jueves, 3 de diciembre de 2009

EL DELATOR – The informer (1935) de John Ford



FORD, IRLANDA
Y LA RELIGIÓN

Eloy Domínguez Serén

Para los hombres como Gypo Nolan no existe el crimen sin castigo. Tampoco el crimen sin arrepentimiento. Por ello, ante la funesta sombra de la muerte, Gypo suplica por su perdón, su redención, como en la Biblia lo hace Judas Iscariote, encarnación cristiana de la traición.
No es extraño que John Ford y el guionista Dudley Nichols hayan incidido en un fuerte componente de simbolismo cristiano en El delator (The informer, 1935), una obra ambientada, tal y como versa el rótulo que abre el film, en “cierta noche de 1922 en un Dublín revuelto”, sólo un año después del fin de la Guerra de Independencia de Irlanda. Al fin y al cabo, el conflicto irlandés, además del irreconciliable choque ideológico, tiene un intenso matiz religioso, que se ha traducido a lo largo de los años en la confrontación entre católicos y protestantes. Esta decisión es patente al inicio de la cinta, cuando, tras los créditos iniciales, un segundo rótulo recoge un paraje de las sagradas escrituras: “Judas se arrepintió, arrojó las treinta monedas al suelo y huyó”. (crítica completa)


Irlanda, tierra natal de los progenitores de Sean Aloysius O’Feeney (nombre real de Ford), es un eje central dentro de la filmografía del realizador. Así, el director torna sobre la historia, tradición y cultura popular de esta tierra en algunas de sus obras maestras, como El hombre tranquilo (1952) o El soñador rebelde (1965). Esta Irlanda, la representada por Ford, es, a menudo, no tanto un retrato real de la isla y sus gentes como un visión extraída del propio corazón del realizador de Centauros del desierto (1956).


De todas las películas “irlandesas” de su carrera, El delator fue la primera que obtuvo un notable éxito de público y crítica. De hecho, los cuatro Oscar concedidos al film en la gala de 1936 (entre ellos el de mejor director, primero en el haber de Ford) contribuyeron a catapultar la figura del cineasta en el firmamento hollywoodiense.
Uno de los elementos retratados por Ford en El delator es el de los primeros pasos del IRA (Ejército Republicano Irlandés), organización con la que el propio director fue vinculado con asiduidad. De hecho, se atribuye a Ford una sentencia en la que aseguraba que hubiera preferido luchar en Irlanda contra los ingleses a hacer cine. No en vano, en 1921, durante un viaje a tierras irlandesas, Ford fue presentado al líder revolucionario Michael Collins, legendario jefe de inteligencia del IRA.
Así, Gypo Nolan (Victor McLaglen) será ajusticiado por miembros del IRA tras haber delatado a las autoridades inglesas el paradero de su amigo, y miembro de la organización, Frankie McPhillip (Wallance Ford) a cambio de veinte libras teñidas de sangre, con las que Gypo pretende emprender, junto a la prostituta Katie Madden (Margot Grahame), el viaje al paraíso americano que ve ilustrado en el escaparate de una agencia de viajes.
La primera gran película “irlandesa” de John Ford es, a su vez, la segunda colaboración del cineasta con Merian C. Cooper, directivo de la RKO, con el que ya había realizado La patrulla perdida (1934). Algunos críticos hablan de esta colaboración como “crucial” en la carrera del director, tanto como la que Ford mantuvo con su actor fetiche, el americanísimo John Wayne.

