miércoles, 30 de septiembre de 2009

EL EFECTO RASHOMON (3/8)


EL EFECTO RASHOMON


Julio C. Piñeiro



II. Historias cruzadas: diferentes protagonistas, mismos sentimientos.

A. Amores perros: ¿México lindo?

Este film, rodado en el 2000, es la ópera prima de los mejicanos Alejandro González Iñárritu (director) y Guillermo Arriaga (guionista) e inicia una trilogía que concluye con 21 gramos (2003) y Babel (2006), ya de producción americana. Contra todo pronóstico, recibió a nivel internacional un aplauso unánime de crítica y público, convirtiéndose en la película latinoamericana más popular de los últimos años.

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

CELULOIDE CONTROVERTIDO: MALDITOS BASTARDOS / BASTARDOS SIN GLORIA - Inglorious Basterds (2009) de Quentin Tarantino


La obvia controversia creada por la polémica Malditos Bastardos da pie a una interesante propuesta en 'Crítica y Cine'. Dos críticas para una misma cinta, dos puntos de vista divergentes sobre la última extravagancia de Quentin Tarantino, un director que, como él mismo asegura, hace películas para enfrentar a su público. 'Adolf, bailaré sobre tu tumba' y 'El tiro por la culata' son las dos caras de la misma moneda. Lo que Tarantino ha separado, que no lo una el hombre.


Crítica I:

ADOLF, BAILARÉ SOBRE TU TUMBA

Eloy Domínguez Serén

Sólo un bastardo megalómano se atrevería a llegar tan lejos. Aleluya. El hombre del saco ha vuelto armado hasta los dientes y, si no quieres acabar en el fondo de su macuto, más te vale cerrar los ojos y contar ovejitas. Puedes correr despavorido y conservar la cordura o arrojarte en salto mortal a las profundidades de esta herejía delirante. Tú eliges. ¿Do you wanna play?

Érase una vez un spaghetti western en el que los rostros pálidos arrancaban la cabellera a sus enemigos bajo las órdenes de un indio apache. Érase una vez una sensual Heidi de Arco cinéfila sedienta de venganza. Érase una vez un refinado demonio nazi políglota más listo que el hambre. Érase todo ello una vez… en la Francia ocupada por los nazis.

El ‘Once Upon a Time in Nazi-Occupied France’ que da título al primero de los cinco capítulos en que se estructura Malditos Bastardos nos advierte de que seremos testigos de una fábula ucrónica, un ejercicio de revisionismo delirante, un siniestro cuento sin hadas, una deliciosa patraña camuflada de Historia. No tienes por qué creértelo, simplemente tienes que masticarlo, rumiarlo, degustarlo y digerirlo con deleite. Absténganse estómagos delicados.

Nos enfrentamos a un Tarantino descaradamente alborotador, insolente, blasfemo… Por eso lo amamos o lo odiamos más que nunca. El director de Pulp Fiction ha madurado como un temerario arquitecto de lo estrambótico, de lo excesivo, de lo grotesco. Tarantino monta, desmonta, saquea y profana a su gusto, porque él es Tarantino y nunca ha sido tan consciente y seguro de sí mismo.

Esta confianza mana de sus magníficos diálogos envenenados, infectados, hirientes, perversos, afilados. Quentin Tarantino crea monstruos tan repulsivamente fascinantes y magnéticos como él mismo. Seres como Hans Landa, encarnación de la cultura y el conocimiento a la disposición del mal.

El insólito Christoph Waltz devora la pantalla en la piel de un coronel nazi endiabladamente perspicaz, brillantemente sagaz y condenadamente locuaz. Para asombro y deleite de todos, Waltz eclipsa incluso a la mejor versión de Brad Pitt, soberbio dando vida al rudo pero carismático teniente Aldo Raine.

Como colofón, el cineasta de Tenesse sabe como nadie alimentar el culto en torno a su figura con escenas inolvidables, como esa claustrofóbica olla a presión que es la taberna La Louisiane o la orgiástica secuencia final en el cine Gamaar. Ante cintas como esta uno sólo puede sonreír perniciosamente y pensar… ¡qué cabrón!


Crítica II:

EL TIRO POR LA CULATA

Julio C. Piñeiro

Por todos es sabido que, cuanto más ambicioso es un proyecto, mayores son las expectativas que levanta y, por lo tanto, mayor será la exigencia. Incluso el quedar un peldaño por debajo del listón ya puede provocar que la impresión final salga gravemente perjudicada.

