miércoles, 8 de octubre de 2008

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS - The boy in the stripped pyjamas (2008) de Mark Herman


EXCESO DE LICENCIAS

por Eloy Domínguez Serén

A pesar de la complicidad de la que han hecho gala John Boyne y Mark Herman en el escaparate promocional que supuso la presentación de El niño con el pijama de rayas en el reciente Festival Internacional de Cine de San Sebastián, me pregunto cuán complacido estará, en realidad, el primero con el resultado del trabajo del segundo.

Hay algo que me llama terriblemente la atención en todo este lucrativo asunto. La atrevida infidelidad que caracteriza el tempestuoso idilio entre la narrativa y la industria cinematográfica ha venido agudizando, desde hace mucho tiempo, el recelo con el que los novelistas examinan las adaptaciones que de sus obras se trasladan a la gran pantalla. De hecho, no es poco frecuente que un autor acabe por repudiar, decepcionado o indignado, esa especie de ‘frankestein’ de celuloide que ha contribuido a llenarle los bolsillos. “Soy realmente un especialista en que me destrocen las novelas en el cine”, aseguraba en este sentido Arturo Pérez-Reverte a Miguel Mora en una entrevista para El País en 2003.

Llegados a este punto, me gustaría explicar el por qué de toda esta verborrea obvia y pedante. Lo que me ha extrañado poderosamente en El niño con el pijama de rayas es no sólo que John Boyne no haya cargado contra lo que considero una clara traición al sentido y significado de la obra original, sino que el propio autor haya contribuido a ello, dejándose convencer o, en su defecto, engañar (no olvidemos que Boyne estuvo presente en el rodaje de algunas escenas de la película).

No pretendo gastármelas de purista y acepto indiscutible que los lenguajes narrativo y cinematográfico no sólo no son piezas de sencillo ensamblaje, sino que pueden llegar a ser irreconciliables1, pero considero oportuno, no obstante, establecer una delgada línea ética que permita discernir entre adecuarse a las exigencias de un nuevo código realizativo y tomarse excesivas licencias creativas, sobre todo cuando estas decisiones no siempre están de acuerdo con la esencia del material original.

Además de una adaptación poco convincente, El niño con el pijama de rayas se antoja, en lo estrictamente cinematográfico, una obra simplemente correcta, efectivista, poco sutil y con un empleo de los estereotipos del ‘bien y el mal’ que roza la pretenciosidad doctrinaria. Herman transforma la ingenuidad, cautela y emoción contenida de la historia de Boyne en un alegato amargo, contundente y adulterado. Para el escritor irlandés, su único objetivo con esta novela “pasaba por componer una novela para los lectores más jóvenes”2, una invitación a la reflexión. Por el contrario, a lo que invita la cinta del inglés es a llorar a moco tendido durante gran parte de su metraje y se limita a exponer lo aterrador e inconcebible que fue aquel infame episodio histórico.

Es decir: el film no aporta nada nuevo y pierde la oportunidad de ahondar más profundamente en la naturaleza de una relación en la que, en palabras del propio Boyne, “hay un niño a un lado de la alambrada y otro al otro, y ninguno de los dos entiende lo que está pasando. Una alambrada que ejerce como un espejo y sólo el azar delimita quien está a cada lado”. Por otra parte, de todos los conejos que el realizador se saca de la chistera a fin de articular las diferentes etapas de la narración, tal vez la brillante secuencia final sea la disonancia respecto a la novela que mejor funciona en el film, pero, desgraciadamente, no todas las variaciones gozan de la misma eficacia.

Sin ir más lejos, prueba la manifiesta intención de Herman de abrazar una vertiente más visiblemente dramática la decisión de abarcar temas espeluznantes como la incineración de almas humanas en los crematorios del campo de concentración (algo que no existe en la obra literaria), el documental que muestra el campo como una especie de idílico campamento de verano para judíos (también inédito) o las férreas lecciones antisemitas del profesor de Bruno y Gretel (magnificadas en relación al original).

Por último, y como colofón al exceso de licencias creativas a las que me he referido, n quiero dejar pasar la oportunidad de mencionar una anecdótica escena impactante por su inverosimilitud: comprendo lícito y justificable que una producción británica cuyos cuerpos técnico y artístico son angloparlantes sea filmada en esta lengua, sin embargo me cuesta digerir la escena de la ostentosa fiesta de despedida del coronel nazi, en la que un expresivo cantante lo homenajea con una emotiva canción… ¡en inglés! Nimiedad o no, estimo este ‘desliz’ un aberrante atentado contra el sentido común, que caricaturiza el eterno conflicto entre la narrativa y el cine; entre la adaptación y la reinterpretación.




1 Volviendo a la afirmación de Pérez-Reverte, al leer Territorio Comanche traté de imaginar cómo podría adaptarse aquel material al cine y llegué a la conclusión de que sería prácticamente imposible hacerlo de un modo fiel. Sin embargo, he de reconocer que el resultado final en la cinta de Gerardo Herrero era muy digno, aunque, del mismo modo, es necesario subrayar que el guión está firmado por el propio Reverte en colaboración con Salvador García Ruiz.

