las que jamás debiera haber sido testigo. Ahora podemos observarlas con nitidez. Así, la última escena del film nos advierte, a través de imágenes reales de archivo, que lo que hemos visto se corresponde completamente con los hechos de un episodio nefasto que cuya memoria nada ni nadie podrá hacer olvidar.


Título Vals con Bashir

Dirección y guión Ari Folman

País Israel / Alemania / Francia

Música Max Richter

Montaje Pili Feller

Dirección artística Anthony Dod Mantle

Intervienen Ori Sivan, Ronny Dayad, Schmuel Frenckel, Ari Folman

Duración 87 minutos

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SLUMDOG MILLIONAIRE / QUISIERA SER MILLIONARIO - Danny Boyle (2008)


ALLÍ DONDE TOQUES,

LA MEMORIA DUELE


Eloy Domínguez Serén


Como toda buena película, Slumdog Millionaire es una obra susceptible de multiplicidad de significaciones. Hay quien verá en ella un fascinante cuento de hadas, donde el desdeñado sapo de turno acabará transformándose, irremediablemente, en flamante príncipe del reino. Otros asegurarán haber asistido a la representación del triunfo del amor sobre los avatares del destino. Por otra parte, algunos subrayarán la pertinaz lucha de un hombre por conquistar sus sueños.

Habrá también quien entienda el mensaje de la cinta de Danny Boyle como un alegato contra la ambición funesta, el abuso de poder, la explotación infantil, el yugo de las mafias, las desigualdades económicas y sociales, los fanatismos religiosos o el “todo vale” del medio televisivo. Por supuesto, tampoco faltará quien tache la cinta del realizador de Trainspotting, erróneamente desde mi punto de vista, de artificioso producto de entretenimiento ligero.

Yo, por mi parte, he advertido en Slumdog Millionaire una cautivadora reflexión sobre los enigmas de la memoria. ¿Qué recordamos y por qué lo hacemos? ¿Por qué hemos idealizado o demonizado algunos recuerdos y otros los mantenemos intactos? ¿Cómo logramos sepultar algunos de los acontecimientos más estigmatizantes de nuestra vida? ¿Qué o quién los desentierra?

Jamal Malik, el protagonista de nuestra historia, es un azaroso e insignificante muchacho de Mumbai (Bombay) que se hace multimillonario de la noche a la mañana. Sin embargo, el precio que tendrá que pagar para alcanzar la gloria será rememorar los episodios más estremecedores de su trágica vida. “El que sufre tiene memoria”, dijo Cicerón.

Todo gira en torno a los recuerdos de Jamal, que son evocados gracias a un ágil e inteligente montaje fragmentado: el amor por Latika, la picaresca y agónica supervivencia junto a su hermano Salim, la muerte de su madre… También en el lejano pasado de Jamal reside la escena con mayor fuerza del film: varios policías persiguen a un grupo de pequeños granujillas por las caóticas y abarrotadas calles de un destartalado y colorido barrio de chabolas, en una fantástica descripción de un ambiente tan sugestivo como terrible, tan fascinador como miserable.

En definitiva, Slumdog Millionaire es, a pesar de su efectismo, pomposidad y manierismo; una deliciosa entrega de optimismo, belleza y vitalidad.

Título Slumdog Millionaire

Dirección Danny Boyle y Loveleen Tandan.

País Reino Unido / EE UU

Guión Simon Beaufoy

Música A. R. Rahman

Montaje Chris Dickens

Fotografía Anthony Dod Mantle

Reparto Dev Patel, Freida Pinto, Anil Kapoor, Irrfan Khan

Duración 120 minutos

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VALKIRIA - Valkyrie (2008) de Bryan Singer


CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Eloy Domínguez Serén

Entre 1939 y 1944, Adolf Hitler fue objeto de hasta doce atentados contra su vida. Como todos sabemos, ninguno de ellos logró su propósito. Sería el propio Führer quien, junto a su esposa, Eva Braun, se quitaría la vida el 30 de abril de 1945, en su búnker subterráneo de una Berlín asediada por el Ejército Rojo.