Ésta ha sido la trampa en la que ha caído el señor Tarantino, y puede que el batacazo sea mayor que el que en su momento se llevó la infravalorada Jackie Brown. El cineasta se ha propuesto el más difícil todavía: ha intentado desmontar por completo el relato de la mayor guerra que ha vivido la humanidad, frivolizándolo de manera que encajase dentro de su universo sádico, banalizante y socarrón, todo ello ensayando simultáneamente una reinvención de su cine.

Se trata, en definitiva, de su empresa más ambiciosa y arriesgada (por lo delicado del tema), a lo que se ha unido una espera de cuatro años, desde que anunció el proyecto, con esa pausa que fue Grindhouse con su episodio Death Proof, una propuesta, quizá decepcionante, pero mucho menos ambiciosa.

Tarantino se ha quedado a medio camino de todo en tales pretensiones, o bien le ha como resultado un mejunje excesivo y pretencioso, carente de la elegancia que precisamente caracterizaba a sus excesos en sus anteriores películas.

El comienzo tiene bastante fuerza, con unos créditos muy característicos y la presentación del relato por capítulos que dan entrada a una escena rural en la que banda sonora nos hace presagiar que se trata de un western bélico con una estructura narrativa marca de la casa. En esta primera escena, introductora del cínico y heterodoxo comandante nazi Hans Landa (Christoph Waltz), de lo mejor del film, se desarrolla con una narración tensa inédita en el realizador.

A continuación, aparece el otro punto fuerte del film, esos Bastardos que le dan título, en los que enseguida reconocemos esos rasgos típicos del universo tarantiniano que estábamos esperando impacientes. Pues bien, el relato va alternando las andanzas de esta pandilla de violentos gañanes y su importante (y puede que noble) misión de matar y torturar nazis, con la historia de Shosanna (Mélanie Laurent), una judía propietaria de un cine de arte y ensayo que aprovecha su amistad fortuita con un héroe nazi (Daniel Brühl), para preparar una espectacular venganza.

De esta manera quedan definidos dos estilos completamente diferentes. Las escenas de los Bastardos guardan todas las buenas características del cine tarantiniano, lo que realmente esperábamos, y más que predecible resulta delicioso. En cambio, la parte de Shosanna y los nazis se mueve dentro de un estilo de corte clásica, que el director ha querido transformar en cierta manera con inusuales movimientos de cámara (dentro de tal estilo) y una malograda ironía.

Es precisamente aquí donde falla: a la hora de alternar estas dos formas de expresión, a la hora de medir del tiempo narrativo, lo que hasta ahora había sido su gran especialidad. Mientras la cacería de nazis es un goce para los sentidos, las escenas en que se nos va contando la conspiración contra el III Reich tramada ante sus narices, resultan excesivamente largas, densas, e incluso cansinas, con diálogos interminables y situaciones que parecen no conducir a nada importante. De esta manera, las secuencias de los Bastardos, en píldoras más digeribles, además de un goce resultan un respiro, un momento divertido entre tanta maraña. Así es que el ritmo del conjunto acaba realmente dañado. Y esto lo podemos notar perfectamente en la escena del bar (donde aparece por primera vez Bridget von Hammersmark, interpretada por Diane Kruger, un interesante pero prescindible homenaje a Mata Hari), en la que los dos estilos convergen… para lo malo: los primeros compases son excelentes, pero poco a poco la tensión latente se agota y al final sólo deseamos que la secuencia finalice.

La mayoría de las referencias y citaciones, esta vez de la época dorada del cine alemán, aparecen metidas con calzador o fuera de lugar, llegando incluso a crear una atmósfera pedante y cultureta. Tres cuartos de lo mismo respecto a la banda sonora, una serie de despropósitos del director de homenajearse a sí mismo, o de parodiar ciertos clichés cinematográficos, como en la escena del asesinato recíproco de Shosanna y el héroe nazi, que incluso sabe a ridícula.

