miércoles, 6 de febrero de 2008

EL HUEVO Y LA GALLINA. El eterno debate sobre el cine español


CARA Y CRUZ DEL CINE ESPAÑOL

En el presente artículo me gustaría, a riesgo de parecer previsible, obstinado y poco original, plantear un argumento casi tan viejo como el cinematógrafo, debatido por moros y cristianos hasta la extenuación y en el que, cada vez más, la mayoría de las voces parecen converger en un mismo punto crítico. El tema en cuestión es: ¿se hace buen cine dentro de nuestras fronteras?

Para proponer este controvertido tema, he considerado oportuno ceder la palabra, en esta ocasión, a alguien que sabe mucho más que yo y a alguien que presumiblemente sabe también lo suficiente sobre el asunto. Con este propósito, he considerado oportuno recuperar dos documentos publicados en la sección de opinión de la versión digital del periódico nacional El País, de principios del presente año.

En el primero de ellos, titulado ‘El misterio del cine español’, un autor anónimo expone una tesis en la que resalta el notable descenso de afluencia de público a las salas durante el curso pasado, en especial, según él, en el apartado del cine español. Ésta y otras premisas, como “la contradicción” de que las dos únicas nominaciones españolas en los premios Oscar en 2007 provengan de producciones extranjeras, sirven al autor para fundamentar una reflexión crítica acerca de las producciones hechas en nuestro país, que, siempre según su punto de vista, “se han encerrado en un manierismo espeso, limitado a tres o cuatro fórmulas (…) adocenadas por un talento generalmente dudoso”.

El segundo de los textos que he adjuntado en esta entrada es la réplica expresa del director bilbaíno Álex de la Iglesia al artículo anterior, publicada también en el periódico dirigido por Javier Moreno, bajo el título de ‘Carta a El País de un cineasta del país’. El director de El día de la Bestia o La Comunidad replica, uno por uno, a todos los argumentos de ‘El misterio del cine español’, señalando, por ejemplo, que las malas cifras de taquilla del curso pasado, no sólo afectaron al cine español, sino a todo el cine en general. “Baja el cine porque todo el mundo tiene uno en casa, con Dolby Digital. El culpable es el DVD y las descargas por Internet, lo sabe todo el mundo”, denuncia el vizcaíno. Además, de la Iglesia desmiente la denuncia del autor anónimo de la supuesta falta de éxito y originalidad de las cintas españolas, remitiéndose a ejemplos como El Orfanato, El Laberinto del Fauno, La Soledad o, más recientemente, Los Cronocrímenes.

A las argumentaciones de uno y otro podrían añadirse, qué duda cabe, océanos de tinta, sin embargo, el abanico de controversias tratados aquí será suficiente para abrir el apetito a los amigos de los debates. Lean y juzguen ustedes mismo, yo ya lo he hecho.


EL MISTERIO DEL CINE ESPAÑOL

El cine español vive en una aparente contradicción. Javier Bardem ha sido nominado para el Oscar al mejor actor secundario y Alberto Iglesias, para el de mejor música original. Pero, al mismo tiempo, 2007 ha sido uno de los peores años en cifras del cine en España y, también, del cine español. Es el "vivo sin vivir en mí" y el "muero porque no muero" de Santa Teresa. Pero la contradicción desaparece cuando los hechos se examinan de cerca. El que la Academia de Hollywood seleccione a dos actores españoles es una distinción extraordinaria; pero el trabajo de ambos se enmarca en producciones estadounidenses. No es exactamente cine español lo que se reconoce con los galardones.

Las cuentas del cine en 2007 no admiten discusión: el cine español bajó de 19 millones a 12,5 millones de espectadores y el extranjero, de 97,5 a 85 millones. La paradoja es que, probablemente, el ciudadano español ha visto más cine que nunca. Tan pésimos números, que los medios de comunicación más conservadores suelen airear con gozo de papanatas, por más que lo coherente con su tradicionalismo sería que reivindicaran lo propio, remiten al cine visto en las salas, aquel en el que es necesario sacar una entrada para verlo. No se dice nada de las ventas de DVD, de las descargas en Internet, de la piratería y de las proyecciones en las cadenas de televisión.

