domingo, 10 de enero de 2010

DONDE VIVEN LOS MONSTRUOS - Where the wild things are (2009) de Spike Jonze



EL NIÑO QUE PUDO REINAR

Julio C. Piñeiro

Spike Jonze vuelve al cine de ficción siete años después de la excelente Adaptation, tras varias años ocupado en la industria que lo ha hecho grande, el videoclip, del cual sigue siendo uno de los principales referentes.

Extraña tanta tardanza en volver a tomar las riendas de un proyecto cinematográfico, dada la gran acogida que tuvieron en su día (y siguen teniendo) sus dos primeras películas, la sorprendente (y algo bizarra) Cómo ser John Malkovich y la mencionada Adaptation, que en un corto intervalo de tres años, convirtieron al realizador en una de las grandes promesas del cine contemporáneo y en todo un cineasta de culto.


Aunque lo cierto es que el alma de aquellos films residía realmente en la figura de su guionista, Charlie Kaufman. Ambas películas se caracterizaban por una trama aparentemente absurda, que daba juego al baile de mundos narrativos, al metalenguaje y a un planteamiento innovador, que alcanzaría su máxima expresión en Olvídate de mí, atípica comedia romántica escrita por Kaufman pero dirigida por otro maestro del videoclip, el francés Michel Gondry.

Por otro lado, no se trata ni mucho menos de desmerecer el trabajo de Spike Jonze en aquellas películas, donde supo mantener la distancia y el tono necesarios y no abusó de la pomposidad visual y los recursos videocliperos, algo que muchos sí critican precisamente a Gondry. También se ha visto cómo se las gasta Kaufman con control absoluto en su reciente ópera prima Synecdoque: New York, en la se enmaraña en un profundo laberinto de difícil salida y acaba por agotar y hastiar su fórmula.

En esta ocasión, Jonze parte del cuento de Maurice Sendak para sumergirse en el universo de las fantasías infantiles y las criaturas oníricas. Tanto la ausencia de Kaufman como el hecho de que gran parte de la película se desarrolle en un mundo puramente fantástico, hacen que el producto final resulte mucho menos llamativo y sorprendente que los primeros films de Jonze, donde la fantasía y la imaginación aparecían, de forma atípica, dentro de un espacio inicialmente realista.




Si bien este nuevo acercamiento al universo fantástico parece no salirse sustancialmente de los esquemas del arquetipo clásico de esta clase de relato (especialmente con la presentación del sujeto protagonista, la tan recurrente figura del niño soñador, prolífico en fantasía y carente de atención y afecto), podemos advertir importantes y sutiles diferencias: el notable y pretendido distanciamiento de esa odiosa aureola ñoña y angelical que tanto impregna a las películas infantiles; unas criaturas con matices psicológicos y sociológicos poco habituales y más interesantes; las relaciones entre el niño protagonista y las criaturas del mundo en el que se ha infiltrado, y su función poco habitual en el primigenio organigrama social de aquellos; y la fórmula utilizada en el desenlace global con respecto al desarrollo de la trama: un particular retorno al status quo de ambas partes (el niño y los monstruos), cuyas experiencias didácticas mutuas se han producido con intensidad pero finalmente no dan la impresión de ser decisivas a largo plazo. De esta manera, se diferencia de otros métodos de desenlace más reconocibles, como los utilizados en otros clásicos, como por ejemplo Alicia en el país de las maravillas (despertar del sueño como justificación del viaje a ese mundo desconocido y disipación sin más de esa dimensión) o La historia interminable (donde se invierte el salto dimensional y son las criaturas las que entran en el mundo real del niño-soñador).

Con todo, el aspecto más destacable lo encontramos sin duda en la manera en que la llegada del intruso afecta a esas criaturas salvajes, y viceversa. Unas criaturas salvajes que viven en una anarquía, armónica por momentos, pero sienten la necesidad de un rey, un líder externo, venido de otro mundo, que los guíe a la hora de controlar su naturaleza salvaje y modere su convivencia, pero precisamente por su naturaleza es por lo que no funciona y todo tiene que seguir como estaba. Por otro lado, el particular viaje del héroe que experimenta el niño protagonista, que de la noche a la mañana pasa de ser ignorado en el mundo real a convertirse en el soberano de los monstruos, una soberanía que no termina de triunfar, debido a su propia inexperiencia, incapacidad y desconocimiento de su dominio, y a lo arraigado que está en sus dominados su innato modo de vida y de organización, que son incapaces de cambiar por mucho que así lo deseen y se aferren a reyes falsos y efímeros.

El reparto de voces es muy acertado, en la medida en que los actores elegidos resultan idóneos para el rol y el carácter de la criatura a la que ponen voz. Así, tenemos a James Gandolfini como el impulsivo Carol, a Lauren Ambrose 'dentro' de la outsider KM o a Paul Dano en los labios del ignorado y ninguneado Alexander.

En definitiva, no estamos ni mucho menos ante la mejor película del año, ni del género, ni de su director. Pero contiene ciertos detalles que la hacen interesante y le dan frescura a este tipo de cine, en el que, desde hace algún tiempo, parecía que ya estaba todo contado.


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