El final es una amalgama de sensaciones. Por un lado, las resoluciones de la trama, una fortuita coincidencia a tres bandas, nos hacen pensar que estamos ante una historia de los hermanos Coen cogida con pinzas. Pero por el otro, esa punta del iceberg que es la orgiástica matanza final, aparte del clímax lógico de una tónica que debería haber imperado a la largo del metraje, es un auténtico goce visceral que colma nuestras expectativas iniciales y da ganas de perdonarle al director todos sus errores anteriores.

En definitiva, el primer encuentro de Tarantino con el imaginario europeo no ha llegado al nivel que se esperaba, en parte por haberse traicionado, parcialmente, a sí mismo y no creer al 100% en el estilo que él mismo ha creado.


Título: Malditos bastardos

Título original: Inglourious Basterds

Dirección: Quentin Tarantino

País: Estados Unidos, Alemania

Duración: 160 min.

Reparto: Brad Pitt, Diane Kruger, Cloris Leachman, Mike Myers, Samm Levine, Eli Roth, B.J. Novak, Til Schweiger, Julie Dreyfus

Web: www.inglouriousbasterds-movie.com

Distribuidora: Universal Pictures

Productora: Universal Pictures, A Band Apart, Lawrence Bender Productions, Weinstein Company, The, Neunte Babelsberg Film


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martes, 22 de septiembre de 2009