2 Entrevista realizada por Ángeles López a John Boyne para la web www.literaturas.com

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lunes, 29 de septiembre de 2008

LA CONJURA DE EL ESCORIAL (2008) de Antonio del Real

UN QUIERO Y NO PUEDO

por Eloy Domínguez Serén


Los antecedentes no invitaban al optimismo y la crítica había sido unánime. Sin embargo, la experiencia me ha hecho afiliarme al “si no lo veo, no lo creo” y di un voto de confianza a Antonio del Real (más alentado por la curiosidad que por las expectativas). Vi y creí, aunque lo segundo me costó bastante más que lo primero, que tampoco fue placentero. Definitivamente, el río iba bien cargado.

Hace algunos años, el gigante de comunicación italiano Mediaset distribuyó para Telecinco, bajo el paradójico nombre de ‘Grandes relatos’, una serie de telefilmes de producción propia en las que Lamberto Bava, Gianni Romoli [1] y compañía daban rienda suelta a su vacuo gusto por la épica, el empalagosismo y la ostentosidad. Aprovechando lo bien que aquel ciclo había cuajado entre las felices familias españolas reunidas en torno al televisor en el ‘prime time’ de los fines semana, no tardó en hacerse esperar la emisión de una nueva serie de ‘Grandes relatos’, con renovados títulos de directores como Fabrizio Costa o Steve Barron.[2]

Pues bien, a medida que me revolvía en mi butaca a lo largo de los aproximadamente ciento veintiocho minutos de duración de La conjura de El Escorial, iba creciendo en mi interior la sensación de estar asistiendo a una nueva entrega de aquella edulcorada saga de telefilmes. Y es que, a pesar de las dos principales virtudes de la cinta de Del Real, la magnífica recreación de la España del siglo XVI y la brillante actuación de Juanjo Puigcorbé encarnando al monarca Felipe II, ‘el rey Prudente’; la calidad del conjunto de la obra no pasa de discreta, llegando a rozar el ridículo en algunas escenas y abrazándolo de lleno en otras.

Una vez finalizado el film, con un epílogo en el que la voz del narrador-historiador relata el destino de los tres personajes principales (Felipe II, Antonio Pérez y Ana de Mendoza) sobre un plano aéreo que se abre mostrando la majestuosidad del monasterio que da nombre a la película; se plantea una gran duda respecto a lo que se acaba de ver: ¿en qué momento habrá perdido Antonio del Real el control sobre lo que estaba haciendo?

No dudo del importante empeño que tanto el director jienense como todo su equipo habrán puesto en las diferentes fases de realización de este proyecto, ni del riesgo que supone afrontar una obra tan excepcionalmente diversa a las pobres comedias ligeras a las que nos tenía acostumbrados en los últimos años, pero fuese cual fuese intención que buscase con este cambio de registro ha resultado, en gran parte, fallida, a pesar de contar con importantes bazas a su favor.

La principal de ellas, sin duda alguna, un presupuesto de en torno a quince millones de euros, cifra que sitúa a La conjura de El Escorial’ como una de las producciones españolas más cara de todos los tiempos[3]. Otro factor a su favor era una historia ‘a priori’ más que interesante: mientras Juan de Austria trata de reprimir a los sublevados en Flandes, una serie de intrigas y conspiraciones golpean la corte de Felipe II, a raíz de la intensa pugna entre la Casa de Alba y la Casa de Mendoza, cuyos principales valedores son la princesa de Éboli y Antonio Pérez, secretario del rey. El asesinato de Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, el 31 de marzo de 1578, será el detonante de un poco convencial thriller policíaco ambientado en la segunda mitad del siglo XVI.

A fin de otorgar mayor caché a esta producción y facilitar su distribución internacional, todo el film fue rodado en inglés con un elenco encabezado por estrellas internacionales de segunda fila como Julia Ormond, Jason Isaacs, Jürgen Prochnow, Joaquim de Almeida o un recuperado para el cine Fabio Testi, secundados por actores nacionales como Jordi Mollà, el mencionado Juanjo Puigcorbé o Pablo Puyol. Una lástima la elección del idioma. Además de un flaco favor a la verosimilitud de la historia (aprovecho para mostrar mis respetos a Steven Soderberg por haber sido lo suficientemente valiente y coherente como para haber filmado Che: el argentino en español) , esta elección supone también un sólido lastre para la distribución de la cinta en el que con toda seguridad será su principal mercado, el español, ya que el doblaje es realmente deficiente, sobre todo en los casos en los que los actores españoles se doblan a sí mismos. Evidentemente no culpo a los intérpretes, ya que se les exige un trabajo que no es el suyo. Si el doblaje (contra el que soy completamente contrario) en países como el nuestro, Italia o Francia goza de tanta calidad es, precisamente, porque existen escuelas encargadas de formar a profesionales en este ámbito (además de porque son algunos de los poquísimos países en los que se doblan las películas, insisto, una medida inadecuada), por lo que sigo sin comprender por qué no se deja hacer a cada cual su trabajo. No puedo evitar recordar, por ejemplo (y no es, en absoluto, uno de los casos más sangrantes que he visto), lo antinatural que me resultó el ‘autodoblaje’ de Leonor Watling en Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2003), una excelente actriz, no obstante.

