TE CASASTE, ¿LA CAGASTE?
Eloy Domínguez Serén
No sólo de tetas y culos vive la comedia americana. Tal vez, algún día, enterraremos para siempre las irritantes ñoñeces chico-busca-chica. Mientras tanto, Hollywood parece haber abierto una vía alternativa dentro de la comedia ligera. El mercado teen ha dejado de monopolizar la producción de entretenimiento de consumo rápido y este factor ha desencadenado un nada desdeñable salto de calidad en el subgénero. Afortunadamente, ya no basta con caras bonitas, capitanes del equipo de fútbol, cheerleaders, matones, pringaos, putillas vírgenes y bailes de graduación para apuntarse un buen tanto en taquilla.
Quiero pensar que el público exige ahora algo más y, en consecuencia, la industria norteamericana comienza a ofrecerlo. Se ha establecido un patrón en el que los otrora personajes de las American Pie o Road Trip han dejado de ser estúpidos adolescentes para convertirse en estúpidos adultos. Sobrepasan la treintena de edad y sus cuerpos esculturales y conversaciones banales sobre temas intrascendentales han dado paso a tripitas cerveceras y conversaciones banales sobre temas universales.
En este tipo de cine los conflictos dejan de girar en torno a “a quién invitaré al baile”, para centrarse en las contradictorias vicisitudes de la madurez, el compromiso, la responsabilidad, la familia o el fracaso. El chiste fácil es cada vez menos fácil y la situación absurda menos absurda. Obviamente, no hablo de humor inteligente, pero sí de más calidad, guiones menos burdos, un menor abuso del gag simplón, así como personajes igual de estereotipados, pero más reconocibles en nuestro entorno “real”. Un cine que, apadrinado por Judd Apatow, rechaza la idea de que la diversión y el disparate sólo tiene cabida durante los años mozos.
Haciendo memoria, en los últimos años recuerdo haber pasado buenos e hilarantes momentos con títulos como La leyenda de Ron Burgundy, Bad Santa, Lío embarazoso o Paso de ti. También me he reído de buena gana con Te quiero tío, una original comedia acerca de la amistad masculina adulta, la integración, el matrimonio, la soledad o la (in)madurez. Jason Segel, en la piel de un basto cavernícola entrañable, y Paul Rudd, eterno niño pijo y cursi, forman una pareja tan extravagante como encantadora. Una lástima que, en sus últimos minutos, la película caiga en una empalagosa y molesta noñez que, aún así, no hace desmerecer el resto de metraje.
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