LA CONVERSACIÓN - The Conversation (1974) de Francis Ford Coppola


UN LOBO ESTEPARIO FREUDIANO

Eloy Domínguez Serén

En la década de 1970 Francis Ford Coppola ascendió al Olimpo cinematográfico radiografiando la soledad y las diferentes concepciones de poder. Michael Corleone en El Padrino (The Godfather, 1972) y El Padrino II (The Godfather. Part Two, 1974), Harry Caul en La conversación (The conversation, 1974) y el capitán Willard y el coronel Kurtz en Apocalypse Now (1979), son hombres condenados a sobrevivir recluidos en burbujas herméticas. El aislamiento es, para ellos, el único modo de conservar su poder. A su vez, este hermetismo alimenta en ellos una paranoia autodestructiva que devora cualquier nexo entre el personaje y su entorno. Su soledad es, pues, absoluta e irreversible.
Aquellos hombres son ahora cuerpos endurecidos que renuncian a la sociedad, la comunidad y, lo que es más grave, a la familia, uno de los ejes fundamentales en el cine de Coppola. No en vano, las unidades familiares presentes en la filmografía del director son, de un modo u otro, reflejos o proyecciones de la suya propia: una familia ítaloamericana estrechamente vinculada al mundo del arte.
Familia equivale a orígenes, y Coppola no renuncia a los suyos. Así, tras retratar el declive de una poderosa familia ítaloamericana y analizar la estructura y organización de la ‘Cosa Nostra’ en El Padrino, el realizador vuelve a fijar su mirada en la península itálica. En esta ocasión, para rendir tributo a uno de los grandes maestros del cine de este país: Michelangelo Antonioni.
Así, La Conversación de Coppola - al igual que Impacto (Blow Out, 1981), del también ítaloamericano Brian de Palma – es un claro homenaje a la celebrada obra de Antonioni Blow-Up (1966). Sin embargo, Coppola va más allá en su búsqueda y halla en El Lobo Estepario de Herman Hesse un personaje, Harry Haller, del que se sirve como molde a la hora de confeccionar al Harry Caul de La Conversación (de hecho, no es casualidad que ambos personajes compartan el mismo nombre).
De este modo, La Conversación extrae de la cinta de Antonioni la figura del observador accidental, impotente ante el asesinato; la inestable barrera entre lo real y lo no real, la historia de misterio y la reflexión sobre las posibilidades de la tecnología. Por su parte, del libro de Hesse se interesa por la introspección en la melancolía, incomunicación, soledad e infelicidad de su personaje central.
En una escena onírica del film de Coppola, su protagonista asegura no temer a la muerte, pero sí al asesinato. Sin embargo, éste no podrá hacer nada por impedir que se perpetre. Es inevitable, como también lo es en la trilogía de El Padrino,Apocalypse Now o Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker's Drácula, 1992).
La misma escena revela una información imprescindible no sólo para comprender al protagonista, sino para conocer más a fondo al mismo Francis Ford Coppola. Harry Caul confiesa en ese sueño haber tenido una enfermedad durante su infancia que le había impedido caminar durante seis meses. Esta circunstancia, que sufre también el pequeño Vito Corleone de El Padrino II, fue padecida por el propio director durante su infancia, cuando fue víctima de la polio.
No se acaban ahí las reminiscencias autobiográficas de la infancia de Coppola, ya que, de hecho, el empeño del director por realizar esta obra parece obedecer, en gran medida, a la sensación de “poder” (de nuevo esa palabra) que el cineasta sentía cuando, con catorce años, instalaba micrófonos en su casa para espiar a su familia (también de nuevo la palabra familia) sin ser descubierto. Este hecho está recogido también en La Conversación, aunque, en esta ocasión, no lo escuchamos de boca del protagonista, sino de su rival, Bernie Moran.
Llegados a este punto, sería importante recordar en qué momento fue realizada esta película, posterior a El Padrino y anterior a El Padrino II. Coppola había alcanzado la gloria gracias a una obra “de encargo”. Ahora era el momento de demostrar que también era un gran autor. Qué mejor modo de hacerlo que plasmar sus propias vivencias en lo que sería, según sus palabras, su obra más personal. Al fin y al cabo, la cinta también versa acerca de la contaminación entre ficción y realidad.
El proyecto tiene una importantísima componente técnica, fundamentalmente en el aspecto del sonido. Todo el peso de la historia se apoyaba sobre una conversación que tenía que ser registrada, hecha audible y descifrada. Esa conversación es reproducida obsesivamente una y otra vez a lo largo del metraje, tornándose, paulatinamente, más y más nítida tanto en su texto como en su subtexto, gracias al prodigioso trabajo técnico del montador Walter Murch, quien debe ser considerado casi co-creador de este fantástico film. No en vano, el sonido lo es todo en la vida de Caul. No sólo es su trabajo, sino es su concepción de la realidad. En este sentido es brillante la decisión de hacer de este personaje un ferviente apasionado del jazz. Una vez más, el sonido, en este caso la música, es su único modo de vida.
Además de la importancia capital del sonido, la puesta en escena de Coppola resulta también brillante a la hora de representar a un personaje solitario, un lobo estepario. Muy pocas veces vemos a Harry Caul rodeado de gente y, siempre que lo está, el ambiente se torna tenso y hostil. El uso de la cámara también es ejemplar, con frecuentes y amplios planos generales, frontales y panorámicos, haciendo uso de colores bajos en saturacíon, sutiles claroscuros y un explícito uso del grano.
El largísimo zoom que inicia la primera secuencia del film (de dos minutos y cincuenta y seis segundos de duración) condensa brillantemente la inquietante tesis de la obra: cualquiera de nosotros es susceptible de ser controlado y manipulado por una figura de mayor poder y, en ocasiones, el cazador acaba siendo cazado. Así, tanto la cámara como el indiscreto clown (alusión clara a Blow-Up) persiguen a Caul mientras él y los suyos espían a la joven e inocente pareja que, en el desenlace, acabará revelándose como conspirador verdugo.
Ya en los primeros compases de la cinta descubrimos a un hombre discreto, metódico, reservado, desconfiado y profundamente católico. Pero, ante todo, vemos a un hombre atormentado, paranoico y solitario. Una de las virtudes más sobresalientes de Coppola es cómo desenmascara a un personaje a través de sus acciones y sentencias, ya que las inexpresivas facciones de Gene Hackman hacen de él un personaje sombrío, enigmático y patético a la vez.
Harry Caul, a pesar de su prestigio, no tiene dignidad. Este factor será determinante cuando se mete en la boca del lobo. No rechaza el trabajo, no reconoce su culpa a pesar de sus remordimientos, es incapaz de destruir las cintas, se deja embaucar por una mujer que le traicionará, acepta un dinero que sabe que manchará sus manos de sangre, se muestra impotente ante el asesinato que sabe que se va a cometer y, finalmente, se vuelve completamente loco cuando comprueba que no ha sido más que una marioneta y cómo ha pasado, tal y como profetizaba la primera secuencia, de ser perseguidor a perseguido. Es el paradójico mito del cazador cazado.
La escena en la que un enajenado Caul destroza todo su apartamento tratando, en vano, de hallar el micro con el que está siendo espiado, es, simplemente, desgarradora. De nuevo una suave panorámica nos muestra el espacio claustrofóbico en el que el personaje se desenvuelve. Brillantemente Coppola nos muestra, a la vez que el deterioro físico del apartamento, la enajenación de un personaje desesperado, complemente fuera de si, al que han robado su bien más preciado: su intimidad, aquello que él arrebata a sus víctimas. ¿Dónde estaba el micro? Nos preguntamos todos. También Coppola tiene respuesta para ello: en la única cosa que Harry Caul jamás destrozaría o abandonaría: su saxofón. Este objeto inanimado convierte a Caul, al menos durante unos instantes, en un ser humano emocional.