De los doce intentos de magnicidio, el del 20 de julio de 1944, el último de ellos, fue el que más cerca estuvo de lograr su objetivo. Aquella conspiración, conocida como ‘Operación Valquiria’, fue perpetrada por algunos de los altos oficiales de la Wehrmacht y dirigida por el Coronel Claus von Stauffenberg. El propio Stauffenberg (interpretado por el aséptico Tom Cruise) hizo explotar un artefacto a escasos metros del Führer en la sala de conferencias de la ‘Guarida del Lobo’. Sin embargo, y a pesar de que cuatro oficiales murieron a causa de la explosión, Hitler salió prácticamente ileso.

Independientemente de si el público conoce o no los detalles de la ‘Operación Valquiria’, nadie es ajeno a su desenlace. En consecuencia, se antoja estéril el afán del realizador por generar un grado de tensión inviable en el espectador. No hay incertidumbre, no hay intriga, no hay tensión. La película de Singer trata de responder, a través de un impecable trabajo de investigación, a “¿por qué no triunfó la ‘Operación Valquiria’?”. Sin embargo, la gran incógnita es “¿cuáles podrían haber sido las consecuencias del triunfo de la ‘Operación Valquiria’?”.

La cinta reconstruye minuciosamente el proceso de elaboración del complot, su materialización y la gravísima crisis institucional que el sistema nacionalsocialista padeció durante las horas posteriores al atentado. Sin embargo, son demasiadas las incógnitas que han sido obviadas. Por ejemplo, no se trata de indagar en las motivaciones, expectativas y contradicciones de un grupo de militares que dieron su vida por una causa avocada al fracaso, confiriendo así a todo el conjunto un tratamiento muy cercano al documental. Las escenas se suceden atropelladamente, a modo de acumulación de tensión continua y escalar, agolpándose en torno a un clímax que no sorprende, ni emociona, ni inquieta. Algo muy preocupante, teniendo en cuenta que, si el régimen nazi hubiese sido derrocado aquel 20 de julio de 1944, millones de vidas arrebatadas hasta mayo de 1945 podrían haber sido salvadas.


Dirección Bryan Singer

País EEUU

Duración 120 min

Reparto Tom Cruise, Kenneth Branagh, Bill Nighy, Tom Wilkinson, Carice Van Houten, Eddie Izzard, Christian Berkel

Guión Christopher McQuarrie y Nathan Alexander

Producción Bryan Singer, Christopher McQuarrie y Gilbert Adler

Música John Ottman

Fotografía Newton Thomas Sigel

Montaje John Toman

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REVOLUTIONARY ROAD - Sam Mendes (2008)


… Y LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON

por Eloy Domínguez Serén


Las reglas no escritas del cine te hacen intuir que ese será el último plano de la película. La cámara se aproxima en un lento ‘travelling’ al rostro en primer plano de un anciano. Se detiene sobre él. Su expresión es de hastío, derrota, impotencia. Podemos leer en su mirada esa pregunta que tarde o temprano todos nos haremos, si no nos la hemos hecho ya: ¿cómo diablos he llegado yo hasta aquí?, ¿qué coño ha sido de mi vida, de mis sueños? Fundido a negro. Fin. Tras casi dos horas de lento y agónico descenso al infierno de las miserias humanas, ver en pantalla los créditos finales de Revolutionary Road supone un cierto alivio. 

El mal sueño ha terminado, pero algo en nuestro interior insiste persistentemente en ese interrogante: ¿qué habría hecho yo en su lugar? Casi una década después de su debut con American Beauty, el realizador británico Sam Mendes vuelve a narrar la voracidad de la doble moral del ‘american way of life’. Pero, si el tono de la ‘opera prima’ de Mendes era burlesco, corrosivo, satírico e irónico; en esta ocasión el realizador ofrece una visión cruda, desalentadora, devastadora, implacable. Un ama de casa (otrora frustrada aspirante a actriz) retira la venda que cubre sus ojos para descubrir que su marido jamás ha sido el príncipe azul que ella había recluido en su imaginación. Un ‘loser’ anónimo y gris da el último trago a su vaso de whisky y echa la vista atrás en su tediosa existencia para comprobar cómo ha seguido fielmente, paso a paso, las migas de pan de las que siempre había querido huir. 

