Abu Raed se encontraba en el último escalafón, ese al que el inolvidable portero de hotel de lujo es degradado. Sin embargo, tal situación no lleva a nuestro entrañable operario de limpieza del aeropuerto a perder su idealismo ante la vida y la esperanza de mejorar el mundo, aunque sólo lo pueda hacer localmente.
Es precisamente esa gorra lo que funciona como catalizador, lo que hace despertar dentro de su ser esa reconocible figura de viejo lobo, voz de la sabiduría, que entretiene a los niños de su humilde barrio con realtos sobre mundos que tantas veces ha imaginado pero nunca pudo conocer.
Poco a poco, su personaje va evolucionando del amable contacuentos de barrio a salvador de la infancia que lo circunda, ayudando en silencio y sin hacer ruído a los niños crecidos entre la amenaza de la guerra, la modestia económica y la violencia doméstica. Nos recuerda a personajes habituales en Louis Malle o Robert Bresson, o incluso de Los Olvidados de Buñuel, héroes anónimos que no han nacido en un escenario lo suficientemente apropiado como para que sus buenas y desinteresadas acciones llenen portadas de prensa nacional o rompan récords de audiencia televisiva.
Muchos dirán que es la enésima instancia del viejo sabio, la versión entrada en años de personajes solidarios y entrañables, que el imaginario occidental identifica enseguida con soñadoras ninfas parisinas o corredores de larga distancia que descansan en la parada del autobús. Abu Raed no será ni de lejos tan recordado, pero sin duda se adentra mucho más que aquellos en la sempiterna pero inevitable lucha entre el bien y el mal. El hombre al que una simple gorra de capitán convierte en icono local, ofrece una versión mucho más realista y terrenal de este arquetipo, inagurado hace muchos años, en tono tragicómico, por un vagabundo granujilla que con su hábil torpeza rescataba del abismo a las almas perdidas que lo rodeaban.
Amin Matalqa nos ha enseñado con esta película, seleccionada por Jordania para la pasada edición de los Oscar, que en el mundo árabe no todo son conflictos bélicos, terrorismo o integrismo religioso, sino que también existen pequeñas historias, locales, anónimas y mucho más comunes, que para sí ya quisieran tantas sociedades occidentales. Y lo ha hecho escogiendo el tono adecuado, que no peca ni de ingenuo ni de lastimoso.
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