TITULO ORIGINAL The Conversation
NACIONALIDAD EE UU
AÑO 1974
DURACIÓN 113 min
DIRECCIÓN Francis Ford Coppola
GUIÓN Francis Ford Coppola
MÚSICA David Shire
FOTOGRAFÍA Bill Butler
MONTAJE Y DISEÑO DE SONIDO Walter Murch
REPARTO Gene Hackman, John Cazale, Allen Garfield, Cindy Williams, Frederic Forrest, Teri Garr, Robert Duvall, Harrison Ford
PRODUCTORA Zoetrope & Paramount Pictures

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sábado, 19 de septiembre de 2009

SIMÓN DEL DESIERTO (1965) de Luis Buñuel





UN TIEMPO PARA LA APOCATÁRTASIS

Eloy Domínguez Serén

Simón del desierto (1965) no sólo es una cinta magnífica, sino una obra fundamental para comprender la biografía y filmografía de Luis Buñuel (dos aspectos que han estado siempre íntimamente ligados, hasta el punto de no poder comprender una sin conocer la otra). Este film supone, por una parte, la continuación de la línea teológica que Buñuel había comenzado con Nazarín (1959) y Viridiana (1961) y completaría, posteriormente, con La Vía Láctea (La Voie Lactée, 1969). Además, Simón del Desierto será la última película que el director de Los Olvidados (1950) ruede en México, poniendo así punto y final a la etapa, según la mayoría de los teóricos de su obra, de mayor esplendor del cine buñueliano. Por último, no es menos importante señalar los problemas de producción que afectaron a este proyecto, inicialmente concebido como un largometraje y finalmente ejecutado como un genial, pero incompleto, mediometraje de 42 minutos.
Una de las mayores obsesiones del obstinado Buñuel a lo largo de toda su filmografía fue su continuo y feroz ataque contra los estamentos de la iglesia católica y contra todo tipo de fanatismo religioso, ideológico o artístico. Así, el realizador de Calanda, que había sido educado en su adolescencia por los jesuitas de Zaragoza, comprendió y cargó desde edad muy temprana contra los perjuicios contra la libertad del ser humano que inflingía la moral católica, empeñada en reprimir los deseos terrenales en favor de una espiritual racionalidad puritana.

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jueves, 17 de septiembre de 2009

DISTRITO 9 / SECTOR 9 - District 9 (2009) de Neill Blomkamp


ULTIMÁTUM A QUIENES
VINIERON DEL ESPACIO

Eloy Domínguez Serén

Un buen profesor y amigo, Tomás Hijo, nos explicaba en una ocasión que una de las claves para convencer a un pez gordo para financiar tu película es tentarlo con jugosas analogías entre tu propuesta y títulos de éxito comercial. Pues bien, tras ver Distrito 9 se me ocurre el modo en que su director, Neill Blomkamp, podría haber engatusado a Peter Jackson para llevar acabo este proyecto. Puestos a elucubrar, me imagino al debutante exponiendo la sinopsis:
“Mi película comienza mayormente como una quimera existencialista de ciencia-ficción tipo documental con reminiscencias a Vinieron del espacio, en la que el hombre es un ser intolerante, ambicioso y deshumanizado, que cabrea a los marcianos con su voraz afán de poder, a lo Ultimátum a la tierra. En el segundo acto, el prota, un pobre diablo humano pardillo, se contagia de alienitis y se va transformando poco a poco en un bicho, como en La mosca de Cronenberg, y entabla una forzosa amistad sentimentaloide con un alienígena. Ya sabe, como Dennis Quaid en Enemigo Mío. A partir de ese momento, el héroe medio-humano-medio-bicho será víctima de una persecución implacable, como la de El fugitivo. En el desenlace añadimos media hora de armas molonas largando hondonadas de tiros a cascoporro, al estilo The Matrix Revolutions (robots flipantes e indestructibles incluidos) y voilà, he ahí una de marcianos revolucionaria”.
Efectivamente, Distrito 9 sabe nutrirse con acierto de algunos de los clásicos del género de ciencia-ficción para componer un discurso metáforico que no oculta su reflejo contemporáneo del Apartheid, representación extrema del racismo, la intolerancia y la vejación. Asimismo, el film hurga con atino en la conflictividad que emana del quebradizo fenómeno de la inmigración ilegal. Sin embargo, una de las mayores virtudes de esta interesante cinta es la representación del alien no como un ser fascinante y temible por su superioridad intelectual y tecnológica, sino como un “bicho” carroñero y desdeñable, un animal indomable sin la menor noción del significado de civismo o propiedad. Los marcianos del Distrito 9 de Johannesburgo no suponen una amenaza para la supervivencia de la raza humana, sino para la estabilidad de la sociedad del bienestar. Una lástima que esta sugestiva premisa se desvanezca en la segunda mitad del film, dando paso a una mera película de acción y fuegos artificiales.

