LA PUERTA ABIERTA
Eloy Domínguez Serén
Ante todo, mucha calma. La controversia, bienvenida sea, es un rasgo ineludible del modus vivendi de gran parte de las propuestas artísticas que merecen ser debatidas. Sin embargo, existe una delgada línea difusa que delimita los confines entre el sano y enriquecedor debate y la agria y airada polémica, aunque también la polémica pueda llegar a ser un beneficioso estímulo, siempre y cuando no desemboque en la intransigencia.
Del mismo modo que era reprobable la actitud de quienes anunciaban a los cuatro vientos el advenimiento de un supercine mesiánico, que purgaría los males endémicos de la industria fílmica bajo la senda de Avatar (entusiasmo, por supuesto, promovido con descaro por el excesivo autobombo de Cameron y compañía); tampoco considero acertada la posición de quienes se enrocan en, ya no sólo desmitificar tan inusitado fenómeno, sino en una obsesiva acumulación del mayor número posible de argumentos para desenmascarar, desacreditar y, finalmente, ningunear estas propuestas.
La pretenciosa pedantería desmedida de sectores de la industria hollywoodiense descaradamente comerciales puede actuar como un boomerang devastador hacia alardes injustificados. Sin embargo, muchos de los argumentos con los que se ha atacado a la última película de James Cameron, aunque no sean necesariamente falsos, han sido descontextualizados. No es mi intención la de ejercer de abogado del diablo, al menos no en este caso, pero sí me gustaría tratar de ser justo (aunque prudente) con el estatus de avanzadilla que Avatar supone en el llamado “cine del futuro”.
El 3D, efectivamente, no es la panacea. Es más, una de las grandes dudas que tengo respecto a esta tecnología en fase de desarrollo es en qué modo podría revolucionar el lenguaje cinematográfico. Por ejemplo, ¿cómo esgrimir esta tecnología en la realización de un drama? En este sentido, Avatar no responde ni a esta ni a ninguna de las preguntas que acerca de un utópico nuevo lenguaje cinematográfico pudiese hacérsele. Esto lleva a Àngel Quintana a afirmar en las páginas de Cahiers du cinema España: “si la gran aportación del 3D consiste en que crea una nueva forma de ver la profundidad de campo, la verdad es que la transformación del espacio en una serie de capas superpuestas sabe a muy poca cosa”.
Sin embargo, y aunque estoy muy de acuerdo con que el impacto visual se produce, efectivamente, en la profundidad de campo, creo que no debemos subestimar la excepcional vía que Cameron ha abierto a través de un empeño, una entrega, una visión y una pasión que merecen ser recompensadas con un unánime reconocimiento a la apertura que ha posibilitado la irrupción en una nueva dimensión cinematográfica (nunca mejor dicho). Por lo tanto, o puedo estar más de acuerdo con Jordi Costa cuando asegura de este film que “sólo una ceguera numantina podría negar su relevancia fundacional al abrir un nuevo capítulo de inagotables posibilidades en la total (con)fusión de la imagen fotográfica y la imagen de síntesis”.
Retomando el argumento del lenguaje cinematográfico y proyectándolo sobre las difusas categorías de géneros, no podemos obviar que, a día de hoy, la idea del 3D se antoja revolucionaria debido a su exotismo, a su fascinación, a su impacto, a su condición de futuro, a nuestro anhelo de “ir más allá”. El término “dimensión” inunda la modernidad. Hablamos de la tercera dimensión, la cuarta dimensión, la dimensión interior, “la otra dimensión”, las dimensiones paralelas. Por lo tanto es perfectamente lógico que el fenómeno tridimensional se ponga, en la actualidad, a disposición de la ciencia-ficción. Citando de nuevo a Costa: “por fin, la tecnología se ha puesto a la altura de la imaginación más desaforada que ha dado el género (de la ciencia-ficción)”.
La ciencia-ficción, así como el género fantástico (pronto lo comprobaremos en Alice in wonderland, de Tim Burton) permite y promueve la creación de universos imaginarios, fabulosos, un lugar donde nadie haya estado nunca antes. Es aquí donde radica la magnificencia de Avatar: en su irresistible poder de cautivación, de alucinación, de ensoñación; en su capacidad para epatar, hechizar, absorber y sumergir. Pandora es el Edén, el Vergel, la Tierra Prometida, las fértiles llanuras del oeste… Es el destino, la meta, el horizonte inalcanzable. Sentimos intriga, encantamiento, desconfianza, envidia por los elementos que componen este planeta, desde los níqueles hasta los dragones que no son dragones o los dinosaurios que no son dinosaurios, pasando por las montañas flotantes o el Árbol Madre, todos y cada uno de ellos conectados, vinculados por una simbiosis sensitiva. Esta conexión, tal y como me explicó a la salida del cine mi amigo (aspirante a) biólogo Javier Vega, guardaría una relación de semejanza o analogía con la Hipótesis de Gaia, según la que, a grandes rasgos, la Tierra se comportaría como una especie de ser vivo creadora de su propio hábitat.