Para finalizar, y sin la más mínima intención de parecer cruel, debo hacer referencia a la lamentable historia entre el alguacil Espinosa (Jürgen Prochnow) y la morisca (Blanca Jara). Probablemente, el elocuente “¡por favor!” que una ancianita (que junto al que me imagino que sería su marido y yo, éramos las tres únicas almas en la sala) no pudo reprimir ante la ridícula escena de la desgarradora declaración de amor (mirando al cielo) del destrozado alguacil a su difunta (ups!) prometida, resume a la perfección este pomposo atentado contra el buen gusto.

También contribuye a la falta de aceptación de esa historia de amor la… como decirlo… ‘histriónica’ interpretación de Blanca Jara, que encarna mejor que nadie la defectuosa dirección de actores. Y hablando de histriones, tampoco puedo olvidarme del más que innecesario hombre de fe incapaz de contener su insaciable sed de lujuria pederasta y acaba pagando con su vida sus abusos a un atlético adolescente negro (doble perversión en la época, me imagino).

Para no olvidarme de nada, quisiera significar dos situaciones similares resueltas con dispar fortuna. Mientras la escena del asesinato de Juan de Escobedo tiene algunos detalles de brillantez (en esencial su acertada fotografía y ambientación), la lucha de espadas en las que los personajes interpretados por Mollà y Prochnow luchan por salvar sus vidas contra un grupo de mercenarios está completamente fuera de lugar, con movimientos de cámara, planos y acciones torpes y aleatorios, a lo que se suma un acompañamiento musical sobredimensonado que acaba por antojarse estridente y desagradable y una paradójica sensación de desacertada emulación u homenaje al cine clásico de aventuras.





[1] Director y productor, respectivamente, de títulos como Fantaghirò (1991), Desideria e l’anello del drago (1995), Sorellina e il principe del sogno (1996) o La principessa e il povero (1997).

[2] Realizador de Il cuore e la spada (1998), Il corriere dello zar (1999), ambas con la bellísima Lea Bosco, y María: Madre de Jesús (2000), el primero; y de Merlín(1998) y Las mil y una noches (2000), el segundo.

[3] Según un informe publicado en El Mundo en agosto de 2006, las cinco producciones españolas más caras hasta la fecha eran: Alatriste (Agustín Díaz Yanes, 2006), con 22 millones de euros; Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001), con 20 millones; Tirante el blanco (Vicente Aranda, 2005), con 14 millones; Los Borgia (Antonio Hernández, 2006), con 10 millones; y La gran aventura de Mortadelo y Filemón (Javier Fesser, 2003), con 7 millones. Desde 2006, pocas producciones nacionales se han acercado ha esas cifras. Entre ellas, cabe destacarEl laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2007), una coproducción hispano-mexicana con un presupuesto en torno a los 13 millones de euros.


Eloy Domínguez Serén

Pontevedra - Galicia

eloy_ds16@hotmail.com

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martes, 23 de septiembre de 2008

VICKY CRISTINA BARCELONA (2008) de Woody Allen


LABERINTO DE PASIONES MEDITERRÁNEAS

Julio C. Piñeiro


Sorprendente. Lo que de entrada podría parecer una comedieta refinada sobre amoríos turísticos, nos va revelando a medida que avanza su metraje una cercanía al melodrama sentimental, pasional, repleto de dilemas, conveniencias e inconveniencias, reflexiones y arrebatos de pasión, aunque sin abandonar una acertada acidez cómica.

De inicio, el señor Allen no se ha andado con rodeos con la elección del título: narra las vivencias de dos turistas americanas, Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson) que viajan a una ciudad, Barcelona, para pasar las vacaciones de verano.

Como cabría esperar, no tarda en hacerse esperar la irrupción del machote ibérico (Javier Bardem) un artista atormentado, que ejerce de primer catalizador en la aventura latina de las jóvenes estadounidenses, a través del que se comienza a traza las diferencias de carácter de sus dos protagonistas y la definición de sus conflictos internos.

Sin embargo, el auténtico catalizador mediterráneo del film reside en el personaje de Penélope Cruz, una mujer pasional e inestable, con carácter y desparpajo latino, que de inmediato nos remitirá a un universo almodovariano con resquicios de influencia felliniana.

Quizás el envoltorio latino-mediterráneo que el señor Allen aplica a su obra impida a primera vista distinguir su ‘marca de la casa’, pero bajo todas esas calles estrechas con paredes pintadas de blanco, barrios de prostitutas y cenas hasta altas horas de la madrugada, el neoyorquino compone un notable puzzle de pasiones, sentimientos y dilemas, parejas (o tríos) que se unen y separan… Una temática a menudo recurrente en gran parte de su filmografía, como Maridos y mujeres, Hannah y sus hermanas, Annie Hall o, la por muchos considerada su obra cumbre, Manhattan, donde, además, conceptualiza su ciudad natal como escenario de sus tormentos amorosos y artísticos.

