AUNQUE LO DEN POR MUERTO
por Javier Heras
El Oeste no es el mejor lugar para reír. Los desiertos fronterizos habitados por tipos duros parecen más propicios para sentimientos como la venganza o el amor soterrado. Pero la carcajada no suele surgir -excepto en El tesoro de Sierra Madre (1948)- cuando la muerte acecha a cada paso.
Por eso, la aportación más reseñable de la segunda película tras la cámara de Ed Harris es su mirada socarrona. Los instantes de humor, tiernos y espontáneos como los de La balada de Cable Hogue (1970), revelan un enorme cariño hacia los protagonistas a la vez que un cierto distanciamiento cómico. Y eso que la trama no se presta mucho a ello: más bien, invitaría a reflexionar sobre la discutible moral de dos mercenarios con placa de sheriff que aplican la justicia allí donde hace falta... para que no gobiernen los bandoleros.
Como suele suceder en un género con tantos códigos como el western, Appaloosa produce una sensación de déjà vu, tanto por sus personajes (pistoleros con corazón, prostitutas comprensivas) como por sus temas (la amistad, la integridad). Por si fuera poco, la cojera del marshal remite a El Dorado (1966); y su postura -tumbado en la silla del porche-, al inolvidable plano de Pasión de los fuertes (1946). O sea: a Howard Hawks y John Ford. Casi ná.
De los dos maestros (y también de Sergio Leone) ha bebido un realizador que, en vez de mostrar pretensiones renovadoras, concentra sus esfuerzos en cuidar al máximo cada encuadre (la composición, la puesta en escena) y sobre todo en describir los matices de la amistad entre los dos hombres: su confianza, su lealtad, su admiración mutua. Si lo consigue es gracias a la interpretación de Viggo Mortensen y el propio Harris, un artista total que, además, produce, co-escribe el guión y hasta se cuela en la banda sonora.
El resto del reparto, empezando por Jeremy Irons, da la talla. Con una salvedad: la insufrible Renée Zellweger. Resulta ofensivo verla descender de un tren en el que, en un pasado mejor, pudo viajar Claudia Cardinale.
A pesar de ella -y de una narración que a veces discurre a trompicones-, Appaloosa demuestra que el cine del Oeste está muy vivo. Puede que pase de moda, pero nunca pierde su encanto. Como el rock de siempre, encarnado en el canoso Tom Petty (que canta en los títulos de crédito), el western es un viejo amigo que sigue en pie aunque muchos lo den por muerto.
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