LA MAGIA DE WILFRID
‘EL ZORRO’
por Eloy Domínguez Serén
A menudo, Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957) ha sido considerada una obra atípica en la filmografía de Billy Wilder. No en vano, existen dos circunstancias que apoyan en gran parte esta conjetura. Por un lado, tal y como admite el propio realizador en una de las muchas entrevistas recogidas por Cameron Crowe en Conversaciones con Billy Wilder, la intención de este film era crear una intriga al estilo de las de Alfred Hitchcok, aunque, no obstante, posiblemente el maestro del suspense “se habría sacado más trucos de la manga”, según Wilder. Por otro lado, la cinta adapta una pieza teatral de Agatha Christie, una autora con un estilo muy definido, que dotaba a todas sus obras de estructuras precisas y bien hilvanadas y, por lo tanto, difícilmente modificables.
Por otra parte, uno de los aspectos más reprochados por los detractores de esta película es la artificiosa resolución de la trama, carente, según ellos, de la lucidez característica de algunos de los finales maestras de Wilder, como Con faldas y a lo loco o Irma la dulce. Y es que, para el espectador contemporáneo, es muy complicado ceder ante el excesivo “rizar el rizo” del manierista desenlace de la historia; por no hablar del hecho de tener que pasar por alto algunos aspectos chirriantes, como el más que estridente olvido de la principal prueba del juicio (el cuchillo con el que se perpetró el crimen) sobre una mesa, al alcance de la despechada Marlene Dietrich; o la forzosa irrupción del absurdo personaje de la amante de Leonard Vole (Tyron Power), introducido sin la característica sutileza que Wilder tan bien supo heredar de Ernst Lubitsch.
Sin embargo, esta tesis sería, bajo mi punto de vista, fácilmente matizable, cuando no desechable. Sin ir más lejos, Testigo de cargo encierra una de las improntas que ha hecho de Wilder uno de los más grandes de la historia del cine: más de medio siglo después de su estreno, la película conserva intacta su frescura, su originalidad, su magia. Asimismo, no es complicado hallar en la cinta algunos de los elementos más explorados en la filmografía wilderiana: el engaño, la susceptibilidad de la identidad, la fragilidad de la moral, el deterioro de las relaciones humanas... No obstante, algunos de los rasgos del memorable sir Wilfrid Roberts, brillantemente interpretado por Charles Laughton, estarán muy presente en el personaje principal de la posterior La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, 1970); así como, según algunos críticos, el personaje de Leonard Vole tiene reminiscencias del Joe Gillis interpretado por William Holden en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950).
Otro aspecto que caracteriza al cine de Wilder y cobra gran fuerza en esta película son los inolvidables personajes secundarios: desde la parlanchina enfermera interpretada por Elsa Lanchester hasta la malhumorada sirviente encarnada por Una O’Connor, pasando por el simpático Carter y el irónico juez; protagonistas, todos ellos, de algunas escenas inolvidables.
Otro de los sellos de calidad del director de El apartamento son los magníficos diálogos que infiere a sus obras y que impregnan todo el metraje de esta cinta, especialmente en la hilarante relación entre el cascarrabias sir Wilfrid y la perseverante Miss Plimsoll. “Señorita Plimsoll, si fuese usted una mujer la azotaría ahora mismo”, dice el abogado a su enfermera en un momento de la historia. Pero, sin duda, la mejor línea de diálogo de la película es cuando el propio letrado señala, en la última escena, que Christine Vole (Marlene Dietrich) no ha asesinado a su marido, sino que lo ha “ejecutado”.
En cuanto a los personajes principales, tanto Dietrich como Power están esplendidos en sus respectivos papeles: sensual, fría y desesperadamente enamorada ella; meticuloso, encantador y farsante, él. Pero, si hay algo que destaque absolutamente por encima de cualquier otro elemento del film, es la sobresaliente interpretación de Charles Laughton en la piel del astuto, tenaz, veterano, ácido, agotado, enrabietado e inteligente Wilfrid Roberts, “el mejor abogado de Londres”. Cómo olvidar la escena en la que el orondo y curioso letrado se divierte, como si fuese un crío, con su último ‘juguete’, una plataforma que lo sube y baja a lo largo de las escaleras; o sus hábiles artimañas para desenmascarar a Christine Vole. De hecho, el propio Billy Wilder llegó a decir del actor británico que fue “el mejor actor que ha existido nunca”. Una lástima que ambos no hubiesen vuelto ha trabajar juntos en Irma la dulce, tal y como habría deseado.
