lunes, 29 de septiembre de 2008

LA CONJURA DE EL ESCORIAL (2008) de Antonio del Real

UN QUIERO Y NO PUEDO

por Eloy Domínguez Serén


Los antecedentes no invitaban al optimismo y la crítica había sido unánime. Sin embargo, la experiencia me ha hecho afiliarme al “si no lo veo, no lo creo” y di un voto de confianza a Antonio del Real (más alentado por la curiosidad que por las expectativas). Vi y creí, aunque lo segundo me costó bastante más que lo primero, que tampoco fue placentero. Definitivamente, el río iba bien cargado.

Hace algunos años, el gigante de comunicación italiano Mediaset distribuyó para Telecinco, bajo el paradójico nombre de ‘Grandes relatos’, una serie de telefilmes de producción propia en las que Lamberto Bava, Gianni Romoli [1] y compañía daban rienda suelta a su vacuo gusto por la épica, el empalagosismo y la ostentosidad. Aprovechando lo bien que aquel ciclo había cuajado entre las felices familias españolas reunidas en torno al televisor en el ‘prime time’ de los fines semana, no tardó en hacerse esperar la emisión de una nueva serie de ‘Grandes relatos’, con renovados títulos de directores como Fabrizio Costa o Steve Barron.[2]

Pues bien, a medida que me revolvía en mi butaca a lo largo de los aproximadamente ciento veintiocho minutos de duración de La conjura de El Escorial, iba creciendo en mi interior la sensación de estar asistiendo a una nueva entrega de aquella edulcorada saga de telefilmes. Y es que, a pesar de las dos principales virtudes de la cinta de Del Real, la magnífica recreación de la España del siglo XVI y la brillante actuación de Juanjo Puigcorbé encarnando al monarca Felipe II, ‘el rey Prudente’; la calidad del conjunto de la obra no pasa de discreta, llegando a rozar el ridículo en algunas escenas y abrazándolo de lleno en otras.

Una vez finalizado el film, con un epílogo en el que la voz del narrador-historiador relata el destino de los tres personajes principales (Felipe II, Antonio Pérez y Ana de Mendoza) sobre un plano aéreo que se abre mostrando la majestuosidad del monasterio que da nombre a la película; se plantea una gran duda respecto a lo que se acaba de ver: ¿en qué momento habrá perdido Antonio del Real el control sobre lo que estaba haciendo?

No dudo del importante empeño que tanto el director jienense como todo su equipo habrán puesto en las diferentes fases de realización de este proyecto, ni del riesgo que supone afrontar una obra tan excepcionalmente diversa a las pobres comedias ligeras a las que nos tenía acostumbrados en los últimos años, pero fuese cual fuese intención que buscase con este cambio de registro ha resultado, en gran parte, fallida, a pesar de contar con importantes bazas a su favor.

La principal de ellas, sin duda alguna, un presupuesto de en torno a quince millones de euros, cifra que sitúa a La conjura de El Escorial’ como una de las producciones españolas más cara de todos los tiempos[3]. Otro factor a su favor era una historia ‘a priori’ más que interesante: mientras Juan de Austria trata de reprimir a los sublevados en Flandes, una serie de intrigas y conspiraciones golpean la corte de Felipe II, a raíz de la intensa pugna entre la Casa de Alba y la Casa de Mendoza, cuyos principales valedores son la princesa de Éboli y Antonio Pérez, secretario del rey. El asesinato de Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, el 31 de marzo de 1578, será el detonante de un poco convencial thriller policíaco ambientado en la segunda mitad del siglo XVI.

