viernes, 29 de enero de 2010

UP IN THE AIR / AMOR SIN ESCALAS (2009) de Jason Reitman



EL AIRE ES MI PATRIA

Julio C. Piñeiro

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Jason Reitman se consagra como uno de los directores más importantes del panorama actual, tras su prometedor arranque hace ya un lustro. Esta vez, su mayor virtud ha sido dar en el clavo, ofreciéndonos la película más oportuna para el momento que estamos viviendo. Up in the air es sin duda la obra maestra del cine de la crisis, una crisis a la que hasta ahora el cine industrial de ficción sólo se había enfrentado transversalmente.
Esta crisis que caracteriza el final de la primera década del nuevo milenio, y da paso a afrontar los siguientes diez años con cautela y escepticismo. Pero precisamente estos momentos difíciles (que algunos ya equiparan a la Gran Depresión) surge un sentimiento de fraternidad, de colectivismo, el “juntos, podemos” entre los seres humanos afectados en mayor o menor medida por este fenómeno.

Y mientras tanto, a muchos otros ya no es sólo que sólo les afecte la crisis, sino que además que hacen su agosto del ahogamiento, la desesperación y el desasosiego del trabajador que se ve con el agua al cuello de la noche a la mañana, que se intuye incapaz de sostener proyectos levantados en una breve bonanza económica que se las prometía muy felices. Estos auténticos mercenarios de la era contemporánea, cuyo principal intangible es la entereza suficiente como para no inmutarse y mantenerse frío ante las miserias ajenas, ante la época sombría que se encargan de anunciar, más o menos maquillada, en cada nuevo despido. A todos estos los impregna una profunda banalidad, una brutal carencia de valores, una conciencia envasada al vacío.

De todo ello se deriva esa alienación tan característica de la sociedad contemporánea, la que afecta a los nómadas deluxe, esos que transcurren la mayoría de su tiempo vital entre hoteles de cinco estrellas, millas aéreas en business class y controles aeroportuarios.

El colmo de esa nueva especie lo encontramos en el protagonista, que se llena de pánico ante el peligro que corre su vida nómada, y su posible condena a quedarse en un lugar estable, un hogar, una patria, que no existe. Su miedo a la libertad para ser feliz, la negación a echar raíces, hace del aire su hábitat natural, y así su estela personal no debe ocupar más de lo que quepa en una maleta de mano, auténtica metáfora de la pequeñez existencial del mundo contemporáneo.

Estamos ante la ficción más representativa sociológicamente del s. XXI, de la sociedad digital globalizada, en que la veloz evolución tecnológica ha implicado en muchos casos una involución moral y humanística. Podemos distinguir fácilmente, disueltos en el argumento, la era del simulacro, de la farsa, de las falsas experiencias, así como la crisis de la aldea global, que llevaba mucho tiempo amenazando con explotar.

Por otro lado, hay otra crisis, la del personaje-estereotipo de George Clooney, hipertexto del yuppie elegante, mujeriego y sin aparentes preocupaciones, que bajo la máscara de la sonrisa anclada esconde la gran incapacidad para encontrar la felicidad auténtica.

Más en el nivel psicológico, destaca la doble cara del rechazo a la estabilidad, tradicionalmente un gran valor que últimamente muchos interpretan como algo rancio, anodino y monótono, y ya no sólo los más jóvenes. Mientras que para Ryan Bingham (Clooney) funciona como irrevocable principio de existencia, para Alex Goran (Vera Farmiga) es una manera cínica de escapar a ratos de una cotidianidad que en realidad adora con gran fervor.

Un gran guión en el que Jason Reitman, respaldado por Sheldon Turner, combina el espíritu independiente con la implícita intención sociológica, un soberbio Clooney, quizás en el mejor papel de su carrera, secundado por unas igualmente excelentes Vera Farmiga y Anna Kendrick, revelación del año, hacen de Up in the air una de las joyas de la temporada, y del propio Reitman un cineasta a seguir en los próximos años. ¿Cómo pudo salir semejante genio de un director como Ivan Reitman?


UN ENCANTADOR LLANERO SOLITARIO


Eloy Domínguez Serén

La mayoría de nosotros no sólo asegura disfrutar de su soledad, sino encontrar en ella un halo de romanticismo, de poética existencial. Tal vez esta concepción sentimental de la soledad sea consecuencia de diluir su significado en el de otro término relacionado, pero no necesariamente complementario: la intimidad. Cuando hablamos de proteger nuestro “espacio vital”, de mantener nuestro “remanso de paz”, nuestro deseo es el de preservar nuestra intimidad. Es el exceso de celo sobre esa intimidad lo que nos empuja a la soledad.

Sin embargo, existe el caso en que soledad e intimidad funcionan como elementos interdependientes, siendo la una razón de ser de la otra. Este es el caso de Ryan Bingham, un yuppie infalible e infatigable cuyo modus vivendi incluye más de tres cientos días al año de terminales, embarques y desembarques, facturaciones, tránsito, controles de seguridad, escalas y duty free . Su lema: “quien se mueve despacio, muere deprisa”. O, en otras palabras, “moving is living”.

Ryan se gana la vida como experto en reducciones empresariales, o, lo que es lo mismo, es el encargado de dar boleto a los empleados de empresas en crisis cuyos responsables prefieren delegar el trabajo sucio. De este modo, el protagonista de Up in the air se pasa el ochenta por cierto de su tiempo yendo y viniendo a lo largo y ancho de los Estados Unidos despidiendo a diestro y siniestro.

Si una punzante y sugestiva premisa como esta cae en las manos adecuadas, la cosa promete, y, si a ello sumamos un reparto a la altura, la obra rezuma el aroma del buen cine. En ambos casos, los requisitos se cumplen con éxito. Por una parte, el encargado de llevar a la gran pantalla la novela En el aire, de Walter Kirn, es Jason Reitman, uno de los nuevos valores del cine americano, quien mantiene su línea ascendente tras Gracias por fumar (2006) y Juno (2007). Reitman dirige con gran notoriedad un guión brillante, mordaz, preciso y minucioso, escrito por él mismo en colaboración de Sheldon Turner, y galardonado en los Globos de Oro con el premio al mejor guión adaptado.

Un guión genial requiere de un actor en estado de gracia, por lo que el magnético George Clooney es el hombre perfecto para este film. Jamás nadie ha sido tan encantador enviando a gente directamente al paro. Clooney borda un papel escrito a su medida, secundado por una gran Vera Farmiga en el papel de réplica femenina a la pragmática filosofía de Ryan y por una sorprendente Anna Kendrick.


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