En definitiva, un joven y atractivo matrimonio con dos hijos asiste impotente al grotesco espectáculo de ver cómo sus sueños se consumen entre las cuatro paredes de su confortable casa de ‘Revolutionary Road’, rodeados de hombres y mujeres tan asfixiados e insignificantes como ellos. Ambos han sido derrotados, devorados por el presente, a pesar de que creían haber sido tocados por una varita mágica. Sam Mendes y su guionista, Justin Haythe, nos zarandean bruscamente con una adaptación magistral de la novela homónima de Richard Yates. Pero, por encima de todo, brilla el trabajo de dos actores maduros y en estado de gracia: Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. Ambos están soberbios encarnando a personajes malogrados, destrozados, patéticos; en sendas interpretaciones humanas, complejas, espeluznantes, dignas de veneración.


Título Revolutionary Road

Nacionalidad EEUU

Dirección Sam Mendes

Producción Bobby Cohen, Sam Mendes, Scott Rudin

Guión Charles Leavitt

Música Thomas Newman

Fotografía Roger Deakins

Reparto Leonardo DiCaprio, Kate Winslet, Kathy Bates

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LA CLASE / ENTRE LOS MUROS - Entre les murs (2008) de Laurent Cantet


DIÁLOGO Y DEMOCRACIA

ENTRE MUROS

Eloy Domínguez Serén

Son tiempos de incertidumbre para la industria cinematográfica. La tecnología digital ha dinamitado los códigos de producción, distribución y exhibición de productos audiovisuales. “Cine para todos”, es, en apariencia, la nueva consigna del cine actual. El digital ha generado un marco de constante reinvención y revitalización del lenguaje cinematográfico, sembrando un terreno fértil para el brote de nuevas convenciones y tendencias. Sin duda, una de las características más significativas de las nuevas producciones es “el fecundo intercambio de códigos entre la ficción y el documental” pregonado por Carlos F. Heredero en las páginas de Cahiers du cinéma. En este sentido, la Palma de Oro otorgada a La Clase en la última edición del Festival de Cannes no sólo supone un más que merecido premio a una obra sublime, sino que crea una mirilla que permita al gran público aproximarse a las tendencias cinematográficas del panorama actual, despertando su interés hacia films ‘menos visibles’.

Sea cual sea la vara de medir que usemos, La Clase se revela como una obra magnífica. Su realizador, Laurent Cantet, destila frescura en cada plano, atento al más mínimo vestigio de la magia que irradian sus jóvenes actores. La historia exhala verosimilitud en sus diálogos, en sus conflictos, en su día a día. Fascina el grado de empatía de los personajes y el compromiso sincero del director desde el primer hasta el último frame. Pero, sobre todo, La Clase aporta verdad. Una verdad que sólo podría haber sido plasmada del modo en que Cantet lo ha hecho: filmando la cotidianeidad de adolescentes reales en un instituto real, junto a sus verdaderos profesores y progenitores. En su afanada búsqueda de representación de lo real, Cantet ofrece el papel del profesor protagonista a François Bégaudeau, escritor de la novela autobiográfica Entre les murs, en la que se inspira de la cinta.

La Clase no pretende ser un alegato contra los males endémicos del sistema educativo. Tampoco propone respuestas, ni soluciones, sino que interroga a la escuela desde sus propias aulas. ¿Qué es educar? ¿Quién debe asumir y ejercer esa responsabilidad? ¿Cómo se instruye a un buen ciudadano? El profesor Bégaudeau compone un microcosmos donde el diálogo es la única senda hacia el espíritu democrático. Un espacio público y crítico que se opone a un sistema determinado por las reglas de la autoridad.


TITULO La clase

TITULO ORIGINAL Entre les murs

DURACIÓN 128 min

PAÍS Francia

DIRECTOR Laurent Cantet

GUIÓN François Bégaudeau, Robin Campillo, Laurent Cantet

FOTOGRAFÍA Pierre Milon, Catherine Pujol y Georgi Lazarevski.

MONTAJE Robin Campillo y Stéphanie Léger

REPARTO François Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela, Cherif Bounaïdja Rachedi, Juliette Demaille

PRODUCTORA Haut et Court

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lunes, 23 de febrero de 2009

OSCAR 2009: CRÓNICA


SE RESPETÓ EL GUIÓN
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por Julio C. Piñeiro
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Así es. Como siempre, los favoritos han ganado y los demás han confirmado sus malos augurios. Sin grandes sorpresas. La misma tónica de los últimos años (ver premiados).