5 comentarios:
Ciertamente, creo que, en el caso de críticas negativas, es un tanto injusto criticar el final por su poca verosimilitud... SI por erosimilitud fuera, se podrían criticar muchas películas que se consideran obras maestras... El cine, incluso el documental, no deja de ser, en el fondo, un artificio
Además, el hecho de que, una vez se ha visto la película (y por lo tanto, se conoce el desenlace) para el espectador es tan disfrutable como la primera vez: lo importante son las ricas caracterizaciones, las relaciones entre personajes y esos temas claramente Wilderianos (muy bueno el paralelismo con su película sobr Sherlock Holmes) que son evidentes a lo largo de la película... El humor es tan importante como la intriga.
Por cierto, como admiradora de Laughton que soy, me gustaría que los elogios de Wilder se repitieran con tanta frecuencia como la famosa frase de Hitchcock de no dirigir ni a niños, ni a animales, ni a Charles Laughton... Directores como Wilder, Preminger, Renoir o Lubistch trabajaron encantados con él...¿ no es un poco injusto que se le tache de "actor difícil" porque no se acabó de entender con Hitchcock o Sternberg?
Y por cierto, los miembros del equipo y reparto de "la Noche del cazador" coincidían en que Laughton era uno de los mejores directores con los que habían trabajado. Digamos que el método de Laughton, siempre abierto a la creatividad, experiencia y sugerencias de los miembros de su equipo y reparto, era la antítesis del Direcor-autócrata que era, por ejemplo Sternberg.
Desconozco si Laughton era tan insufrible como algunos lo han descrito o no. A su favor está admiración que sentía por Billy Wilder, uno de los más grandes. Además, lo que no es discutible es que era un prodigio de la interpretación. Klaus Kinski y Werner Herzog se odiaban a muerte y juntos hicieron joyas como 'Fitzcarraldo'. Por otra parte, uno de los actores actuales con los que se dice que es más difícil trabajar es Phillip Seymour Hoffman y personalmente creo que es genial. Al fin y al cabo, lo que cuenta es lo que el espectador ve en pantalla. Y, en ese sentido, Charles Laughton era uno de los mejores
Eloy, habiendo leido tanto biografías de Laughton como de la gente con la que trabajó, me parece que las tan comentadas "dificultades" de las que hablan algunos, se deben básicamente a que Laughton trabajaba a fondo sus personajes, y a veces, eso molestaba a algunos directores que tenían una idea determinada de como tenían que ser esos personajes (en resumen, una diferencia de pareceres). Como te he comentado, si un director tenía una idea muy cuadriculada de lo que quería. Por eso Wilder, que sabía apreciar el trabajo de un buen actor, lo apreciaba: pero Wilder era de los que consideraban que los actores eran personas, mientras que Hitchcock o Sternberg los consideraban ganado o marionetas de la voluntad del director.
Pero en todo caso, eran dificultades debidas a la profesionalidad de Laughton, es decir, el querer ofrecer la mejor interpretación posible al espectador. Laughton no llegó nunca al extremo de montar tanganas como Klaus Kinsky, ja, ja... (aunque, piensa una, que es ese caracter de Kinski precisamente el que le da ese toque tan especial a su trabajo).
Que esa preocupación de Charles por hacer su trabajo (aún cuando el director sólo le pidiera "estar ante la cámara y decir sus puñeteras líneas") le haya comportado una reputación de actor caprichoso me parece injusto. Laughton nunca fué de los que eran incapaces de trabajar en el plató porque llegan colocados (o borrachos) al estudio, ni de los que se negaba atrabajar en un filme si no le daban una roulotte con Jacuzzi o tenía un campo de golf a 5 minutos del lugar de rodaje...
El ejemplo de Phillip Seymour Hoffman que me has puesto es muy bueno... seguramente es más fácil trabajar con Brad Pitt que con él... pero compara el trabajo que hacen en pantalla y no hay color!
"¿Quieres besarme encanto?"
Es una de las películas con los diálogos más insultantemente geniales que he visto. Y Marlene Dietrich... genial.
No tengo mucho más que agregar a tu estupenda reseña. Concordamos en varios de los puntos que mencionas, como pudiste ver en la reseña que escribí en mi sitio.
He aprovechado de enlazarte en los dos blogs de cine que manejo.
Nos estamos leyendo,
Saludos.
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