A fin de otorgar mayor caché a esta producción y facilitar su distribución internacional, todo el film fue rodado en inglés con un elenco encabezado por estrellas internacionales de segunda fila como Julia Ormond, Jason Isaacs, Jürgen Prochnow, Joaquim de Almeida o un recuperado para el cine Fabio Testi, secundados por actores nacionales como Jordi Mollà, el mencionado Juanjo Puigcorbé o Pablo Puyol. Una lástima la elección del idioma. Además de un flaco favor a la verosimilitud de la historia (aprovecho para mostrar mis respetos a Steven Soderberg por haber sido lo suficientemente valiente y coherente como para haber filmado Che: el argentino en español) , esta elección supone también un sólido lastre para la distribución de la cinta en el que con toda seguridad será su principal mercado, el español, ya que el doblaje es realmente deficiente, sobre todo en los casos en los que los actores españoles se doblan a sí mismos. Evidentemente no culpo a los intérpretes, ya que se les exige un trabajo que no es el suyo. Si el doblaje (contra el que soy completamente contrario) en países como el nuestro, Italia o Francia goza de tanta calidad es, precisamente, porque existen escuelas encargadas de formar a profesionales en este ámbito (además de porque son algunos de los poquísimos países en los que se doblan las películas, insisto, una medida inadecuada), por lo que sigo sin comprender por qué no se deja hacer a cada cual su trabajo. No puedo evitar recordar, por ejemplo (y no es, en absoluto, uno de los casos más sangrantes que he visto), lo antinatural que me resultó el ‘autodoblaje’ de Leonor Watling en Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), una excelente actriz, no obstante.

Para finalizar, y sin la más mínima intención de parecer cruel, debo hacer referencia a la lamentable historia entre el alguacil Espinosa (Jürgen Prochnow) y la morisca (Blanca Jara). Probablemente, el elocuente “¡por favor!” que una ancianita (que junto al que me imagino que sería su marido y yo, éramos las tres únicas almas en la sala) no pudo reprimir ante la ridícula escena de la desgarradora declaración de amor (mirando al cielo) del destrozado alguacil a su difunta (ups!) prometida, resume a la perfección este pomposo atentado contra el buen gusto.

También contribuye a la falta de aceptación de esa historia de amor la… como decirlo… ‘histriónica’ interpretación de Blanca Jara, que encarna mejor que nadie la defectuosa dirección de actores. Y hablando de histriones, tampoco puedo olvidarme del más que innecesario hombre de fe incapaz de contener su insaciable sed de lujuria pederasta y acaba pagando con su vida sus abusos a un atlético adolescente negro (doble perversión en la época, me imagino).

Para no olvidarme de nada, quisiera significar dos situaciones similares resueltas con dispar fortuna. Mientras la escena del asesinato de Juan de Escobedo tiene algunos detalles de brillantez (en esencial su acertada fotografía y ambientación), la lucha de espadas en las que los personajes interpretados por Mollà y Prochnow luchan por salvar sus vidas contra un grupo de mercenarios está completamente fuera de lugar, con movimientos de cámara, planos y acciones torpes y aleatorios, a lo que se suma un acompañamiento musical sobredimensonado que acaba por antojarse estridente y desagradable y una paradójica sensación de desacertada emulación u homenaje al cine clásico de aventuras.





[1] Director y productor, respectivamente, de títulos como Fantaghirò (1991), Desideria e l’anello del drago (1995), Sorellina e il principe del sogno (1996) o La principessa e il povero (1997).

[2] Realizador de Il cuore e la spada (1998), Il corriere dello zar (1999), ambas con la bellísima Lea Bosco, y María: Madre de Jesús (2000), el primero; y de Merlín(1998) y Las mil y una noches (2000), el segundo.

[3] Según un informe publicado en El Mundo en agosto de 2006, las cinco producciones españolas más caras hasta la fecha eran: Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006), con 22 millones de euros; Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001), con 20 millones; Tirante el blanco (Vicente Aranda, 2005), con 14 millones; Los Borgia (Antonio Hernández, 2006), con 10 millones; y La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003), con 7 millones. Desde 2006, pocas producciones nacionales se han acercado ha esas cifras. Entre ellas, cabe destacarEl laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2007), una coproducción hispano-mexicana con un presupuesto en torno a los 13 millones de euros.


Eloy Domínguez Serén

Pontevedra - Galicia

eloy_ds16@hotmail.com

No hay comentarios: