martes, 10 de agosto de 2010

DOMINGOS EN SERIE - 08/08/2010


VENGANZA, SOLEDAD Y CÓDIGOS

Julio C. Piñeiro



Allá por febrero celebrábamos, con un doble artículo especial, el “centenario” de Crítica y Cine. Pues bien, aunque parezca que fue ayer, sólo unos meses después llegamos, casi sin darnos cuenta, al artículo número 200. Y qué mejor manera de celebrar este bicentenario, que inaugurando una nueva sección, dedicada a la pequeña pantalla: Domingos en Serie.

La idea de este nuevo apartado surge a la hora de pensar en elaborar reseñas semanales de las diferentes series que estamos siguiendo este verano, a cada nuevo capítulo emitido, dejando así de ceñirnos a los inicios y finales de temporada, como hemos hecho hasta ahora. De esta manera, nos dimos cuenta de que las tres series en cuestión, True Blood, Mad Men y la recién llegada Rubicon, se emiten todas el día en que descansó el Señor (o Jacob, como prefiráis). Por tanto, qué mejor manera de empezar cada semana con breves reseñas de los capítulos, amén de información adicional, con noticias, estrenos, curiosidades o cualquier otra aspecto relacionada con esa caja que ya no es tan tan tonta como antaño, y que sea susceptible de ser incluido en la entrada semanal.

Sin más dilación, empezamos el repaso de los capítulos de este último domingo:


True Blood 3x08: Night on the sun

Antes de nada, he de ser sincero y reconocer que no me estaba convenciendo demasiado la tercera temporada de este divertimento visceral y socarrón de la HBO. Hasta que el capítulo inmediatamente anterior, la serie volvía a su esencia más pura, esa que impregnaba las dos primeras temporadas y que encandiló al público que ahora la sigue, con mayor o menos escepticismo. Pues bien, el episodio de esta semana va de menos a más. Empieza con su versión más afín a las novelas de Charlaine Harris, fuente de la (libre) adaptación que dio origen a la serie, es decir, su cara más “crepuscular”, más romanticona y relamida, exigiendo un esfuerzo interpretativo excesivo (e innecesario) a una pareja protagonista que no da más de sí. Pero a medida que avanza, ese tufo se va desvaneciendo progresivamente y la historia vuelve a ser atractiva, con un sensacional tercer acto que lleva a la máxima expresión las virtudes que han convertido esta serie en un producto de culto: sexo, sangre y violencia en cantidades industriales y a ritmo de rock & roll y country.

Que sí, que la parejita es cansina. Por eso su ruptura (no esperéis que definitiva), al principio del capítulo, se puede interpretar como un respiro. La narración se empieza a hundir cuando vuelve otra vez a la versión débil de Tara, aquella que creímos despachada para siempre en el anterior episodio. Pero a partir de aquí, todo buenas noticias. Jason Stackhouse parece por fin salir de ese bobalicón entumecimiento en el que estaba sumido desde el inicio de temporada, para volver a ser ese mini-Rambo en versión hillbilly que tanto nos gustaba, al enfrentarse, arma en mano, a los compañeros de su nueva amante, Crystal, que por otra parte, se nos revelan como algo no especialmente humano (todo apunta a una subtrama para el último tercio de temporada). Sam despacha de una vez por todas a su madre biológica, liberando a Tommy, que empieza a ser una especie de nuevo Jason. Bill enseña a Jessica a combatir contra los hombres lobo: una nueva guerrera para las batallas final. Tara parece volver definitivamente a su lado más fuerte y batallador. Lafayette, que recibe la inesperada visita de su madre, parece sentar la cabeza con la relación con Jesus, aunque no deja, por ello, de de ayudar sus amigos a defenderse de la amenaza vampírica-licántropa. Y lo mejor de todo: Eric “sale del armario” momentáneamente (si bien no debe parecer un evento en la representación más promiscua de la especie vampírica que se recuerda), pero sólo como un recurso para lo que se revela como su auténtico propósito: vengarse de Russell por haber matado a su familia. El breve cameo de René, en plena ensoñación de Arlene, es la guinda perfecta.