No hubo “Crashazo” esta vez. Si aún había alguna posibilidad de que
El curioso caso de Benjamin Button, segunda favorita, diese la campanada, las esperanzas enseguida se disiparon mientras Slumdog Millionaire iba recibiendo un galardón tras otro. Hasta ocho en total. Aquí está la novedad: desde el arrase en 2004 de El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey, ninguna película se había llevado tantas estatuillas. Pero es que en esta edición, el título elegido posee una gran factura técnica, habitual 'responsable' del hinchamiento del palmarés.

La otra cara de la moneda la encontramos en el film de Fincher, que se tuvo que conformar con tres estatuillas. Pese a tratarse de un título a priori más 'oscarizable', por tratarse de la biografía de un personaje particular (como lo fue
Forrest Gump), ha sido la particular historia de un paria que se hace millonario la que más ha encandilado a los miembros de la Academia.

Y como es también habitual, los galardones a actores protagonistas no recayeron en el film ganador (que esta vez ni siquiera tenía nominados en este apartado). Kate Winslet, en su séptima nominación, por fin vio recompensado su gran talento interpretativo por su desgarrador trabajo en The Reader. La única sorpresa de la noche fue en la categoría masculina. El gran favorito era el renacido Mickey Rourke, seguido de cerca por Brad Pitt. Pero la estatuilla recayó finalmente en Sean Penn, siendo su ya segundo galardón, por el drama político Mi nombre es Harvey Milk.

Esta última fue la otra gran destacada en esta edición, al recibir también el Oscar al Mejor Guión Original. La comedia británica
Escondidos en Brujas, favorita en este apartado, se fue de vacío. Es en el presente punto donde se ha dejado notar la nueva era que empieza en Estados Unidos, con la llegada al poder de Barack Obama. Han premiado a una película de tono social y combativo, representada en la figura de un político con un perfil muy diferente al del tradicional candidato wasp de buena familia. Lo que lo hacía distinto era su homosexualidad declarada, pero su destino acabo siendo muy distinto al del actual inquilino de la Casa Blanca. Tomen nota, adivinos: parece que esta va a ser una tendenica habitual en los próximos años.

Se cumplieron asimismo con los pronósticos en las categorías de Actor y Actriz de Reparto, para Heath Ledger y Penélope Cruz, respectivamente. La concesión póstuma del galardón al malogrado actor australiano, por su inmortal versión del Joker en
El caballero oscuro, fue el momento más emotivo de la noche: su familia recogió el galardón, mientras las cámaras nos mostraban las lágrimas contenidas de muchos de los asistentes, amigos del premiado. Por otro lado, el triunfo de la madrileña fue unánimente celebrado, en su segunda oportunidad, al igual que su paisano Javier Bardem, vencedor en la categoría masculina el pasado año. Penélope ha demostrado su valor y versatilidad con su pasional papel en Vicky Cristina Barcelona, entrega anual del neyorquino Woody Allen, al que la actriz ha dedicado gran parte de su discurso. Parece que el de Brooklyn tiene una especie de mano de Midas que hace ganar Oscars a sus actores de reparto: anteriormente lo hicieron Michael Caine (Hanna y sus hermanas, 1987), Dianne Wiest, Hanna y sus hermanas, 1987 y Balas sobre Broadway, 1995) y Mira Sorvino (Poderosa Afrodita, 1996).

En el apartado de animación, venció el título de Pixar WALL-E, fijo en todas las quinielas. Y es que esta película ha sido unánimente aplaudida por crítica y público, superando las cotas de la triunfadora de la pasada edición, Ratatouille, también de Pixar, que ya había roto bastantes moldes.

La decepción llega en la categoría de Mejor Película de Habla No-Inglesa. Ganó la japonesa
Departures (Okuribito), arrebatándole el galardón a la israelí Vals con Bashir, combativa película de animación ambientada en el conflicto israelí-palestino, de candente actualidad, que triunfó y sigue triunfando en cada festival al que se presenta. Pasó lo mismo en 2006, cuando la sudafricana Tsotsi se llevó la estatuilla en detrimento de la gran favorita, la palestina Paradise Now. Está visto que, a la hora de encarar este conflicto, la Academia prefiere mirar para otro lado. Se trata de una asignatura todavía pendiente en la progresiva, aunque paulatina eliminación de barreras culturales, sociales y políticas que estos galardones van registrando año a año, o más bien, lustro a lustro.