Título: District 9
Dirección: Neill Blomkamp
Guión: Neill Blomkamp, Terri Tatchell
País: Nueva Zelanda
Duración: 112 min.
Reparto: Sharlto Copley, Jason Cope, Nathalie Boltt, Sylvaine Strike
Fotografía: Trent Opaloch
Guión: Neill Blomkamp, Terri Tatchell
Maquillaje: Antony McMullen
Montaje: Julian Clarke
Música: Clinton Shorter

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UP / UNA AVENTURA DE ALTURA (2009) de Bob Peterson & Pete Docter


ESA TREPIDANTE AVENTURA QUE ES VIVIR

Eloy Domínguez Serén

Mi amigo Juancho Meis es el compañero de juergas que toda persona querría tener. Sea cual sea el plan, Juancho será siempre el primero en “secundar la moción”. Sin condiciones. Creedeme, ese tío está dispuesto a todo. A todo… siempre y cuando ello no implique quebrantar la estricta orden de alejamiento que él mismo se autoimpuso respecto a las salas de cine. Lamentablemente, mi amigo Juancho aborrece el séptimo arte. Su alegato: “No me creo nada, tío”. Me trae sin cuidado si el prota la palma o no, se forra o no, pilla cacho o no”. Hace un gesto de negación con la cabeza y sentencia: “No empatizo, macho”. Yo no lo culpo. Cuando su idilio con el cine tocó su fin, Kevin Costner y Christopher Lambert eran dos actores de moda.

Sin embargo, este verano logré arrastrar a Juancho a ver Up. Yo pagué, naturalmente. ¿Y sabéis una cosa? No se lo contéis a nadie, pero aquella tarde Juancho gastó más de un ‘kleenex’. Al volver a casa quiso dejar claro que es un tío duro: “No lloraba desde que era crío, lo juro”, aseguró él. Tampoco lo culpo. Aquella tarde también yo volví a ser un niño.

Interior/noche. Sala de cine. 19.30 horas. Juancho y su Acompañante se acomodan en sus butacas. En pantalla vemos los créditos iniciales de Up. Corte a: 19. 45 horas. El Acompañante, hechizado, mira con estupefacción la pantalla y se frota los ojos. ¿Es real lo que está viendo? Corte a: 21.00 horas. Juancho y su Acompañante vuelven a tener ocho años. Su mirada continúa clavada en la pantalla. Ambos disfrutan del espectáculo como los niños que ahora son, boquiabiertos.

Paradoja o no, un ancianito digital ha logrado conmoverme más que cualquiera de los mortales que haya visto en el cine en los últimos tiempos. Up es ternura, aventura, diversión, extravagancia, esperanza y emoción. Optimismo, vitalidad, poesía y ensoñación… Y todo ello sin concesiones, desde el primer hasta el último minuto. Tus defensas emocionales se desvanecen tras la primera escena, en lo que es un comienzo antológico, una brillante lección de narrativa audiovisual y montaje cinematográfico. Setenta años en la vida de Carl Fredricksen pasan por delante de tu retina en apenas unos minutos. Para entonces, ya te has metido en la piel pixelada del señor Fredricksen. Sufres cuando él sufre, ríes cuando él ríe y, sobre todo, lo acompañas sin reservas a lo largo de su aventura. Esa trepidante aventura que es vivir.