La mesa está mejor servida que nunca para un último tercio de temporada que se antoja espectacular y orgiástico. La aparición de los hombres-lobo o el tinglado del tráfico de V han resultado ser meramente instrumentales, ya que el auténtico meollo está, no ya en el conflicto vampiros/humanos o vampiros/lícanos (o la combinación que se desee), ni en la relación entre Bill y Sookie, sino en el eterno conflicto interno entre los propios vampiros y sus luchas por la supremacía, por un lado; y por el otro, la revelación de la auténtica naturaleza de Sookie Stackhouse, en particular, y de Bontemps, en general, todo un nido de criaturas y fenómenos sobrenaturales.



Mad Men 4x03: The Good News

La gran favorita de los Emmy sitúa el capítulo del pasado domingo en pleno Fin de Año, con la oficina de SCDP cada vez más vacía, por vacaciones, mientras que a los de arriba, especialmente a Lane Pryce, se les acumula el trabajo. Este episodio se centra en la esencia más pura de la serie: la controvertida moral y el cinismo de los peces gordos de una agencia de publicidad. Ni rastro de Betty Draper. Ninguna campaña gestándose ni problemas con las clientes. Ni siquiera Peggy o Pete, o cualquiera de los chicos. El capítulo es sólo de Don, y en menor medida, de Lane y de Joan.

La primera parte del episodio consiste en un viaje de Don a Acapulco. Es decir, la visita de Dick Whitman a Anna Draper, viuda del hombre cuya identidad usurpó. La estrecha y particular relación entre ambos, que ya se fraguó en la 3º temporada, da aquí un giro sustancial, cuando él se entera del avanzado cáncer que ella padece, sin que ella misma lo sepa, lo que trastocará totalmente los planes de Don, a corto y medio plazo. Esta revelación viene de la boca de Stephanie, sobrina de Anna, con la que nuestro protagonista comparte una interesante velada, donde únicamente esa confesión poco alentadora frenan los inevitables flirteos de Don. El carácter más liberal, abierto y moderno de la joven Stephanie, muy diferente de las mujeres de la agencia, incluso de aquellas que sólo le llevan unos poco años, es muy significativo en cuanto a la representación, de manera transversal e implícita, de esos profundos cambios sociales que se estaban gestando, que ya se advertían en el inicio de temporada, y por extensión, desde que empezó la serie.

La segunda parte del capítulo se centra en Don y Lane, que aprovechan su soledad navideña para estrechar su todavía fría relación. Lane sufre las evidentes complicaciones de un relación en la distancia, sumado a su adicción al trabajo. Al mismo tiempo, una breve pero acalorada discusión con Joan, y la equivocación de una secretaria incompetente en el envío de las correspondientes flores de disculpa, tanto a Joan como a su mujer, cuyos destinos se confunden, funcionan como interesantes contrapuntos. Así es que Don, también solo (otra vez), se lleva a Lane a hacer lo mismo que hacía siempre con Roger Sterling, irse de velada con unas “profesionales”. La diferencia esta vez radica en lo particular de la ocasión: nada menos que Fin de Año. Así, los planes de ambos reflejan con mayúsculas la soledad en su máxima expresión. Con todo, Lane se lo pasa como nunca, y ofrece su lado más jovial y políticamente incorrecto. Acaba satisfecho y muy agradecido con su socio, ya que le supone todo un respiro a la hora de afrontar la delicada situación de su matrimonio.

La soledad y el abandono se erigen, sin discusión, como las ideas centrales del episodio. Impregnan asimismo la trama de Joan, que intenta evitar, de cualquier manera posible, la inminente partida de su de su marido a la guerra, precisamente ahora que, por fin, tras haber abortado dos veces, parece dispuesta a tener un hijo.