Estamos en el final de una década, lo que quiere decir que ya es un buen momento para echar una mirada retrospectiva a los últimos años. Desde el gran triunfo de la tercera entrega de la trilogía de Peter Jackson, en 2004, todas las películas ganadoras se han apartado en un modo u otro de los perfiles que siempre han correspondido a los films triunfadores: superproducciones de estudio en grandes localizzciones, con historias épicas y/o románticas, o relatos de autosuperación y tenacidad ambientados en el “American way of life” y el “sueño americano”. Los títulos que desde entonces se han llevado el galardón en la categoría reina pertenecen a historias más urbanas e 'inmorales' (
Infiltrados), a tendencias más independientes (Crash), al cine de autor (No es país para viejos) y a la iconoclastia más tajante (Million dollar baby), todas ellas con una mayor o menor innovación temática y/o formal, con respecto a todo lo anterior. Slumdog Millionaire encaja a la perfección en estos perfiles, ya que por un lado, nos enseña que es posible salir de la miseria sin tener que emigrar a Estados Unidos, y por el otro, posee una estética contemporánea, videoclipera, que no la desmerece sino que refuerza todavía más su valor. Todo ello basado en un reparto de desconcidos, algo verdaremente insólito en los Oscars.

Danny Boyle ha acertado todas las respuestas.
Slumdog Millionaire es la campeona.

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OSCAR 2009: MEJOR PELÍCULA


ESTABA ESCRITO
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Julio C. Piñeiro
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La pregunta de los millones. ¿Qué ha llevado a Slumdog Millionaire a arrasar en los Oscar y a convertirse, sin lugar a dudas, en la película del año?:

A. Danny Boyle. Estaba escrito que, tarde o temprano, el cineasta británico realizaría su 'otra' obra cumbre, que pasase a la estantería de las mejores obras del cine contemporáneo al igual que la inmortal Trainspotting. Tras grandes decepciones como La playa o Millones, y la interesante, aunque para nada imprescindible 28 días después, todos pensábamos que Boyle había sido flor de un día, que se había encontrado un buen guión con un cásting adecuado en el momento oportuno. La reciente Sunshine, fallida epopeya de ciencia-ficción con malogradas reminiscencias tarkovskianas, no hizo más que confirmar nuestros desasosegantes presagios. Pero el tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio, y Boyle no desperdició la gran oportunidad que se le presentó con este original aunque arriesgado producto. Podría haber sido su última oportunidad, su descenso a los infiernos, pero en cambio su tenacidad lo ha catapultado al olimpo de lo grandes realizadores contemporáneos. Cambiando un poco aquello que dijo mi querido Manquiña hace ya algún tiempo, ''el talento es el talento''.

B. Jamal Malik. Uno de esos personajes que ya no quedan, o que se dejan ver muy poco. Un self-made man de los suburbios, un mosquetero de la supervivencia, en un difícil escenario como la milenaria Bombay sumergida en lo cambios radicales y repentinos de la revolución urbana y tecnológica. Todas las penurias por las que pasa a lo largo de su joven vida no hacen más que volverlo tenaz, hacerle luchar por lo que quiere, otorgarle la sabiduría necesaria para sobrevivir (y ganar el concurso) y para aprender por sí mismo unos valores, contrapuestos a la infamia de su violento entorno. Un inesperado héroe, que precisamente por inesperado es acusado de villano cuando lo detienen por presunto fraude.
El joven y desconocido Dev Patel ha conseguido una actuación más que lograda, de esas que muchos cachorros del star system ya quisieran para sí. Igualmente para el resto del acertado casting, que nunca hubiese tenido un resultado igual con actores hollywoodienses. Destacan también el caínico Salim (Madhur Mittal), cruz de la moneda de la buena virtud, el cínico presentador del concurso (Anil Kapoor), figura del nuevo rico que tiembla con la idea de ser superado, o el 'tercer mosquetero', Latika (Freida Pinto), objeto del deseo (en forma de amor verdadero) del protagonista, y objetivo final de todas sus acciones.

