Julio C. Piñeiro
Muchas veces, la solución está más cerca de lo que podríamos pensar. Desde el pasado viernes, la ciudad de Ourense se viste de pasarela para la exhibición de una cuidada y minuciosa selección de cine independiente gallego, nacional e internacional. Una antología de miradas libres y comprometidas en la que tienen cabida desde largometrajes, cortos, animación, documentales y nuevos media, además de una oportuno homenaje a la figura del escritor y filósofo bengalí, Nobel de literatura, Rabindranath Tagore, en el 150º aniversario de su nacimiento, o el (obligado) ciclo de cine sobre el camino de Santiago, en el contexto del Xacobeo 2010.
Y para inaugurar la ya 15º edición del Festival Internacional de la ciudad gallega, nada mejor que 18 comidas, la última película de uno de los realizadores gallegos más consagrados, Jorge Coira (Entre bateas, El año de la garrapata), proyectada por primera vez en el Festival de Taormina el pasado mes de junio y que llegará a las pantallas convencionales en noviembre. El cineasta nos ofrece un mosaico de risas, y también algunas lágrimas, estructuradas a lo largo de un solo día, con Santiago de Compostela como escenario simbólico, particular a la vez que universal. Un guión en la mejor tradición de Robert Altman o Paul Thomas Anderson, que nos ofrece a modo de caramelo, con humor, ironía, desenfado, pasión y sentimiento, una versión rica y poliédrica del choque de culturas (se hablan hasta cuatro lenguas diferentes en la película) y de vivencias en una urbe pequeña y respirable pero por la que circula a diario todo tipo de gente de todos los rincones del mundo.
La gastronomía y el placer culinario, en sus diferentes formas, colores y funciones, funciona como un idóneo leit-motiv, desde lo sensorial de su disfrute hasta lo significativo de sus momentos, desde el desayuno más matinal hasta la cena prolongada hasta altas horas de la madrugada, pasando por reveladoras sobremesas. El devenir de la cotidianidad más pura y dura y el paso del tiempo queda perfectamente reflejado en las breves y silenciosas secuencias de un matrimonio octogenario, que sirven como pegamento a tramas maestras tan dispares y un como una inesperada muerte, cuentas pendientes del pasado, la supervivencia diaria, enfrentamientos familiares, la búsqueda de una existencia más apasionante, relaciones en crisis y otras que se resisten a arrancar.
Un total de dieciocho historias, y sus pertinentes y sutiles conexiones, que nos dan parte de la mayoría de sensaciones que tienen lugar en la vida humana pero concentradas en un corto tiempo y espacio, y en las que el espectador se verá reflejado a la fuerza de algún u otro modo. Lo que precisamente hace cercanas y sinceras a estas representaciones es el determinante factor de improvisación con el que han sido engendradas, que permite a los actores crear a sus personajes sin ataduras y huyendo de los clichés, moviéndose como peces en el agua y transmitiendo esas mismas sensaciones a una audiencia que se sentirá como en casa. Las particularidades técnicas naturalmente derivadas de esta forma de hacer cine, arriesgada pero finalmente lograda, como son una cámara por momentos inquieta y un montaje algo más acelerado de lo convencional, se embuten en la historia enseguida y por tanto no chirrían en ningún momento.
Ficha técnica
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