Antes de ser presa del entusiasmo, repasemos las principales críticas que confieren hacia este film sus detractores. Básicamente, la composición de personajes planos y estereotipados, una narración que bebe descaradamente de films como Bailando con lobos, El último mohicano o Pocahontas o una estructura de videojuego que articula una “superficial trama eco-pacifista”, tal y como es descrita por Xavier Pérez. Por mi parte, no mucho que alegar a ello. De hecho, es cierto que salí de la sala con la sensación de haber visto un western (indios que chillan y lanzan flechas montados a caballos incluidos). Sin embargo, sería interesante indagar en la construcción del personaje protagonista, el ex-marine Jake Sully (Sam Worthington), y la relación de este con esa estructura denominada “de videojuego”.
Inicialmente relegado a una silla de ruedas a raíz de un accidente sufrido en combate, Jake es reclutado para realizar una misión en Pandora. Para adentrarse en la atmósfera de este planeta, irrespirable para los seres humanos, el marine adquirirá un cuerpo sintético, virtual, es decir, un avatar. Así, se establece la dicotomía realidad/ficción paralelamente a los espacios base militar/Pandora. Jake recupera en Pandora, a través de su avatar, la capacidad de movilidad en sus piernas. Es decir, en ese espacio relativamente no-real disfruta de aquello de lo que carece en la “realidad”. Esto, sin duda, nos remite al personaje de John Locke en Lost, en análoga situación. Sin embargo, a diferencia de Locke, Jake sí puede recuperar en el “mundo real” aquello que ha perdido, siempre y cuando haga bien su trabajo bajo la apariencia de su avatar, es decir, lograr un beneficio para su “yo” de su “no yo”. Las motivaciones que llevan a este personaje a desplazarse por los vértices del triángulo formado por científicos-militares-Na'vi (indígenas de Pandora) son el detonante de una interesante reflexión acerca de términos como identidad, realidad y ficción.
Del mismo modo, la fábula ecológica tiene otra particularidad llamativa: bajo el contexto de un film que simboliza “el futuro”, la evolución, el triunfo de la investigación y el desarrollo, se apela a un retorno a los orígenes de nuestra especie, un viaje al corazón de la madre natura. Una cinta que nace de la revolución tecnológica arremete contra el uso indiscriminado de la tecnología. Una de las obras más ambiciosas de la historia del cine critica la ambición desmedida e invita a un reencuentro con los valores naturalistas, en la línea de los movimientos “new-age”. ¿Contradicción? ¿Paradoja? ¿Demagogia? Es posible, pero creo que Avatar trata de ir más allá, de plantear la dicotomía entre las excepcionales posibilidades que derivan del progreso: un poder sin precedentes al servicio del bien y el mal. Ya se sabe, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
Tal vez, tal y como apuntan muchas voces críticas, tanto esta tesis como la ecológica, así como la antibelicista, son apenas desarrolladas y se quedan en la epidermis, como inocentes metáforas plagadas de buenas intenciones.
Efectivamente, Avatar no es un espectáculo redondo, pero es el mayor espectáculo jamás visto.
FICHA
Título: Avatar
Título original: Avatar
Dirección: James Cameron
Guión: James Cameron
País: Estados Unidos
Duración: 150 min.
Reparto: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Michelle Rodriguez, Giovanni Ribisi
Fotografía: Mauro Fiore
Música: James Horner
Montaje: John Refoua, Stephen E. Rivkin
2 comentarios:
El cine esta concebido como una industria, producir dinero. Aclaro no tengo buen gusto para ver cine, ni soy experto en cinematografía. A mi me gustó Avatar en 3D, la experiencia es muy buena. Lo malo de estas películas, debido a la publicidad a veces se convierten como si fuera la segunda llegada de Jesucristo, al final terminamos la mayoria decepcionados. El problema actual es la piratería que supuestamente esta acabando esa industria del cine en E.U., Cameron lo que logro fue atraer espectadores a los cines con su parábola medioambiental en 3D.
Lo otro, es que hay escenas muy bien hechas por ejemplo: 1o. En el espacio antes de llegar a Pandora, viajando en el ISV Venture star. Me recuerda a 2001 Odisea en el espacio y Solaris de Andrei Tartosky, me parece un homenaje a esas dos películas. Para mi eso pago la boleta.
2o. El vuelo de los Banshees con la música de fondo del compositor James Horner.
3o. La batalla entre Na´vi vs AMp sui y mercenarios(esas mechas que tienen un cierto parecido a una de District 9). Una batalla que deja al espectador con la boca abierta, cuando a los Na´vi los están masacrando.
4o. Luego ese caballo en llamas.
Bueno, la película tiene trama algo simple, al parecer, puede que sea una remake de Pocahontas o baile con lobos. Creo que tiene algo más que eso.
Bueno, me alargo más. saludos
Me alegro mucho de que menciones el plano del caballo ardiendo, porque fue una imagen que me impactó tremendamente. Magnífica.
Como bien dices, al fin y al cabo lo que uno quiere cuando va al cine es sentir que no ha tirado su dinero (algo que ocurre más veces de lo debido) y 'Avatar' amortiza hasta el último céntimo desde el primer píxel.
Un saludo y gracias por tu comentario
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