Mad Men es sin duda una serie eminentemente episódica: las tramas centrales de los capítulos son autoconclusivas. Pero la auténtica magia de la serie está en esos argumentos más largos y discontinuos, que marcan una evolución progresiva (o regresiva) de los protagonistas, centros absolutos del desarrollo dramático. Este capítulo no es excepción, y tantos sus momentos más dramáticos como los más cómicos, que aquí abundan especialmente (genial ese momento en que el monologuista confunde a Don y Lane con una pareja homosexual, o el numerito de Lane poniéndose el filete en sus partes), incluso los lances más banales, sirven a sus personajes como enseñanzas de vida y marcan su evolución.



Rubicon
1x03: Keep the Ends Out

Aunque suene a tópico, a veces la paciencia sí es buena consejera. Con todo, tampoco hemos tenido que esperar demasiado para que esta nueva serie, cuyo piloto se quedó algo por debajo de las expectativas, arrancase del todo. Las revelaciones van a cuentagotas, pero cada vez son más y más trascendentes, dando parte, progresivamente, de esa gran trama, de alcance y dimensiones todavía desconocidas, que se esconde tras esos dos acontecimientos que marcaron el piloto: el suicidio de Tom Rhumor y la muerte “accidental” de David Hadas.

El principio regulador de la serie, al menos en sus primeros capítulos, es que David Hadas sabía que iban a atentar contra él de alguna manera. Y que confiaba plenamente en las capacidades analíticas y descifradoras de su yerno y subordinado, Will Travers. Tanto es así, que le dejó un amplio, complejo y concienzudo código para desentrañar la gran conspiración que se está gestando, y que nuestro protagonista va descubriendo poco a poco, con la ayuda de otra mente privilegiada, el descifrador de códigos retirado Ed Bancroft. Y en este episodio, la magnitud de sus descubrimientos, así como los guiños que el David dedica al propio Will dentro del código, hace que nuestro protagonista se de cuenta de que no puede ser, de ningún modo, una coincidencia ni elucubración, además de que él mismo es el elegido para desentrañar el misterio.

La intriga del enemigo en casa parece disuadirse por momentos, cuando sabemos que el hombre que perseguía a Will (al menos, uno de ellos), no era más que un agente de inteligencia que estaba comprobando sus capacidades en un proceso de selección. Así es como, por lo menos, nos lo cuenta Ingram, nuevo jefe de Will. Pero al final del episodio, vemos a los mismos que lo espiaban desde el edificio junto al puente de Brooklyn. Sabiéndose descubiertos, se encuentran en una lavandería, donde realizan una llamada cuya identidad queda suspendida en el primer gran cliffhanger de esta serie.

Por otro lado, descubrimos que uno de esos hombres que, en el segundo episodio, conversaban bajo aquel mismo puente (y mencionando a la cabeza de la agencia, Truxton Spangler), es un “amigo de familia” de los Rhumor, tras su encuentro con la viuda del magnate. La conexión entre ambas muertes, aunque siempre obvia, empieza a ser ahora más explícita, y sus detalles se irán revelando paralelamente a la investigación de Will.

Lo que todavía no ha adquirido una fuerza dramática importante son las historias secundarias, como son, en este caso, el delicado matrimonio de Miles o el regreso del marido de Maggie. Pero hasta el momento, esta serie está destacando por un desarrollo muy realista y creíble de la intriga, sin escenas de acción inverosímiles (en el lance con el agente que lo seguía, nos damos cuenta de que el protagonista no sabe pelear, o que no tiene por qué saber), giros estereotipados o mentes iluminadas que resuelvan los enigmas de golpe y por ciencia infusa. De momento, el secreto está en los códigos.



Esto es todo. Ya os hacéis a la idea de lo que encontraréis en Crítica y Cine cada inicio de semana, al menos en lo que queda de verano. Recordad que este domingo (por no variar el día de la semana) vuelve otro clásico contemporáneo, la comedia negra Weeds, la joya de la Showtime con permiso de Dexter Morgan. Y seguramente, se unirá en la próxima entrega de Domingos en Serie.

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