Con unas cuentas o con otras, parece demostrado, sin embargo, que el cine español en pantalla interesa cada vez menos. Con la coartada de la calidad, discutible en cualquier caso, las producciones españolas se han encerrado en un manierismo espeso, limitado a tres o cuatro fórmulas -la guerra civil, el drama social y la comedia de costumbres- que, adocenadas por un talento generalmente dudoso y por la ausencia de una industria que identifique las preferencias del mercado, ha acabado por hastiar al espectador. A la vez, la capacidad de autocrítica y de superación de los estereotipos brillan por su ausencia. El cambio es urgente, porque no son las subvenciones las que van a llenar las salas para ver películas producidas en España.


CARTA A EL PAÍS DE UN

CINEASTA DEL PAÍS

por Álex de la Iglesia

Hace unos días tuve oportunidad de leer un artículo (sin firmar) en la página de opinión de este periódico [El Acento, 24 de enero de 2008] poniendo a parir al cine español en su conjunto, recomendándonos a todos poco más o menos que lo dejáramos y nos dedicáramos a otra cosa, que les haríamos un favor a los espectadores, hartos de nuestra torpeza. Si hablasen de mí lo entendería, porque para eso me pagan. Es mi trabajo y estoy acostumbrado. Pero lo que resulta indignante es que se juzgue con esa pasmosa ligereza a todo un gremio, a la profesión en su totalidad.

¿Se imaginan a alguien diciendo "todos los escritores de este país son aburridos", o "los pintores españoles cansan con sus cuadros de siempre", o "basta ya, por favor, de zapatos españoles, preferimos los italianos"?

Lo que realmente duele de estos palos no es la rotundidad con la que se formulan, sino todo lo contrario, lo alegremente que se escriben, como sin darles importancia. Da la impresión de que no afectaran a nadie. Y ahí se equivocan, porque el cine español no sólo somos cuatro torpes directores sin talento, sino cientos o miles de profesionales que viven de nuestras películas, muchas familias que tienen que buscarse la vida haciendo cualquier otra cosa, porque esto del cine cada vez se lo ponen más difícil.

Nadie nace sintiéndose parte de eso que se llama cine español. De hecho, cuando era joven era tan idiota que creía que mis películas iban a cambiar las cosas. Con los años he conocido a los profesionales que lo componen. Por eso puedo decir que estoy orgulloso de estar ahí, porque sé lo increíblemente doloroso que puede llegar a ser un rodaje, el milagro que supone el estreno de una película en un cine, y no digamos convertirla en un éxito.

Yo no puedo quejarme. Soy un privilegiado, pero intento no perder la perspectiva: amigos míos no tienen la suerte que yo. He visto películas magníficas que no duraban una semana en cartel y desaparecían para siempre. Por eso me gustaría comentar ese artículo. No sólo hablaba de mí, hablaba de amigos míos. Es cierto que no tengo ninguna necesidad. No es nuestro trabajo hablar de cine, sino hacerlo. Sin embargo, tengo la sensación de que es importante responder: si callamos parece que estamos de acuerdo, y os aseguro que no es así.

El artículo comenzaba hablando de cifras, y viene a decir que el cine español ha perdido 6,5 millones de espectadores. Estos datos dieron la vuelta a España en todos los periódicos. Lo gracioso es que, siguiendo esas mismas cifras, el cine "extranjero" ha bajado 12,5 millones. Casi el doble. O sea, que la noticia real es que todos los cines bajan, el francés, el inglés, el americano... No sólo el español, que curiosamente baja menos que el resto. Baja el cine porque todo el mundo tiene uno en casa, con Dolby Digital. El culpable es el DVD y las descargas por Internet, lo sabe todo el mundo. ¿Por qué cargar las tintas sobre el cine español? No lo entiendo.

Otra noticia falsa que nos tuvimos que tragar esos mismos días señalaba que la película más taquillera del año pasado fue Piratas del Caribe 3. Bueno, pues resulta que el Ministerio de Cultura no contabilizó los tres últimos meses (no me pregunten por qué). Contando el año entero, la más taquillera del año pasado fue una española, El orfanato, la espléndida película de Juan Antonio Bayona. ¿No es asombroso y terrorífico que nos echemos piedras a nuestro propio tejado?

En el artículo se menospreciaba, al mismo tiempo, el éxito de Javier Bardem y Alberto Iglesias con sus nominaciones a los Oscar, porque el trabajo de ambos "se enmarca en producciones hollywoodenses". ¿Menospreciarían los británicos el trabajo de John Hurt en mi película porque trabaja en una producción española? Además, ¿en qué industria cinematográfica han visto los americanos el trabajo de Javier y Alberto? ¿En la coreana? Dice el artículo "no es exactamente el cine español lo que se reconoce en los galardones". ¿Qué pasa? ¿Un actor o un músico español deja de serlo porque trabaja fuera? ¿Deja de ser español Fernando Alonso porque trabaja con Renault?