Título: Up

Dirección: Bob Peterson, Pete Docter

País: Estados Unidos

Año: 2009

Duración: 96 min.

Reparto: Christopher Plummer, John Ratzenberger, Edward Asner, Delroy Lindo, Jordan Nagai, Paul Eiding

Guión: Bob Peterson

Productora: Pixar Animation Studios

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lunes, 14 de septiembre de 2009

PRÓXIMAMENTE EN SUS PANTALLAS


EL CINE QUE VIENE:
OTOÑO 2009


Julio C. Piñeiro


El esperado estreno este viernes de Inglorious Basterds, la nueva película de Quentin Tarantino, además de ser uno que más expectativas ha levantado este año, servirá además, por un lado, para poner el broche a un temporada veraniega en la que no ha habido puntos realmente álgidos más allá del Anticristo de Von Trier o los Enemigos públicos de Michael Mann, otra de las películas del año, que sin embargo ha tenido una recepción por parte de la audiencia europea más tibia de lo esperado, al contrario que la crítica, que la ha llenado de elogios.

Por otro lado, y al mismo tiempo, puede también considerarse como una apertura de lujo para la temporada otoñal, sin duda la mejor para mi gusto, en dónde se saborean los mejores platos del año, incluso por encima de la invernal, cuando se suelen estrenar las obras que se reparten el pastel de los Oscar, los Globos de Oro y todo el gran grueso de premios (incluidos, por qué no, los Razzie).

Pese a todo, el panorama del último trimestre de 2009 no es tan esperanzador como en años anteriores. Aún así, siempre existen buenos deleites para los ojos (y la mente), como las interesantes propuestas de tres señores directores que nos llegan dentro de dos semanas: Ang Lee nos trae Destino: Woodstock, falso documental en clave de comedia que reconstruye el nacimiento y la celebración del festival más célebre y determinante (por su valor sociológico e histórico) de todos los tiempos. Por su parte, Steven Soderbergh, tras el éxito de su doble entrega sobre la figura del Che, nos trae El soplón, una película que pertenece a su línea comercial (al igual que la saga de Ocean's), la que va alternando con otra más de carácter independiente o incluso experimental (como El buen alemán o Bubble, primero del proyecto de un serie de hasta diez films); esta entrega, protagonizada por Matt Damon, se mueve entre el thriller y la comedia, algo habitual en este prolífico y ávido realizador. El “tercer mosquetero”, y el que tiene pinta de venir con más fuerza, es el argentino Juan José Campanella, con El secreto de sus ojos, un film que ha tenido una grandiosa acogida en Argentina, tanto del público como de la crítica; repiten Ricardo Darín, su actor fetiche, y Soledad Villamil (No sos vos soy yo), que ya trabajaron juntos a las órdenes de Campanella en El mismo amor, la misma lluvia.


Octubre vuelve a ser el mes de los platos fuertes. En su primer fin de semana llegan dos pesos pesados: Jim Jarmusch nos trae Los límites del control, un thriller en su línea personal tan característica, protagonizado por Isaach de Bankolé y una galería de secundarios de lujo (destacar la presencia de los españoles Luis Tosar y Óscar Jaenada); y cómo no, la entrega anual de un Woody Allen que nunca falla: Whatever works, supone su regreso a Nueva York tras su periplo europeo, y la primera colaboración (al margen de pequeños cameos en Días de radio y su fragmento de Historias de Nueva York) con Larry David, co-creador de Seinfeld y director y protagonista de la serie de culto Curb Your Enthusiasm, protagonista de esta comedia romántica que con seguridad nos recordará a clásicos como Annie Hall o Manhattan: es una auténtica pena que el genio de Brooklyn ya no actúe en sus películas, sobre todo en esta ocasión, pero seguro que, pese a todo, será interesante ver cómo se compenetran estos dos gigantes de la comedia, ambos neoyorquinos, judíos e irremediablemente neuróticos.

También será un mes en que las producciones españolas pisen con fuerza. Estaréis pensando seguramente en Ágora, el esperado regreso de Alejandro Amenábar, quizás su propuesta más arriesgada, una superproducción histórica con un reparto internacional encabezado por Rachel Weisz. Además, podremos ver la secuela de REC, que seguro que hará buena caja, aunque de todos es sabido que en el cine de terror, el listón está cada vez más alto. Puede ser que nos llevemos sorpresas agradables con la intimista La máquina de pintar nubes o el relato de reveladores reencuentros que Alberto Rodríguez (7 vírgenes, El traje) nos ofrece en After.