El director no se empeña en hacer un retrato pormenorizado de la Ciudad Condal, de la que básicamente ofrece clichés turísticos de monumentos y lugares de ocio, del mismo modo que con Asturias en la escapada inicial. Su empeño reside realmente en establecer Barcelona como un lugar conceptual, clave en la vida de las dos protagonistas iniciales, que pese a volver, necesariamente, a sus respectivos ‘status quo’ con el final de las vacaciones estivales, residirá para siempre en su memoria como escenario de un período breve pero fundamental en sus vidas.

Notable alto en el trabajo de los actores, especialmente en el caso de Penélope Cruz, por la intensidad y energía de su personaje; Javier Bardem, recreando un artista con fantasmas internos bajo la fachada de mujeriego; y la nueva musa del director, Scarlett Johansson, en su ya tercer trabajo juntos, con un personaje muy diferente a los de la desasosegante Match Point o la desternillante Scoop. En esta ocasión, Johansson es una joven con ambiciones artísticas aún no satisfechas e incertidumbre en el amor. También acertada la hasta ahora más bien desconocida Rebecca Hall (primera mujer de Christian Bale en El truco final, donde la británica también “comparte” hombre con la neoyorkina), en su rol de mujer estabilizada y comprometida que de repente se cuestiona todo aquello en lo que había creído con total convicción.

Interesantes también algunos de los secundarios como el padre del personaje de Bardem (Josep Maria Domènech) o la siempre eficiente Patricia Clarkson, en un papel escrito a su medida, que toma una importancia inesperada hacia el ecuador del film. Si bien el narrador en off empleado puede resultar redundante y cansino, cumple su función de agilizar el desarrollo de la acción, que poco a poco va dando el paso a los elaborados diálogos e imágenes en su función narrativa.

Gran trabajo también el del director de fotografía, el prestigioso e internacional Javier Aguirresarobe, que se decanta por tonalidades cálidas y preciosistas, además de notables logros puntuales como el primerísimo plano en el primer encuentro sexual entre Bardem y Johansson o las escenas en el cuarto oscuro de revelado. Destacable asimismo la banda sonora, que incluye temas de clásicos españoles como Paco de Lucía o Isaac Albéniz y que, junto a diegéticas guitarras españolas, facilitan la inmersión en el ambiente mediterráneo. Por supuesto, sin olvidar el tema principal de la película, de los oriundos Giulia y los Tellarini, que nos habla, como no, de la mágica ciudad de la que recientemente Allen ha afirmado no descartar para un próximo rodaje.

En definitiva, el señor Allen ha pasado la prueba. Ha sabido cambiar el saxofón por la guitarra española, el té de las cinco por el aceite de oliva. Ha podido crear una historia en un ambiente cultural, el mediterráneo, muy diferente al neoyorquino o al londinense, sin perder un ápice de su concepción de la vida y las relaciones amorosas. Ha pasado la prueba, y con buena nota.


Julio C. Piñeiro Sabarís

Pontevedra (Galicia)

kgb_skorpio@hotmail.com

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viernes, 19 de septiembre de 2008