El último párrafo es realmente cruel. "Con unas cuentas o con otras, parece demostrado que el cine español interesa cada vez menos". Yo creo que está ocurriendo exactamente lo contrario, tras los últimos éxitos de El orfanato, El laberinto del fauno, Las 13 rosas, REC, y tantas otras, entre ellas la de un gordo impresentable que era número uno en taquilla el mismo fin de semana que se publicaba el artículo. Y después, ¿qué película era la más vista? Mortadelo, y no me parece precisamente una película extranjera.

Dice el artículo que nos limitamos a "tres o cuatro fórmulas" -la Guerra Civil, el drama social y la comedia de costumbres-. ¿Es eso cierto? Creo que no. No ahora. El cine de género ha vuelto, vemos películas de terror, suspense, vemos comedias y dramas, y además las nuevas generaciones apuntan alto: Los cronocrímenes, la estupenda película de Nacho Vigalondo, tiene dificultades para estrenarse aquí, en España, pero no para estrenarse en Estados Unidos. Las películas que se hacen en este país puede que sean mejores o peores, como todas, pero no son previsibles. No más que las de Hollywood, se lo aseguro, y si no pregúntenselo a Sandra Bullock. A todos nos gustaría poder ser igual de previsibles que Piratas del Caribe 3, pero no podemos porque necesitaríamos aumentar nuestro presupuesto unas cien veces para rodarla, y quinientas veces para promocionarla. Sin embargo, luego competimos en igualdad de condiciones y Jack Sparrow nos saca de los cines porque necesita nada menos que ochocientos cincuenta.

Pero actualmente, el cine que se hace en este país es muy diverso. El orfanato y La soledad compiten juntas en nuestros premios, y gracias a los académicos, la ganadora, cuya vida comercial en las salas había finalizado, puede tener una nueva oportunidad.

Una de las armas que a algunos periodistas les gusta utilizar es insistir en que el cine español está subvencionado, que malgastamos el dinero del contribuyente en tonterías que no interesan a nadie, que vivimos del cuento. Esto es injusto. Una vez decidí producir una película. Tuve que hipotecar dos veces mi casa para pagar los intereses de los créditos y así poder rodarla. Todavía tiemblo al pensar que puse en peligro a mi familia por una película. Para acabarla necesité seis veces el dinero que me otorgaba el Ministerio de Cultura. La subvención me llegó un año después del estreno, y con ella pagué lo que debía en hoteles y laboratorios.

Las subvenciones ayudan al cine, para eso están, como ayudan las que reciben los del teatro, los deportistas, los agricultores, los farmacéuticos o tantos otros. Pero no protegen. Yo no puedo comprar naranjas marroquíes en España, aunque se encuentren a 14 kilómetros y sean diez veces más baratas. Tengo que comprar naranjas españolas. ¿Se imaginan que ocurriera lo mismo con el cine?

Los productores en España se juegan la piel, como muchos otros profesionales, pero pocos son menospreciados en los periódicos como ellos. La gente no lo sabe, y por eso escribo este artículo. Creen que los del cine vivimos una fiesta continua, rodeados de canapés y champán. Y así debe ser, porque nadie va a ver una película de alguien que nos aburre con sus problemas.

Ahora bien, otra cosa es proyectar una visión malintencionada de nosotros. Lo que se decía en ese artículo sobre el cine que se hace en este país no es cierto. Y titular otro artículo "¿Por qué no gusta el cine español?" es tendencioso. Parece que existe la intención de darlo por hecho. Sería más respetable decir "¿Gusta el cine español?".

El público, a mi entender, y dicho desde la más profunda humildad, sigue apostando por nosotros. Nunca vamos a superar las cifras del cine americano porque literalmente es imposible, pero alguna que otra vez, gracias al público, lo conseguimos. Son algunos medios de comunicación (por razones que no voy a entrar a considerar aquí) los que intentan cambiarlo.