A medida que avance el mes nos iremos encontrando un puñado de títulos curiosos, como la francesa París, con Juliette Binoche y Romain Duris, o New York: I love you, réplica de la Gran Manzana precisamente a Paris, je t'aime, con el mismo formato, y un variopinto plantel de realizadores, en el que llama la atención el debut detrás de las cámaras de Natalie Portman y Scarlett Johansson (esta última como guionista). Y más secuelas: La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, segunda entrega de la adaptación de la saga Millenium, y la sexta reedición de la hace tiempo agotada fórmula de Saw.

Por otro lado, los incondicionales del siempre interesante a la par que controvertido y polémico Terry Gilliam, tienen una cita el día 23 con el estreno de El imaginario del Doctor Parnassus, producción inicialmente protagonizada por el malogrado Heath Ledger, cuya muerte repentina obligó a reescribir el guión, de manera que entre Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell completaron el rodaje, encarnando al mismo personaje en diferentes épocas de su vida.

La última semana de octubre nos traerá This is it, documental con los últimos ensayos del recientemente desaparecido Michael Jackson, y que sin duda dejará las salas a rebosar, como si de sus últimos conciertos realmente se tratase. También han logrado un puesto en la cartelera la suiza Home, ¿dulce hogar?, protagonizada por Isabelle Huppert, y la mexicana Sin nombre, una de la triunfadoras en la pasada edición de Sundance.

Llegamos a un noviembre con un escena poco prometedora. Muy poco salvable en la primera quincena, un árido desierto con dos oasis que son la española Celda 211, un drama carcelario de Daniel Monzón (La caja Kovak) protagonizado por Luis Tosar y Marta Etura, y el thriller sobrenatural Tokyo sonata, de Kiyoshi Kurosawa (nada que ver con Akira), premiado en Cannes.

Tomará el testigo Luna nueva, segunda entrega de la saga Crepúsculo, que luchará por coronar la cima de las cintas más taquilleras del año, en dura liza con el último título de Harry Potter. Y hacia el final, Sam Mendes y Ken Loach. El estadounidense estrena Un lugar donde quedarse, que supone un giro hacia el cine independiente. Del británico nos llega Buscando a Eric, un prometedor debut del entrañable ex-futbolista Eric Cantona, a las órdenes de un Loach que, de nuevo junto a su guionista de confianza Paul Laverty, le da un nuevo enfoque al cine social, recibiendo una calurosa acogida en Cannes.

Diciembre tampoco incita demasiado al paladar, aunque en el horizonte, curiosamente descargado de rancias producciones navideñas, siempre se encuentra algo que pueda valer la pena. Es el caso de El baile de la Victoria, con un llamativo y seguramente eficaz tridente Skármeta-Trueba-Darín. O de What just happened?, biopic en tono cómico del productor independiente Art Linson (que no es otro que el propio guionista de la película); el irregular Barry Levinson dirige a un envidiable reparto encabezado por Robert de Niro en esta historia de cine dentro del cine.

Por último, dos esperados regresos. Spike Jonze volverá a desmontar la narración convencional en Donde viven los monstruos, a partir de un cuento infantil de Maurice Sendak. Pero sobre todo, será James Cameron el que despierte muchas expectativas en su retorno a la dirección doce años después de romper los registros de taquilla con Titanic. Durante todo este tiempo, además de productor, realizó varios documentales de temática submarina, además de la serie Dark Angel, con la que Jessica Alba saltó al estrellato. Cameron vuelve en el género que lo hizo grande, la ciencia-ficción, con elementos de thriller y acción toque de la casa, y nos presenta Avatar, en el que además de utilizar innovadoras técnicas de animación que nos dejarán boquiabiertos, se embarcará en la poco sencilla tarea de hibridar el género bélico con la ciencia-ficción más estética y violenta.

Esto es lo que hay. Puede que la temporada invernal esté por encima esta vez, pero bueno, si bien el banquete no es copioso, hay algún que otro buen manjar que llevarse al paladar, que al fin y al cabo, es lo que importa.

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