A PROPÓSITO DE: VICKY CRISTINA BARCELONA (2008) de Woody Allen


MÁS ALLÁ DE CRUCES Y BARDEMES

Eloy Domínguez Serén


A pesar de lo mucho que se ha hablado en las últimas fechas de las magníficas actuaciones de los actores españoles Javier Bardem y Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona, no podemos olvidar que la importancia para el cine español de que un director como Woody Allen haya decidido rodar una película dentro de nuestras fronteras se extiende mucho más allá de que el reparto esté encabezado por dos importantes actores de nuestro país.
Y es que rodajes como el del director de Manhattan constituyen una fantástica oportunidad para el sector cinematográfico del país hospedador, al facilitar la integración de profesiones autóctonos en producciones internacionales, ya sea como miembros del equipo técnico o del artístico (se habrán dado cuenta de ello aquéllos que se hayan fijado mínimamente en los créditos finales de la última película de Wes Anderson, Viaje a Darjeeling). Esta circunstancia, en el este caso de Vicky Cristina Barcelona, es sin duda mucho más significativo que la aparición de Bardem o Cruz (sobresalientes según la crítica de Cannes) en el film alleniano, ya que ha ofrecido a profesionales españoles la excelente oportunidad de participar en una producción hollywoodiense en la que no sólo habrían podido beneficiarse de un enriquecimiento profesional fruto de su colaboración en un proceso de rodaje probablemente muy diverso a experiencias que habrían tenido en producciones españolas, sino que podrían también haber establecido posibles contactos y relaciones profesionales de cara a factibles proyectos futuros que ampliasen sus expectativas laborales. En resumen, el rodaje en España de un film de tal repercusión ayuda, aunque obviamente no en un modo determinante, al crecimiento del cine español en general.
Especialmente significativo es el hecho de que uno de los más grandes directores de fotografía del cine español, el guipuzcoano Javier Aguirresarobe (en la foto), colaborador de algunos de los más importantes directores de nuestro cine, como Víctor Erice, Carlos Saura, Pedro Almodóvar, José Luís Cuerda o Alejandro Amenábar, sea, precisamente, el encargado de la fotografía de Vicky Cristina Barcelona. Además, como curiosidad, podemos subrayar el hecho de que Allen haya escogido la música del grupo barcelonés “Giulia y Los Tellarini” como banda sonora de Vicky Cristina Barcelona, o que haya ofrecido un pequeño cameo a Joan Pera, doblador del cineasta neoyorquino al español, en el mismo film. Cameo en el que, paradójicamente, el actor y doblador de Mataró no dice ni una sola palabra, nueva muestra del peculiar humor de Woody Allen.
Por otra parte este film supone un notable impulso al llamado “cineturismo”, término que se puso de moda tras el boom que supuso para esta industria de reciente expansión el célebre caso de la trilogía de El Señor de los Anillos, que ha catapultado a Nueva Zelanda a la primera línea de los países que explotan este relativamente nuevo y visionario negocio, a la cabeza de la cual se sitúan los británicos con la potente Visit Britain, cuyos últimos proyectos de mayor envergadura han sido la realización de itinerarios turísticos por las localizaciones de la saga de Harry Potter,Orgullo y Prejuicio, Expiación o El Código da Vinci. A pesar de que esta moda todavía no ha sido muy extendida por nuestro país, nuestra industria no es ajena a las posibilidades de este negocio y, aunque probablemente Barcelona no necesite explotar este tipo de oportunidades para atraer al turista a su maravillosa ciudad (retratada también en films como Una Casa de Locos o Todo Sobre Mi Madre), otra de las localizaciones del film, la ciudad asturiana de Avilés, ya se ha puesto manos a la obra. Sin ir más lejos, ya el pasado verano el cineasta americano realizó un pase privado de El Sueño de Casandra en esta ciudad asturiana.
A pesar de que actores y directores se sitúan siempre en primera línea en el salón de la fama del mundo del celuloide, no podemos olvidar que sería imposible realizar una obra cinematográfica sin el duro trabajo de una infinidad de incansables profesiones que se ven relegados, en cuanto a repercusión mediática, a un nombre anónimo en los créditos de
una película (créditos que casi nadie se molesta en leer, ni siquiera durante unos segundos, una vez se ha encendido la luz de la puerta de salida de la sala de turno). Sin embargo, trabajando tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, existen grandes profesionales españoles que han obtenido su justa recompensa (materializada por ejemplo en reconocimientos en festivales) en el panorama cinematográfico nacional e internacional, como los directores de fotografía Javier Aguirresarobe (citado anteriormente) y José Luis Alcaine, los compositores musicales Alberto Iglesias (en la foto), José Nieto y Javier Navarrete, el montador José Salcedo o el director artístico Gil Larrondo, entre otros, además de un innumerable plantel de magníficos profesionales cuyos nombres que tal vez jamás saltarán a la escena pública. Sin embargo no podemos dejar de tener presente su existencia ya que, insisto, sin ellos no existiría el séptimo arte.

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domingo, 27 de julio de 2008

LOS CRONOCRÍMENES - NACHO VIGALONDO


LA EXCENTRICIDAD RECUPERA LA CONDICIONAL

Eloy Domínguez Serén

No sabemos si Nacho Vigalondo ha encontrado su inspiración en el célebre caballo de Espartero, pero no hay duda de que este intrépido director-guionista-actor-cantautor-blogueroha logrado con su descaro, persistencia y moral alcoyana abanderar un nuevo modelo de cineasta propio del siglo XXI. Vigalondo se ha tomado al pie de la letra la filosofía ‘juanpalomiana’ y tras sus venturas y desventuras como guionista televisivo y cortometrajista le llegó el bombazo de 7:35 de la Mañana (2003), cortometraje que le abrió las mismas puertas con las que antes le habían golpeado en las narices. Ha sido tal el tirón del cortometraje nominado al Oscar en 2004 que todavía cuatro años más tarde sigue coleando por diferentes festivales y proyecciones nacionales e internacionales. Sin ir más lejos, un servidor ha sido testigo de un irónico suceso durante uno de mis frecuentes paseos por la Piazza Duomo de Milán hace apenas una semana. En un lateral de la misma, compartiendo protagonismo con la mismísima catedral de Santa Maria Nascente, las imponentes galerías de Vittorio Emanuelle II o el Palazzo Reale, se erguía una pantalla gigante (exactamente la misma de la que unas noches atrás intentaba alejarme a toda prisa tras comprobar cómo Fàbregas había puesto de muy mal humor a los 11.000 tifosi que rodeaba al centenar de españoles del que yo formaba parte) en la que se proyectaba precisamente el surrealista e irreverente 7:35 de la Mañana. Por enésima vez he podido disfrutar de la singular coreografía ideada por el ingenio de Vigalondo. Por cierto, también los milaneses que se habían acercado hasta la plaza parecían disfrutar más viendo las peripecias del cántabro que el juego de la ‘azzurra’.