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viernes, 18 de enero de 2008

CARAMEL [Sukkar banat] de Nadine Labaki (2007) Líbano


ORIENTE (MUY) PRÓXIMO

Eloy Domínguez Serén


Oriente Próximo nos ha deleitado (e impactado) a lo largo del nuevo milenio con magníficos filmes (muchos de ellos de coproducción europea) que nos han abierto decididamente las puertas de un mundo del que en Occidente, a pesar de recibir a diario información casi exclusivamente de los capítulos más amargos que en él acontecen, todavía conocemos poco o nada. Se trata de un gesto apelativo, una apertura realizada desde dentro, invitándonos (y desafiándonos al mismo tiempo) a una inmersión en un contexto en el podemos ejercer de testigos de las diversas realidades sociales existentes en esta zona del planeta. Estas realidades vienen filtradas a través de una serie de autores que, a pesar de haber crecido y respirado en un mundo, en muchos aspectos, diverso al nuestro, tratan de narrar las vivencias de personajes con aspiraciones no muy lejanas a las de cualquiera de nosotros: buscar su lugar en el mundo y habitar en él del mejor de los modos posibles. Este es el caso de destacables obras de gran calidad como “Un tiempo para caballos borrachos” (2000), “Osama” (2003) (en este caso sería más correcta hablar de Oriente Medio), “Las tortugas también vuelan” (2004) o “Paradise Now” (2005). Sin embargo, todas estas películas tienen un intenso denominador común: se trata de historias terribles, desgarradoras, estremecedoras; auténticos dramas narrados con un aplastante sentido crítico y reivindicativo. Estos filmes ejercen de amargos espejos que reflejan y plasman realidades aterradoras, que azotan cíclicamente la conciencia del espectador occidental, requiriéndole que no olvide el drama que viven millones de personas que también coexisten en este planeta junto a él. Sin embargo, y paradójicamente, la afluencia de películas como estas hace necesaria también la llegada a nuestras salas de obras como la cinta libanesa “Caramel” (2007), film que, desmarcándose de la crudeza del registro de las anteriores, nos sumerge en la misma región del planeta a través de personajes cuyos miedos, esperanzas y sueños transcurren en un contexto, al menos en apariencia, menos próximo (que no ajeno) al peligro inminente de la guerra, la violencia extrema o las ocupaciones territoriales.

Este primer largometraje de Nadine Labaki, en el cual ha ejercido también de protagonista y coguionista, supone, a través de las historias de cinco mujeres que comparten retazos de sus vidas en el interior de un centro de belleza de Beirut, un hermoso acercamiento a una sociedad a mitad de camino entre oriente y occidente. El local en cuestión ejerce de testigo privilegiado de la convivencia de diferentes generaciones de mujeres libanesas, de sus relaciones, confesiones y ambiciones. Mujeres de no sólo diferentes edades, sino también de diversas condiciones religiosas, morales o sociales, que charlan desenfadadamente de belleza, matrimonio o sexo. Un microcosmo en el que el intruso masculino no tiene cabida (salvo en una divertida excepción), una isla femenina donde son ellas quienes tienen el poder. Cada uno de los personajes principales, interpretados por actrices no profesionales, deberá enfrentarse a sus propios fantasmas, ya sea la dura soledad producto de un desengaño amoroso, la batalla perdida contra el tiempo y el envejecimiento, la decisión entre la búsqueda de la felicidad o el sometimiento al peso de la responsabilidad o el miedo a contradecir unas convicciones sociales férreas materializadas en tabúes.

“Caramel”, que debe su título a la dulce mezcla de azúcar, jugo del limón y agua utilizada en la depilación en algunos países árabes, es una cordial muestra de cotidianeidad, amistad e intimidad. A pesar de significativas “advertencias” contra arcaicos aspectos culturales libaneses, el posible discurso de crítica social permanece tan sólo latente, cubierto bajo una superficie narrativa predominantemente afable. Todo el film cuenta con una estética visual potente, hermosa y cuidada, cromáticamente intensa e irradiante de sensualidad, encarnada en la voluptuosa Layale (interpretada por la propia Labaki) y su mirada magnética, intensa y hechizante, aunque siempre melancólica. Como en toda vida real, se suceden escenas entrañables, como la conversación simulada entre Layale y el benévolo policía o los románticos encuentros encubiertos entre Rima y su hermosa clienta, y escenas conmovedoras, como la esperpéntica prueba de casting de Jamale o la relación entre la costurera Rose y su hermana Lili. Como guinda al pastel, toda la obra viene acompañada de una dulce, suave y melódica banda sonora. Todos estos elementos hacen de “Caramel” un dulce de deliciosa degustación.

Título: Caramel

Título original: Sukkar banat

Dirección: Nadine Labaki

País: Francia, Líbano

Año: 2007

Duración: 95 min.

