LOS LOBITOS SE
UNEN A LA FIESTA
Julio C. Piñeiro
Todo buen inicio de temporada debe dejar las cartas descubiertas sobre la mesa y dar pistas de por dónde va a ir el juego. Pues bien, así sucede en el primer capítulo de la ya tercera temporada de True Blood, divertimento visceral de la HBO a manos del genial Alan Ball (creador de la excelente A dos metros bajo tierra y guionista de American Beauty).
Hay que reconocer, antes de nada, que lo cautivador de esta serie no reside en sus líneas argumentales, suficientes, fluidas y hábiles, pero con sabor a tópico y a facilón en algunos momentos. Lo que ha llevado a esta libre adaptación televisiva de las novelas de Charlaine Harris a su ya tercera temporada, así como uno de los productos estrella de la temporada veraniega, es sin duda su espíritu, su estilo macarra, visceral, desenfadado, irreverente y desvergonzado, con tramas de intriga de corte dramática pero rebosantes de humor negro y autoparodia por doquier, todo ello ya presente en su fabulosa cabecera.
Siempre bajo el contexto del eterno enfrentamiento entre humanos y vampiros, en general, y entre vampiros civilizados e integristas, en particular, las líneas argumentales principales, soporte de esta orgía de sexo salvaje, sangre a borbotones, rock & roll y folclore sureño, han variado considerablemente. De una primera temporada en que se buscaba a un asesino en serie, en la máxima expresión de ese ambiente chabacano sureño, pasamos a una segunda en que el desarrollo dramático de la trama se bifurcaba en dos direcciones: por un lado, la preparación de una cruzada antivampírica por parte de una hermandad ultracristiana; y por el otro, una relato donde primaba lo sobrenatural y lo esotérico, acerca de una ménade que embauca al pueblo entero de Bon Temps con su magia negra y sus rituales chamánicos.
Pues bien, la intención de preservar ese estilo que ha llevado la serie a donde está queda patente con la elección de las diferentes líneas, principales y secundarias, que parece que va a seguir el relato. Al mismo tiempo, se intuye una mezcla de géneros que puede resultar muy divertida. Partiendo del punto donde lo dejaron en la temporada anterior, es decir, el secuestro de Bill a manos de no sabemos bien quién, o qué, y su amada Sookie buscándolo a la desesperada, nace el hilo para los dos principales conflictos: por un lado, ya adelantado en la temporada anterior, el “narcotráfico” (de V-Juice, la sangre vampírica auténtica) por parte de los propios vampiros, con sus complicadas estructuras y esferas de corrupción; por el otro, la esperada y esperable aparición de los licántropos, cuyo papel en el conjunto de la serie es todavía muy incierto. Absténgase paralelismos con Crepúsculo: la presencia, muy generalmente enemiga, de hombres-lobo en relatos vampíricos, y viceversa, es una de las características más reconocibles de esos subgéneros, nacidos y madurados en la literatura.
Conformadas ya la intriga criminal y los elementos fantásticos, queda también sitio para las tramas más humanoides y psicológicas. Las creencias religiosas profundas vuelven por sus fueros, con el enésimo intento de la madre de Tara de “enderezar” a su maltrecha hija, con el apoyo del hilarante e inigualable Lafayette. Sam se embarca en una aventura por carretera a la búsqueda de sus padres, en lo que puede ser un interesante reciclaje, en forma de road-movie, de un argumento tan típico (y por ende, muchas veces rancio) de telenovelas sureñas y telefilms de sobremesa. El terreno de los obsesiones y delirios, otro de los puntos fuertes de la serie (y de la narrativa de Alan Ball en general), estará esta vez copado, en principio, por Jason, cuya conciencia de culpa, por el asesinato de Eggs al final de la segunda temporada, llega a afectar a sus instintos más básicos, aquellos por los que el 'hermanísimo' es más reconocible.
Aunque para visiones alucinadas, impregnadas de una implícita carcajada que prosigue a la extrañeza, la de Sam en este primer capítulo, sin duda el momento más “Alan Ball” de lo que llevamos de serie: durmiendo en el motel, sueña que le viene a visitar Bill (hacia el que aún guarda un importante resentimiento), y descamisados ambos, no pueden evitar el deseo de besarse. Sin duda, puede ser el inicio de una divertida subtrama, de contenido y tratamiento delicados, pero que Alan Ball y sus guionistas ya han demostrado saber llevar como nadie.
Si estáis hartos de buffys, de crepúsculos y lunas nuevas, de hermanitas embrujadas, de vampiros romanticoides, virginales y pastelosos, si queréis una serie fantástica pero con un espíritu gamberro y visceral y que, al final de todo, no se tome demasiado en serio a sí misma, True Blood es todo una acierto para disfrutar este verano: todos queremos hacer cosas malas con el prójimo.
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4 comentarios:
Uno de estos días me voy a tomar el tiempo de revisar esta serie desde el principio, porque pese a las buenas críticas que ha recibido jamás me he detenido a ver un episodio.
Saludos.
Pues lo dicho, la primera temporada es bastante buena.
Luego ya abren el grifo con las licencias fantásticas, y el desarrollo argumental no es tan redondo, pero bueno, siempre resulta muy divertida.
Ni que decir tiene que los lectores que hemos seguido la serie sabemos que con la tercera temporada la están cagando todavía más que la segunda. Es muy buena la trama, pero sin duda, no tiene nada que ver con el libro. Siempre lo digo, si hacen una serie basada en un libro, si no se es fiel a él, es mejor hacer otra serie con una simple inspiración o un aire de semejanza.... pero no cagarla tanto en cuanto a lo que se refiere la continuidad de la vida de Sookie Stackhouse... que la verdad están empeñados en basarse en la relación que tiene ella con Bill Compton a lo que es en realidad en el libro... ya que como sabemos, Bill desaparece de su vida...
No he leído los libros, pero no me parece mal que se haga una libre adaptación. Realmente, lo que se debe tomar son los personajes, el escenario, el tono y algunas tramas maestras.
La tercera temporada no me estaba gustando hasta el capítulo 7, cuando True Blood recupera su esencia más pura y gamberra.
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