Sin embargo, y a pesar de los reiterados portazos en las narices a los que hacía referencia anteriormente, el olfato del de Cabezón de la Sal (¿premonición?) para las historias de éxito seguía intacto y tras una peculiar miniodisea de casi cuatro años ha logrado llegar sano y salvo a su Ítaca particular con su primer largometraje, Los Cronocrímenes (2008), abriéndose camino en un barrizal del que pocos logran salir con semejante donaire. Y quién sabe si, de paso, la mecha encendida por el cántabro acabará por hacer saltar por los aires los barrotes de regaliz rancia de la celda en la que permanece recluída una expectante hornada de jóvenes aspirantes a cineastas, que podrían haber hallado en el versátil coautor de la popular canción ‘Me huele el pito a canela’ un extravagante modelo a quien tratar de emular. Y es que Vigalondo no ha tenido otra alternativa que roer y empacharse de esa regaliz durante años para poder hallar una minúscula rendija que le permitiese asomar la cabeza a un empinado pasillo de celuloide. Al igual que en los films de Frank Darabont, en toda prisión siempre han compartido porra carceleros buenos, feos, malos y malignos, y en esta ocasión el fugitivo Vigalondo ha tenido la fortuna de toparse con algún simpatizante de Tom Hanks en la presentación de la cinta en la última edición del cada vez menos independiente festival de Sundance. Una suerte para este Papillon postmoderno, ya que es posible que en esta enésima prueba herculiana tal vez ni siquiera su gran ingenio o su canallería lo habrían ayudado a descubrir cuál de las puertas contradictorias [como aquellas de la nostálgica Dentro del Laberinto (Labyrinth, Tim Henson, 1985)] del particular Alcatraz cinematográfico español le habría evitado acabar directamente en el patíbulo. Todavía no conocemos las verdaderas intenciones del amigo americano que ha hecho posible la llegada de ‘Los cronocrímenes' a nuestras salas (por ahora, eso sí, se ha reservado los derechos para poder llevar a cabo un remake 'a la americana'), pero al menos ha devuelto la libertad condicional a la excentricidad en el cine español, haciendo las delicias de aquéllos que en su día disfrutaron con las primeras obras de Álex de la Iglesia, los excesos de Juanma Bajo Ulloa o el peculiar universo estético de Javier Fesser.

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domingo, 29 de junio de 2008

I ENCUENTRO INTERNACIONAL FAMILIAS DE CINE


CINE ESPAÑOL EN LA
CIUDAD ETERNA

Julio C. Piñeiro


Del 23 al 28 del pasado junio tuvo lugar en la Casa del Cinema de Villa Borghese de Roma el ‘I Encuentro Internacional Familias de Cine’, un evento que promueve la congregación de personalidades del mundo del séptimo arte que, de un modo u otro, mantengan vínculos familiares y profesionales. Esta primera edición, organizado por el Instituto Cervantes de la capital italiana, reunió en el centro cultural romano diferentes figuras del panorama cinematográfico español del nivel de Carlos y Antonio Saura, Pilar Bardem, Juan Diego o Manuel Gutiérrez Aragón con diferentes profesionales del medio, prensa especializada y escritores como los italianos Maurizio Scaparro, Ugo Gregoretti y Giuseppe Ferrara o el chileno Antonio Skármeta.
Durante la primera jornada fueron proyectadas dos películas del director cántabro Manuel Gutiérrez Aragón, Demonios en el jardín (1982) y La vida que te espera (2004), en torno a las que se estableció una mesa redonda que contó con la participación del propio director, el productor Luis Megino, colaborador de Aragón en varios proyectos y guionista del film, el multipremiado actor sevillano Juan Diego, protagonista de La vida que te espera, el director italiano Ugo Gregoretti y Giuseppe Cereda, presidente de la Scuola Nazionale di Cinema. El elenco lo cerraba Estefanía Rubio, presidenta del Instituto Cervantes de Roma, que ejerció de moderadora tanto en este como en el resto de seminarios.
En su intervención, Gregoretti se deshizo en elogios hacia Demonios en el jardín, de la que afirmó haber disfrutado de sus “imágenes admirables”, “felicidad pictórica” y “búsqueda de una felicidad cinematográfica”. El romano llegó incluso a afirmar haber hallado en la cinta ciertas referencias tanto al sevillano Antonio Machado como al granadino Federico García Lorca, dos de los máximos exponentes de la poesía española de principios del siglo pasado. Para finalizar su exposición, Gregoretti reveló su profunda admiración por el “noir grotesco español”, (presente en el film en la polémica escena de la entrada del toro en la iglesia), introducido en Italia por Marco Ferreri, director de clásicos del cine español como El Pisito (1959) o El Cochecito (1960).
Por su parte, Estefanía Rubio definió el film como una “visión histórica de luto y victoria, a través de una crónica sentimental de una familia dedicada al estraperlo, todo ello a través de la óptica de un niño (álter ego del director)”.
Cuando llegó su turno, Gutiérrez Aragón correspondió a los elogios de sus interlocutores argumentando el gran punto de referencia que había supuesto la llegada clandestina de cintas italianas a los círculos progresistas de la España franquista, especialmente para los propios realizadores. Sin embargo, el cineasta de Torrelavega lamentó que, tras el fin de la dictadura, en nuestro país se perdiera la estela del cine crítico y combativo de finales de los años 60’ y ’70 en detrimento del “cine de entretenimiento”, mega-concepto en el que englobó, entre otros, el cine de Pedro Almodóvar.
El cántabro señaló también que las diferentes lecturas ulteriores de sus obras son correctas, a pesar de que en numerosas ocasiones éstas no han sido premeditadas por el autor, ya que, afirmó, “en el cine todo se vuelve simbólico”. De hecho, Aragón ejemplificó esta sentencia con la controvertida escena de la entrada del torero en la iglesia, que tanto ha dado que hablar. Su intención original, dijo, era unir en una misma escena la tauromaquia y la Iglesia, como representación lo irracional.
Otro de los integrantes de la mesa redonda, el actor sevillano Juan Diego, que trabajó con el gran cineasta italiano Ettore Scola en El demonio de los celos (1970), apeló a un mayor acercamiento entre las culturas española e italiana, demasiado similares entre sí como para permanecer incomunicadas la una de la otra, según sus propias palabras.
Uno de los momentos más interesantes del coloquio fue cuando los tres representantes del cine de nuestro país (cada uno de ellos con un diferente rol)fueron interrogados acerca de sus impresiones acerca del presente y futuro del cine español.
El director Gutiérrez Aragón solventó el aprieto afirmando que el sistema está sometido actualmente a fuertes cambios, sobre debido al hecho de que existe una mayor facilidad, tanto técnica como financiera, para poder realizar una película. “El estreno multisala”, dice, “hace que las obras despierten menos interés que antes, cuando la cinta iba en gira por diferentes ciudades”. Aunque esto, señaló, sería aplicable a todo el circuito europeo.
Además, el cineasta advirtió que el cine ha venido perdiendo, con el paso del tiempo, una de sus más intrínsecas funciones: manifestarse como el reflejo de una sociedad y una época. “El cine de hoy en día está en las series de TV. La clase media del cine, aquella que mejor representaba a la gente, ha prácticamente desaparecido”, apostilló.
Más contundente fue el productor Luis Megino, quien habló de “crisis del cine y no de las películas”. “Hoy en día se hacen muchas más películas, pero mucho menos cine”, aseveró Megino, quien se autodefinió no con un profesional del cine sino como un “amante” de este, “especie de la que cada vez quedan menos ejemplares”, bromeó.
Por último, Juan Diego apuntilló diciendo que el cine actual, ya a nivel mundial, y los mass media sacrifican la realidad humana por una virtual, la de los videojuegos, producen “imágenes inanes, fuera del imaginario humanístico”.

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martes, 3 de junio de 2008

SOPHIE SCHOLL: LOS ÚLTIMOS DÍAS [Sophie Scholl: Die letzten Tage] de Marc Rothemund (2005) Alemania


UNA HEROÍNA EN EL OLVIDO

Julio C. Piñeiro

El cine alemán volvió a conmovernos en 2005 con un nuevo ejercicio de revisionismo autocrítico con la enésima obra ambientado en la etapa más oscura de la historia de su país. Ya un año antes Oliver Hirschbiegel había creado una gran controversia con 'El Hundimiento', obra en la que trazaba un complejo y desconocido retrato de Adolf Hitler (encarnado brillantemente por el magnífico Bruno Ganz) durante sus últimos días de vida (antes de su suicidio el 30 de abril de 1945). En esta ocasión ‘Sophie Scholl: Los últimos días’ , de Marc Rothemund, nos narra la historia de un grupo de jóvenes idealistas universitarios y su lucha contra el régimen nacionalsocialista. El autor focaliza su analítica mirada en la figura de Sophie Magdalena Scholl, la más joven y única mujer del grupo, detenida, junto a su hermano Hans, el 18 de febrero de 1943 mientras distribuían panfletos en la universidad de Münich.

A pesar de que ‘Sophie Scholl: Los últimos días’ pueda compartir ciertas similitudes con célebres historias como la archiconocida de Anna Frank (de hecho también Scholl es un conocido personaje histórico símbolo de la inocencia y la libertad) nos hallamos en esta ocasión ante un relato que va más allá de la mera supervivencia y atestigua una lucha activa en favor de la defensa de unos ideales. Digna de elogio es, sin duda, la excelente interpretación de la actriz protagonista, Julia Jentsch, que obtuvo gracias a este papel, entre otros reconocimientos, el Oso de Plata del Festival Internacional de Cine de Berlín y el Premio de la Academia Europea. La joven actriz brilla especialmente en las intensas escenas en las que Julia se ve sometida a los durísimos interrogatorios del oficial de la Gestapo (Robert Mohr). Con un gran temple y determinación, la joven se mostrará en todo momento reacia a proporcionar información acerca de la Rosa Blanca, la organización clandestina de resistencia al régimen a la que pertenecen tanto ella como su hermano.

Scholl sabe exteriorizar de un modo admirable los fantasmas interiores de una joven a la que han arrebatado no sólo su libertad sino también su inocencia. Una adolescente que sufre un violento proceso de maduración, obligada por las terribles circunstancias, una muchacha víctima de un mundo de unos adultos que juegan a hacer la guerra. Por otra parte, Robert Mohr encarna la imagen de un ciudadano alemán nacido en la miseria de la posguerra, a quien el nazismo ha dado la oportunidad no sólo de salir de la pobreza, sino también de dejar de ser un ser anónimo y desdichado, a pesar de tener que pagar el precio de convertirse en un títere voluble y despreciable. Sin embargo, el personaje de Mohr conserva atisbos de humanidad y, visiblemente sorprendido por la enorme valentía de la joven, ofrecerá a Julia una única opción de escapatoria a cambio de delatar a los otros miembros de la Rosa Blanca...