Reparto: Nadine Labaki, Yasmine Elmasri, Joanna Moukarzel,

Fotografía: Yves Sehnaoui

Guión: Jihad Hojeily, Nadine Labaki, Rodney El Haddad

Montaje: Laure Gardette

Música: Khaled Mouzannar



Eloy Domínguez Serén

Milán (Lombardía) - Italia

eloy_ds16@hotmail.com

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viernes, 7 de diciembre de 2007

PARANOID PARK (2007) de Gus Van Sant



JUVENTUD, BELLEZA, MUERTE, VAN SANT

Eloy Domínguez Serén


Con Last Days (2005), la crítica dio por concluida la llamada ‘Trilogía de la Muerte’ del director Gus Van Sant, que había iniciado en 2002 con la mala acogida de Gerry. Al experimento protagonizado por Matt Damon y Casey Affleck, lo sucedió el éxito de Elephant (2003), vencedora de la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes en la edición de ese año. Sin embargo, el actual realizador-icono de la esfera independiente americana quiso ampliar este ciclo sumergiéndose, una vez más, en una desalentada psicología adolescente en la que ya había indagado no sólo en dicha trilogía, sino también en films como el aclamado El Indomable Hill Hunting (1997) o en el poético road-movie Mi Idaho Privado (1991), en el que el director estadounidense conoció a una de las personas que, a la postre, más influiría en la futura temática de su futura filmografía: el fallecido River Phoenix. Van Sant, a quien un lúcido crítico estadounidense definió sabiamente como el “poeta de los inadaptados”, canalizó su sufrimiento por aquella prematura muerte en un libro titulado ‘Pink’ y evolucionó en su análisis de los entresijos de una juventud que había desmenuzado en Mi Idaho Privado.

Paranoid Park, definida por el propio director como “una visión de 'Crimen y castigo' en el mundo de los adolescentes que practican el skate-boardrepite”, penetra en la mente de un joven adolescente melancólico, solitario, impertérrito, hasta que un terrible suceso fortuito sacude todo su universo[1], sumergiéndolo en un agitado pantano de culpa y remordimiento. De este modo, el protagonista, Alex, se hunde en un claustrofóbico cosmos adolescente en el que los adultos no tienen cabida, hecho que el director subraya conscientemente desenfocando u ocultando las figuras de los distantes genitores.

Uno de los atractivos de este film radica en la soberbia dosificación de la información que nos ofrece un montaje muy particular, característico del nuevo cine de Van Sant, en el que se llevan a cabo inteligentes y frecuentes saltos temporales en torno a la acción clave del film. Así pues, la misma escena es presentada de diversos modos en varios momentos de la película, a través de los que se va desvelando paulatinamente toda la trama.

Otro factor notable de la obra es la inserción de dinámicas escenas a cámara lenta de skaters[2] en plena acción, rodadas en un exquisito súper 8 granulado bajo la dirección fotográfica de Rain Kathy Li. El resto del film, rodado en 35 mm con dirección de fotografía del australiano Christopher Doyle, asiduo colaborador del hongkonés Wong Kar-Wai, se apoya en intensos y acompasados primeros planos sobre el mustio protagonista, Gabe Nevins, actor no profesional al que Van Sant descubrió a través de la página web MySpace.com y cuyo trabajo afrontando un papel exento de exigencias interpretativas, es simplemente correcto[3].

La cámara acompaña al lacio adolescente a lo largo de interminables pasillos de instituto y tristes calles de Portland hasta el templo de las almas perdidas, Paranoid Park, “un lugar donde tienes la impresión de que, por muy mal que esté tu familia, siempre habrá alguien en una situación peor que la tuya”. Aquel lúgubre lugar, tal vez el único en el que nuestro protagonista se siente cómodo, será también testigo de la tragedia del joven.

Es notable la capacidad de Gus Van Sant para lograr amenizar el seguimiento de un film con un ritmo esencialmente lento, escasos diálogos o narración y una historia tan sencilla, cuya visión se convierte en un auténtico acto de placer. ¿Cómo logra entonces Van Sant un resultado tan óptimo con un contenido tan limitado? A través de la forma, una brillante forma, un placentero experimento estético. Escenas de extrema belleza y profundidad psicológica[4], lugares que se convierten en personajes propios, tablas de skate que conforman dinámicas pinceladas sobre la pantalla. Y todo acompañado siempre de una banda sonora majestuosa, que en tantas ocasiones relega al personaje principal a un segundo plano. Es el triunfo de lo escueto, la divinidad de la sencillez. Una maravillosa poesía minimalista.




