sábado, 21 de agosto de 2010

LOS MERCENARIOS (THE EXPENDABLES) de Sylvester Stallone (2010)


PORQUE ELLOS LO VALEN

Julio C. Piñeiro

Para qué negarlo: los ochenta están de moda. La crisis de ideas que impera desde hace varios años en la industria pesada hollywoodiense ha convertido el remake en una fórmula sumamente recurrente. Y parece que las películas de aquella década tienen prioridad en la lista de títulos que los estudios deciden revisar, homenajear y, muchas veces, destrozar. Pero en este caso no se trata de un remake.

Antes de nada, se debe tener en cuenta que el cine de acción más puro (y duro) tuvo en los ochenta su edad de oro: el de serie A arrasaba en las taquillas y el de serie B era un producto predilecto de las televisiones. A estas alturas, ya pasados tres decenios, las explosiones a cámara lenta, las armas de munición infinita, el héroe imponiéndose él solito, incluso sin armas, a hordas de cientos de lacallos sin nombre, han adquirido en el imaginario colectivo, en la cultura popular, un nivel de mito equivalente a los grandes paisajes de la Monument Valley y los saloons del western; las (a veces no tan) fieles recreaciones de la colosal arquitectura grecorromana en el peplum, con sus carreras de cuádrigas; los Cadillac, Silverado y Chopper en las road movies; las metralletas de repetición y los Ford negros de chapa dura en el cine de gángsters, las gabardinas y sombreros de los detectives o incluso los paseos por los parques en otoño del cine romántico.

Tenemos así el contexto en el que Stallone ha llevado a cabo este proyecto, como un gran homenaje a la época dorada del cine de acción y a los tíos duros que lo han hecho célebre, convirtiéndose en auténticas leyendas, sin poder evitar de ninguna manera cientos de guiños, parodias y chistes al respecto. Ni mucho menos el actor, director, productor y guionista ha pretendido crear la película de acción definitiva soñada por los fans, ese gran enfrentamiento a múltiples bandas entre todos esos actores hormonados que, si bien no llegan al nivel interpretativo del Actor’s Studio, nos han traído momentos y chascarrillos para la historia. Todos los que en el fondo amemos el cine de acción, quienes lo disfrutamos en público o en secreto, sabemos que ese enfrentamiento definitivo tiene que llegar en forma de videojuego, donde realmente seamos nosotros los que decidamos el destino de esos actores-personajes-mito, donde escribamos el guión en cada partida.

No se trata de un ejercicio de parodia intertextual al nivel y estilo de Shrek, ya que los personajes y la trama surgen de manera autónoma. Pero la socarronería, la exageración y la autoparodia más cómplice con el espectador operan con latencia durante todo el metraje. De alguna manera, cada expendable no es más que una sutil caricatura de cada una de las estrellas que toman parte y su respectivo personaje-cliché. Los mejores chascarillos aparecen en los momentos más oportunos, funcionan como auténticos gags y le dan empatía al conjunto. Y los cameos, qué decir de los cameos. La breve pero memorable intervención del gobernator, su efímera vuelta al ruedo desde que lo abandonó para dedicarse a la política, se espera con una impaciencia equiparable a la aparición de Orson Welles en El tercer hombre, o a la dilación que nos separa de ver por primera la figura de Gilda. Esa secuencia en la que converge la Santísima Trinidad del Cine de Acción (Stallone, Schwarzenegger y Bruce Willis, el otro gran cameo) compensa ella sola, y con creces, el precio pagado por la entrada.

Lo mejor de todo es que no estamos ante maniacos descerebrados, hijos del born to kill, sino ante chicos de barrio que tienen sus propias vidas al margen del ejercicio del “mercenariado”, que practican con la máxima profesionalidad y discreción (si bien su ejercicio es no pocas veces desbocado), como su particular manera (debemos entender que “digna y respetable”) de ganarse la vida. Stallone (con un excelente doblaje que lo hace todavía más mítico) nos convence de que los viejos lobos nunca mueren y siempre están ahí. Viejos lobos como también Mickey Rourke, en su excelente línea de los últimos años. Jet Li, único artista marcial entre tanta bestia parda, como la habilidad y la técnica capaz de doblegar a cualquier un físico imponente. Dolph Lundgren sigue siendo el malo incluso estando en el bando de los buenos. Jason Statham eleva por las nubes el orgullo de los hombres a quienes la alopecia se lo menguado. Y Eric Roberts como el malo malísimo, lo que mejor sabe hacer. Grandes invitados para un festín al servicio del espectador. Porque ellos lo valen.

P.D.: La fiesta no se acaba aquí. Esto es el inicio de una franquicia muy apetecible, así que no desfallezcáis por las notorias ausencias de esta primera parte (Seagal, Van Damme, Jackie Chan y sobre todo Chuck Norris). Caerán tarde o temprano, para el enfrentamiento definitivo.

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