Eloy Domínguez Serén
¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para evitar ser objeto de habladurías? ¿En qué grado subordinamos nuestras decisiones al temor al qué dirán? ¿A qué renunciaríamos con tal de no reconocer nuestro fracaso? Tras colaborar con Gracia Querejeta en la escritura del guión de Siete mesas de billar francés, el realizador David Planell debuta en el largometraje con La vergüenza, vencedora de la Biznaga de Oro en la última edición del Festival de Málaga.
Pepe (Alberto San Juan) y Lucía (Natalia Mateo) son un joven matrimonio acomodado. Ambos han adoptado a Manu (Brandon Lastra) apenas un año antes y, desde entonces, los problemas en la pareja se han agudizado hasta el punto de convertir su propio hogar en un auténtico infierno. La paternidad les viene grande y han perdido completamente el control de la situación. Absolutamente desbordados, acuerdan “devolver” al niño. Sin embargo, les atemoriza la reacción de quienes les rodean, el eterno miedo al qué dirán.
La vergüenza plantea una propuesta ambiciosa y atractiva que, sin embargo, se desinfla a medida que avanza el metraje del film. La narración se desarrolla a trompicones de inicio a fin. La excesiva dosis de moralina que Planell introduce en la cinta es contraproducente por explícita y la irrupción en escena de la madre biológica de Manu frustra el desarrollo de lo que más nos interesa de la historia: la relación de dos personas adultas empeñadas en ocultar a todo el mundo lo autodestructiva que es su relación.
Si las grandes virtudes de los cortometrajes de Planell había sido la austeridad de su puesta en escena y la frescura y tenacidad de los largos e intensos parlamentos de sus personajes, en La vergüenza la repetición de este patrón juega en contra de la narración. Así, a menudo tenemos la sensación de asistir a una torpe obra de teatro en la que sobra demasiada verborrea.
A pesar de ser propuestas completamente diferentes, se hecha de menos la ironía, inteligencia y fluidez de anteriores cintas de Planell como Carisma o Ponys, ambas protagonizadas también por Natalia Mateo. En Ponys, de hecho, el montaje fue realizado por Daniel Sánchez-Arévalo, otro cineasta que dio el salto al largo tras hacerse un importante nombre en el mundo del cortometraje. La ópera prima de Sánchez-Arévalo, Azuloscurocasinegro (2006), era una obra completa, ágil y equilibrada, exactamente las características que se echan de menos en La vergüenza.
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