[1] En un forcejeo desafortunado, Alex empuja a un guardia de seguridad a las vías del ferrocarril donde, literalmente, las ruedas de un tren lo parte por la mitad. Una muerte inútil, cruel. Una escena espeluznante con tintes de morbosidad.

[2] La escena casi onírica en la que un skater intenta salir de un túnel bloqueado en sus dos extremos por una verja es una auténtica genialidad simbólica. Tras causar la muerte del guardia, Alex intenta buscar una solución que lo saque del espantoso embrollo, sin embargo sabe que no hay salida posible y que tarde o temprano deberá pagar por su pecado.

[3] Las limitaciones interpretativas del joven actor quedan patentes en la escena en la que ve en televisión la noticia de la muerte del agente de seguridad ferroviaria.

[4] La escena en la que el protagonista, después del accidente, se ducha intentando limpiar su culpa con el sonido de aves de fondo, símbolo de la libertad que podría perder si es descubierto, es simplemente magistral. La ya antes mencionada escena en la que skaters se deslizan a cámara lenta a lo largo de oscuros túneles al final de los cuales hay una luz de esperanza, es un duro momento de tensión dramática, pero también una escena de una factura admirable. También digna de mención la escena en la que Alex quema la extensísima carta en la que plasma todos sus sentimientos de culpa respecto a la muerte del guardia.


Eloy Domínguez Serén

Pontevedra (Galicia)

eloy_ds16@hotmail.com

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miércoles, 14 de noviembre de 2007

JUVENTUD SIN JUVENTUD [Youth withouth youth] de Francis Ford Coppola (2007) Estados Unidos


OBSESIONES DE JUVENTUD

Eloy Domínguez Serén


Decía Francis Ford Coppola en la Festa del Cinema de Roma que no tenía ni tiempo ni ganas de buscar financiación para sus películas, por lo que prefería costearlas él mismo a través de su productora American Zoetrope. Probablemente ha sido una sabia opción, ya que es muy probable que el veterano y brillante director habría tenido con este proyecto de “redescubrimiento como artista” tantos problemas para lograr el apoyo de una productora que le permitiese libertad creativa como los que ha tenido que salvar recientemente, a base de confianza y mucha, mucha lucha, el siempre controvertido Darren Aronofsky en su elaboradísima pero, tal vez, demasiado presuntuosa La fuente de la vida (The fountain, 2006). Youth withouth youth, primer film como director de Coppola desde “Legítima defensa” (The Rainmaker, 1997), es un considerable esfuerzo intimista en el que una potente y desgarrada historia de amor nos sumerge en una interesante reflexión acerca de, según las palabras del realizador, “el tiempo, la conciencia y la base fantástica de la realidad”.

Nos hallamos ante una película atractiva, original, cuyo reparto encabeza un serio Tim Roth acompañado de la bellísima Alexandra Maria Lara y el siempre eficiente Bruno Ganz. La obra, adaptada por el propio Coppola de la novela “Tiempo de un centenario” del rumano Mircea Eliade, se presenta como un invite a la meditación, pero también como un desafío a, primero descubrir, luego interpretar, las complejas piezas de este confuso mapa que trata de transportarnos a los cimientos de nuestra civilización, proponiendo la seductora tesis del nacimiento del lenguaje como el origen de nuestra consciencia. Sin embargo, a la dificultad que supone procesar toda la información que el director nos transmite a un ritmo, en ocasiones, frenético incluso para nuestra atenta mirada, se suma una narración en la que tenemos frecuentemente una sensación de ambigüedad, con algunas escenas que parecen atropellarse. De este modo, la trama deja una creciente huella de incertidumbre que, junto a una siempre inevitable sombra de inverosimilitud, puede llegar a provocar ansiedad en el espectador.

Dicha incertidumbre hace que la reflexión acerca de Youth withouth youth sea uno de esos platos que se deben de servir fríos. La información comienza a digerirse tras la proyección, cuando nos dirigimos a nuestras casas mirando al suelo y esforzándonos por exprimir nuestro cerebro en busca de despejar el dilema que la experiencia de esta visión nos ha dejado. Sólo a nosotros corresponde la decisión de aceptar, o no, el reto de Coppola. Mientras tanto, nos preguntamos si este gigante viscontiano ha dicho ya su última palabra o si, por el contrario, volverá algún día al firmamento cinematográfico, cual ave fénix, regalándonos una nueva obra maestra. Esperamos ansiosamente.




Eloy Domínguez Serén

Milán (Lombardía) – Italia

eloy_ds16@hotmail.com

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