MEJOR MALO CONOCIDO…
Eloy Domínguez Serén
Desde que mi hermana de once años decidió que prefería Crepúsculo a la última de Madagascar, ya casi había olvidado lo que era ser confinado durante dos horas junto a una jauría de críos. Los niños, al menos en el cine, gritan, ríen, lloran, comen con la boca abierta, tiran palomitas, suben y bajan escaleras, entran y salen de la sala porque tienen que hacer pipí y tocan las pelotas en general. Por lo tanto, cuán sería mi satisfacción cuando, al fin, mi silenciosa venganza sería perpetrada de la mano del director Henry Selick y el escritor Neil Gaiman.
De Gaiman había leído Buenos presagios (coescrita junto a Terry Pratchet) y The sandman, por lo que sabía que Coraline no sería Mary Poppins, precisamente. Más bien, se asemejaría a una sucesión de escenas más próximas a la muerte de la madre de Bambi, supuse. Sea como fuere, de lo que estaba seguro es de que en esta ocasión los niños gritarían más que nunca… pero para llamar a sus mamás.
Los créditos iniciales no podían ser más reveladores. En mi mente retorcida, el modo en que esa muñeca de trapo es deshilvanada para ser de nuevo remendada, es absolutamente gore. Sin embargo, durante el primer acto, la película tarda en arrancar, recreándose con la innegable excelencia de sus imágenes. “Eso es, que se confíen los mocosos, que se crean que todo va a ser marionetas, simpáticos animalitos y flores de colores”, me consolaba yo. Sin embargo, la magnificencia visual que antes indicaba hace que incluso un disparatado teatrillo de perros-murciélago resulte hipnótico, fascinante.
Pero, en efecto, cuando el perverso ingenio de Gaiman toma las riendas, cuando ‘Coraline en el país de las maravillas’ muta en ‘Pesadilla en Coraline Street’, el empalagoso algodón de azúcar se transforma en una indigesta telaraña atrapasueños. A partir de entonces, Selick vuelve a ser el director que acongojó a toda una generación con Pesadilla antes de Navidad y pervierte el dicho de “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Esta vez, será la madre, la otra madre, quien se empeñe en sacar los ojos (literalmente) a su indisciplinada hijita.
Insisto: fascinante. Para aquellos a los que tanto nos gusta buscar significados camuflados, Coraline nos advierte con una interesante moraleja, que podríamos resumir como “no es oro todo lo que reluce”. Aunque resulten irresistibles, hay puertas que es mejor no cruzar.
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