C. Un excelente guión de Simon Beaufoy, basado en la novela de Vikas Swarup, aderezado con un genial montaje paralelo, a tres bandas. Tiene la gran cualidad de mostrarnos toda la miseria, desigualdad y violencia de los bajos fondos de la India sin caer en el morbo, el pesimismo gratuito, la lágrima fácil y la pretensión de culpa de los que muchas veces peca el cine considerado 'social'. También merece mención el modo en que nos van comunicando que, después de todo, no son los millones lo que más importa en el corazón de Jamal. El montaje, gran fuerte del film, le imprime un ritmo bastante rápido y fluído, con sutiles altibajos, y con el logrado paralismo crea una tensión que se acrecenta hasta culminar en el clímax, el momento de la última pregunta del concurso, con toda India expectante de la respuesta.
Asimismo, una buena fotografía, que junto al montaje logra una estética contemporánea y videoclipera sin abandonar por ello una narración coherente y eficaz. Y una original, oportuna y no especialmente barroca banda sonora, que no cae en la conocidísma cursilería bollywoodiana que tantos temían antes de ver el film. La secuencia musical se la guardan para los créditos, como obligado homenaje. Además si entendemos la cursilería como estetización de la alegría, entonces la secuencia sí que viene a cuento, por que tanto los protagonistas como los espectadores estamos en ese momento gozando de un happy end más justificado que nunca.

D. Parafraseando al propio film, estaba escrito, y punto.

Al contrario que en ¿Quiere ser millonario?, aquí todas las respuestas son válidas. Esta vez, la Academia no se ha equivocado y ha 'galardonado' en consecuencia. Felicidades, Danny Boyle.

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miércoles, 11 de febrero de 2009

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON - David Fincher (2008)


POLVO ERES Y EN POLVO
TE CONVERTIRÁS

Eloy Domínguez Serén


“Uno puede maldecir, decir palabrotas y blasfemar, pero, al final, tiene que resignarse”; masculla uno de los personajes de El Curioso Caso de Benjamin Button. Todo mortal sueña con poder emular al caballero cruzado Antonious Block (Max von Sydow) en El Séptimo Sello (1956): desafiar y engañar a la mismísima Muerte, para, así, tener la más mínima oportunidad de prorrogar el desenlace de nuestra efímera existencia. Sin embargo, tal y como resuelve Ingmar Bergman en su obra maestra, el tercer acto de nuestras vidas será irremediablemente consumado, con o sin demora, y todos conocemos de antemano cuál será el final de la historia. Todos, incluso Benjamin Button, un ser humano cuyo organismo evoluciona al contrario que el de sus semejantes: nació siendo un anciano octogenario e irá rejuveneciendo a cada instante. Su camino es especular al nuestro, pero su destino es exactamente el mismo. Polvo eres y en polvo te convertirás.

Ante esta perspectiva, la película de David Fincher aboga a favor de la siguiente reflexión existencialista: si todos tendremos un final idéntico, lo importante ya no es qué, cuándo ni cuánto vivimos, sino cómo lo hacemos. Si Antonious Block decidía medirse en duelo con la Muerte en la obra bergmaniana, Bejamin Button ha asimilado a ésta como una sombría pero inseparable compañera de viaje. No obstante, el protagonista vive su infancia en una casa de retiro, un espacio donde la Muerte hace periódicamente acto de presencia. Así, Benjamin no tardará en comprender que “todos estamos destinados a ver morir a quienes amamos”.

Pero El Curioso Caso de Benjamin Button no sólo es una magnífica fábula existencialista. La cinta de Fincher es un absoluto prodigio técnico que fascina en cada uno de sus frentes abiertos: la trágica historia de un amor imposible, el retrato de la voracidad del tiempo, el rechazo a la asunción de lo diferente como agente marginal y la invitación a la reflexión y rectificación de los males de la sociedad occidental del último siglo. El mensaje es turbador: si no volvemos sobre nuestros propios pasos para enmendar el mal que hemos hecho (idea representada por el reloj cuyas manecillas girar en sentido antihorario), la única vía posible de redención y purificación para nosotros será la devastación (simbolizada en el film por la amenaza del huracán Katrina).



EL RELOJ DE LA VIDA
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Julio C. Piñeiro
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El tiempo pasa irremediablemente, da igual la dirección en la que avance. Eso es lo que sin duda nos enseña Fincher con esta piedra preciosa, a partir del relato de Francis Scott Fitzgerald, indiscutible candidata a película del año y gran favorita para los Oscar.

El ritmo narrativo que el consagrado realizador le imprime a la película parece conjuntarse, aprovechando la ocasión, con el funcionamiento del peculiar reloj que el gran artesano Mr. Cocteau fabrica para la Estación Central de Nueva Orleans. Fincher consigue sumergirnos en las casi tres horas de metraje sin que tengamos la más mínima tentación de comprobar la hora o acordarnos de nuestras necesidades fisiológicas.

Y es que Benjamin nos emociona, empatiza con nuestras emociones, con nuestros miedos. Puede que sea un resumen de la mayoría de la vidas humanas. Un individuo de buen corazón, con una característica extraordinaria, que pese a gozar continuamente de segundas oportunidades, comprobamos poco a poco que está hecho con la misma materia caduca que todos nosotros, física y emocionalmente.

Una trayectoria vital invertida: inocencia octogenaria, entusiasmo e ilusión con canas, arrugas y alopecia, madurez cuando la crisis adulta, incertidumbre veinteañera, y finalmente, senilidad pediátrica.

Brad Pitt logra la que seguramente quedará como la mejor interpretación de su carrera. Consigue extrapolar sus sensaciones infantiles bajo un cuerpo desgastado, se remonta diez o quince años en su mente conservando su aspecto cuarentón actual, translada su incertidumbre de presente y futuro a su imagen de joven guaperas que lo hizo famoso, y así toda una serie de anacronismos estado físico/madurez mental. Todo ello apoyado por una sobresaliente labor de maquillaje.

Asimismo es loable el trabajo de Cate Blanchett, incansable todoterreno que nunca decepciona. En este caso, se mete en la piel de Daisy, personaje con el que Benjamin Button comparte sus sentimientos más intensos. Funciona como una especie de anverso de la moneda, un compendio de las réplicas, las impresiones que Benjamin crea en los personajes que conoce a lo largo de su 'invertida' vida. Daisy se siente débil y perecedera ante su extraordinaria cualidad, para luego ir descubriendo progresivamente sus conflictos internos y vitales, que en definitiva no difieren demasiado de los de cualquier persona cuyo reloj biológico funcione normalmente.

De entre los secundarios, llama la atención Elizabeth Abbott (Tilda Swinton), mujer de un embajador inglés, amante de Button durente sus nocturnos y reveladores encuentros en un frío hotel ruso. Tras separarse sus caminos, ella reaparece mucho más adelante en el metraje, en la TV, como la mujer que ha batido impensables desafíos de natación en mar abierto. En este personaje es donde se hacen más evidentes las similitudes que este film puede despertar, a priori, con Forrest Gump o Amélie. O también el Capitán Mike (Jared Harris), hedonista lobo de mar sin remedio, muy influyente en la vida de Benjamin.

Y, al igual que Forrest Gump, pero de manera menos evidente, la película va ambientando el relato en las diferentes etapas de la historia norteamericana del siglo XX, con clara intención de homenajearlas: las dos Grandes Guerras (al final de la primera nace nuestro protagonista), la Gran Depresión (los parados buscando trabajo en el puerto), los locos años '50 (las imágenes de Brad Pitt en moto y chupa de cuero tienen intenciones referenciales más que obvias), el movimiento hippy (la llamativa secuencia en que Benjamin y Daisy preparan su nueva casa), etc.

El estilo visual y narrativo guarda una tendencia, en general, clásica, con toques lumínicos y coloristas, que pueden recordar a las imágenes de Jean-Pierre Jeunet. Por tanto, no tiene casi nada que ver con los trabajos anteriores de Fincher, tanto el estilo videoclipero de El Club de la Lucha o Seven, marca de la casa, o la opción sobria y realista de la reciente Zodiac. Pero en momentos puntuales, como en la historia de Mr. Cocteau, o la secuencia de coincidencias previas al atropello de Daisy, Fincher no resiste la tentación y se homenajea a sí mismo, apelando especialmente a sus seguidores, aunque siempre camuflado bajo el look general de la obra.

Francis Scott Fitzgerald puso los cimientos hace más de ochenta años. Una gran producción, con un excelente plantel técnico, sirvió de soporte a la cúpula central, la interpretación de Brad Pitt. Todo ello coordinado por el genuino arquitecto David Fincher. Innegable consagración para ambos, que entran a forman parte del salón de los virtuosos del séptimo arte.

Ahora que el reloj de Mr. Cocteau funciona hacia delante, la cuenta atrás es aquella que acaba el próximo día 22, en la gala de los Oscar.

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