Sin embargo, tal vez más trascendental fue la asociación del director con el guionista Dudley Nichols, quien adaptó hábilmente para El Delator una novela del notable novelista irlandés Liam O’Flaherty. De la máquina de escribir de Nichols salieron algunos de los grandes films de Ford, como la citada La patrulla perdida (1934), El juez Priest (1934), María Estuardo (1936) o La diligencia (1939). Nichols aportó algunos elementos notables a la cinta, como la carga de simbolismo de elementos como la niebla, el barco que se ve en el escaparate de la agencia de viajes, las tres monedas que se caen del bolsillo de Gypo durante el funeral de Frankie, o el póster de búsqueda y captura. Uno de los momentos más brillantes de la película es, precisamente, cuando vemos por última vez el póster, ardiendo entre las llamas de la chimenea de la oficina de Preston Foster (líder de la resistencia). Tras comprobar cómo el rostro de Frankie se consume entre las llamas, el póster sale volando hacia arriba, representando el alma del hombre traicionado por Gypo. Esa idea, según el propio Nichols, se le ocurrió al maestro Ford sobre la marcha.
Por supuesto, la película no sería tan brillante en su aspecto dramático sin la aportación de la enfática música de Max Steiner, la tétrica dirección artística de Van Nest Polglase y, sobre todo, la impactante fotografía del operador Joseph H. August, quien logra aportar a la cinta una imagen muy próxima a la imagen expresionista de directores como F.W. Murnau o Robert Wiene.
¿Hablo de expresionismo y de John Ford en una misma frase? En efecto. A pesar de labrar su trono en el Olimpo del séptimo arte fundamentalmente a través de westerns épicos (célebre es su frase “me llamo John Ford y hago películas del oeste”), con títulos capitales del género como la ya citada La diligencia, Río Grande (1950), Fort Apache (1948) y Centauros del desierto, John Ford fue, ante todo, un cultivador del humanismo. Sus películas son un canto al compañerismo, a la camaradería, a la familia, a las raíces, a los valores tradicionales, al honor, al deber, a la justicia, a la integridad del hombre.

Más allá de la portentosa épica de sus westerns, toda la filmografía de Ford está caracterizada por el lirismo, la poética, la plasticidad y la ternura de sus imágenes. Frente a los ya proverbiales amplísimos planos de Monument Valley comprobamos el costumbrismo de El hombre tranquilo, el documentalismo de Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940) o el expresionismo de El delator. Sin embargo, no nos hallamos ante diferentes concepciones visuales, sino a la excepcional capacidad de Ford de imprimir un estilo propio y único a cada una de las historias que plasmaba en imágenes.
En este sentido, aseguraba François Truffaut que “si de la noche a la mañana, el cine se viese privado de toda banda sonora y volviese a ser el cinematógrafo arte mudo que fue entre 1908 y 1930, la mayor parte de los directores actuales se verían obligados a cambiar de oficio. Por ello, si contemplamos el panorama de Hollywood en 1966, Howard Hawks, John Ford y Alfred Hitchcock se nos aparecen como los únicos herederos de los secretos de Griffith”.
De hecho, John Ford trabajó como extra en la imperecedera El nacimiento de una nación (The bith of a nation, 1915). Probablemente, esta experiencia fue de gran importancia para Ford, pudiendo aprender de primera mano del gran maestro D.W. Grifith importantes lecciones acerca de puesta en escena y composición visual. No en vano, Ford nunca negó ser un gran admirador de la obra de Griffith, con el que también comparte la acusación de xenófobo desde un determinado sector de la crítica.
Para la realización de El delator, el cineasta defendió a capa y espada el rol de Victor McLaglen (con el que ya había trabajado en La patrulla perdida) como el miserable, bruto y cobarde Gypo Nolan (un personaje en el que, según mi punto de vista, pueden haberse inspirado El Bruto de Buñuel o el Zampanò de Fellini). Aunque su interpretación pueda resultar sobreactuada para el público actual, la capacidad de McLaglen para conmover y empatizar a través de su patético personaje es indiscutible. Un personaje desolado y corroído por el remordimiento que no duda en culpar a un inocente para salvar el pellejo para, a continuación, ser embaucado por un rufián camarada dispuesto a robarle hasta el último penique de su deshonrosa pequeña fortuna. Un hombre que, ante su inminente muerte, implorará el perdón de la madre de quien ha sido su víctima, para, una vez concedido, ser redimido sobre el altar de una iglesia, desplomándose haciendo el gesto de la crucifixión de Jesucristo.






TITULO ORIGINAL The Informer
AÑO 1935
DURACIÓN 91 min
DIRECTOR John Ford
GUIÓN Dudley Nichols (Novela: Liam O'Flaherty)
MÚSICA Max Steiner
FOTOGRAFÍA Joseph H. August
DIRECCIÓN ARTÍSTICA Van Nest Polglase
MONTAJE George Hively
REPARTO Victor McLagen, Heather Angel, Preston Foster, Margot Grahame, Wallace Ford, Una O'Connor, Donald Meek, J.M. Kerrigan
PRODUCTORA RKO

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