Julio Piñeiro Sabarís

Roma (Lazio) - Italia

kgb_skorpio@hotmail.com

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domingo, 4 de mayo de 2008

CINEMA SPAGNOLO ¿Algo Más Que Almodóvar?


Desde 'Crítica y Cine' os proponemos un interesante experimento sociocinematográfico para vuestras próximas vacaciones en el extranjero. El momento perfecto para llevarlo a cabo será una de esas frecuentes y siempre surrealistas conversaciones, en un inglés terrible (al menos por nuestra parte), que todos solemos tener en el momento en el que los astros se alinean para empujarnos a descubrir que existe alguien todavía más extraño que nosotros mismos.

Por ejemplo, puedes realizar este experimento cuando bromeas resignado con alguno de los veinte desconocidos con los que compartes un carísimo zulo diminuto y maloliente al que llaman albergue, hostal o por algún nombre inventado, acerca de la magnífica capacidad pulmonar de ese tío rubio y sonrojado que ronca en la litera que, a su vez, está encima de la del mochilero que lleva tres días durmiendo en la misma postura y al que le huelen espectacularmente los pies, cuyo vecino de litera te has cruzado en algún momento del día, en alguna calle de nombre impronunciable e irrecordable (me imagino que os habrá sucedido a todos).

Aunque también serviría el taxista increíblemente simpático y charlatán que tarda cuarenta y siete minutos en llevarte a la calle que te habían dicho que estaba a siete minutos en taxi desde el punto en el que te montaste, quien, desinteresadamente, te pregunta qué has visto y qué has dejado de ver de la ciudad para, acto seguido, ofrecerse él mismo a realizarte un recorrido único que no menciona ninguna de las diferentes guías que te has comprado para explorar hasta el más recóndito lugar de la ciudad.

El experimento en cuestión será muy útil cuando la esperpéntica conversación llegue a un callejón sin salida, a un punto muerto, sin retorno; cuando no sepáis cómo poner punto y final a esa relación interpersonal que jamás debió de comenzar. En ese momento será cuando debáis acudir a la pregunta del desconcierto, del vértigo, de la ofuscación, del silencio, el as de la manga del huidizo: what do you think about spanish cinema? ¡Habrás dado en el clavo, amigo! Ahora tu interlocutor balbucea, se rasca la cabeza, cierra los ojos desesperadamente en busca de una respuesta.

En muchos de los casos, al final, en un gran momento de lucidez por su parte, intentará pronunciar un nombre que, en el mejor de los casos, sonará parecido a Almodóvar (en este punto es justo decir que si hablas con un francés es muy probable que conozca mucho mejor que tú mismo el cine del director manchego). Alguno mencionará a Buñuel, aunque la gran mayoría juraría que Louis Bunuel es francés (¿no lo es también Salvador Dalí?). Los más aventajados tal vez conozcan a Amenábar (de nacimiento chileno), aunque la pronunciación de su nombre nos hará pensar que siguen hablando de Almodóvar (al igual que nosotros cuando intentamos sin éxito pronunciar los apellidos de Rita Hayworth y de Katharine Hepburn).

Si tu interlocutor es americano jamás mencionará a Antonio Banderas o Penélope Cruz, ya que ambos son mejicanos (¿cuántos de vosotros saben que Liz Taylor es británica y Billy Wildernació en Galicia, Austria?). Aunque no nos engañemos, la reacción de la mayoría de nosotros sería análoga si ellos nos preguntasen acerca del cine de su país (excepto si es estadounidense, generalmente, o incluso británico o, en menor número de casos, francés).

Sé que estoy siendo exagerado y excesivamente sarcástico. De hecho soy el primero en defender que en nuestro país también se hace buen cine, muy bueno en algunos casos. En los útimos años hemos producido grandes films, como "Mi Vida Sin Mí", "Los Lunes al Sol", "La Noche de los Girasoles", "El Bola" "Mar Adentro" o "Hable Con Ella", por mencionar sólo algunos. Sin embargo, estas cintas no logran un eco significativo en el panorama cinematográfico internacional. Es éste es uno de los problemas crónicos de nuestro cine, la distribución.

En este reportaje nos hemos propuesto descubrir cuánto conocen diferentes profesionales italianos del mundo del arte y las comunicaciones acerca del cine español. Tal vez el resultado sea consolador o tal vez apoye la teoría de los que piensan, al igual que Fernando Trueba, que“la situación del cine español es patética”. Para ello nos valdremos de las opiniones de Gianni Canova, crítico cinematográfico y presentador del programa televisivo "Cinemaniaco", los históricos del cine Luisella Farinotti y Roberto Provenzano, y el histórico del arte Leonardo Capano. Por supuesto, estoy también muy interesado en lo que vosotros tengáis que decir al respecto, de modo que no dudéis en dejar vuestro comentario.


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