martes, 13 de octubre de 2009

EL EFECTO RASHOMON (5/8)


EL EFECTO RASHOMON

Julio C. Piñeiro


IV. Desorden temporal: el montaje a escena.

A. Memento: la memoria que no queremos.

En esta película, realizada por el joven Christopher Nolan, hallamos la mayor revolución narrativa con toda seguridad del cine del siglo XXI. ¿Por qué? Porque se trata, al menos a nivel comercial, de la primera película, que, grosso modo, empieza con el final y termina con el principio.

Nos cuenta la historia de Leonard Shelby (Guy Pearce), un hombre que, después de un incidente en el que su mujer es asesinada, desarrolla una deficiencia en la memoria, que no le permite memorizar a medio plazo todo lo ocurrido después de aquel incidente. No puede recordar lo que acaba de vivir más allá de algunos minutos, tras los que su memoria se borra, se “resetea”. Por tanto, en el transcurso de su investigación sobre el asesinato de su mujer, cada vez que descubre algo lo debe recordar a través de las fotos que toma, con sus respectivos pies, o los tatuajes en su propia piel. A medida que avanza, va construyendo un puzzle, a través de ver y rever los tatuajes y las fotos, pero que no termina de ser coherente y nunca llega al final, porque siempre falta algo.

No es del todo una cinta que se rebobina continuamente, ya que los flashbacks del tiempo precedente al incidente (las imágenes en blanco y negro), su memoria "permanente", no borrada, funciona en sentido lineal, aunque fragmentada en piezas cortas, alternándose con la vida actual de Leonard, aquella "a color", pero sucediéndose, como ya he dicho, en orden lineal. En dichas imágenes vemos como Leonard, agente de seguros, interroga numerosas veces a Sammy Jankins (Stephen Tobolowsky), un hombre sospechoso de estafar a la compañía para la que Leonard trabaja. Reparamos en que este hombre parece recordar cada vez menos, como si tuviese el mismo problema que el protagonista. También se muestran escenas privadas de Jankins, que deberían por lógica estar fuera del punto de vista de Leonard, pero aparecen en sus flashbacks.

En uno de los últimos flashbacks en blanco y negro, vemos a la mujer de Jankins (Harriet Sansom-Harris), que, sospechosa de que está fingiendo todo, le pide una y otra vez que le pinche su inyección diaria, y él, en efecto, lo hace todas las veces. De esta manera, su mujer muere de sobredosis. Descubrimos entonces que este Sammy Jankins es de hecho un alter ego de Leonard Shelby, precisamente por eso aparece en sus flashbacks (reafirmándose así el concepto de punto de vista), que su mujer (Jorja Fox) no murió en el incidente, sino después, cuando "Memoria Volátil" Leonard le pincha, "inconscientemente", la inyección una y otra vez: de hecho, vemos luego la misma secuencia de las inyecciones, pero con ellos dos.

Nos damos cuenta de que todos los demás personajes (sobre todo, Teddy [Joe Pantoliano] y Natalie [Carrie-Anne Moss]) sólo se aprovechaban de su problema, pero además, comprendemos la moraleja de la película: la memoria es selectiva, recordamos sólo lo que queremos, pese a que esta selección/manipulación la haga el subconsciente, auténtico portador y expresivo del deseo. Leonard, o mejor dicho, su subconsciente, confundió la historia de Sammy Jankins con la suya propia, buscando de esta manera una especie de redención inconsciente.

Vemos que esta película-puzzle alcanza finalmente a su sentido y sitúa el final del film en su inicio teórico, es decir, el principio de la parte a color. Dentro de poco, el efecto Rashomon será conocido como efecto Memento.


B. Reservoir dogs & Kill Bill: Tarantino's way.

Quentin Tarantino es seguramente el más importante cineasta-reciclador, aquel que coge todas sus referencias cinematográficas, sobre todo de la serie B hacia abajo, el mundo de las revistas pulp, las series televisivas de segunda categoría y, obviamente, sus aportaciones personales, y prepara un cóctel cinéfilo admirado internacionalmente.

Podría estar una semana entera hablando de la obra de Tarantino, pero me centraré exclusivamente en los modos en que ha utilizado el efecto Rashomon.

1. Reservoir dogs: bandidos a colores.

Una de las obras más revolucionarias de los noventa, además de una de las películas de culto más concurridas: estamos hablando de Reservoir Dogs, film rodado en 1992 con un presupuesto bastante bajo. El director juega con el tiempo como quiere, empezando en el medio y moviéndose hacia delante y hacia atrás como le plazca, sacrificando la continuidad temporal a favor de la narración deseada.

En la secuencia inicial tenemos a un grupo de bandidos bastante peculiares en una cafetería, antes de realizar un atraco, hablando de temas tan banales como el significado de Like a Virgin o la conveniencia o no de dar propina. Después de los créditos, la película se traslada adelante, después del fallido atraco, y descubrimos que hay un traidor. Seguidamente, vemos el momento en que se conocen todos, cuando proyectan el robo y se identifican con un código de colores. Y así sucesivamente. Toda la película va adelante y atrás hasta el final, que coincide con el mismo final de la línea narrativa, en un dispendio de sangre, humor negro y diálogos muy originales.



2. Kill Bill: kung fu spaghetti-western.

Por el contrario, el principio organizador de Kill Bill (I y II), en dos volúmenes, además del tema de la venganza, es la hibridación de géneros. Tarantino realiza una película (aunque haya dos partes, constituyen un único todo) en la que, mediante la idea de la vendetta, una línea argumental bastante simple pero suficiente, mezcla los géneros de acción: kung-fu, samurai, yakuza, anime, spaghetti-western o series policíacas, con toques de otros géneros no de acción, como el giallo o los thrillers de Brian de Palma.

Cuenta, como he dicho, la historia de una venganza, de una mujer embarazada que recibe una brutal paliza el día de su boda. Su prometido, los invitados, el cura y su mujer y el pianista mueren en el ataque: sólo sobrevive ella. Cuando se despierta, después de algunos años en coma, y recupera sus facultades, procede a la venganza total, empezando por los esbirros y acabando por Bill, el jefe, el que aparece en el título.

Al estilo de Reservoir dogs, mientras el film avanza, descubrimos cada vez más datos que al final conforman un relato coherente: la novia (Uma Thurman) era una asesina profesional, quizás la más sanguinaria jamás conocida, y además era la preferida de Bill (David Carradine), su jefe. Tras descubrir que estaba embarazada de éste, decide renunciar a su carrera de asesina y empezar una nueva vida en la América de provincias. En cuanto Bill lo sabe, procede a matarla, aunque finalmente se carga a todos menos a ella. Cuando la Mamba Negra, nombre "artístico" de la protagonista, llega a su destino final, esto es, al duelo con Bill, descubre que su hija no está muerta, sino que Bill la rescató y adoptó. Con profundo dolor, Beatrix (su nombre real) culmina su vendetta.

La distribución en dos volúmenes responde a dos principios: en primer lugar, el de preguntas y respuestas, respectivamente, ya que, mientras el primero se centra más en el divertimento y el goce visceral, es en el segundo donde se revela la mayoría de la trama (de hecho, no se escucha el nombre de la protagonista hasta el volumen II, porque en el I se tapaba con silbidos siempre que se pronunciaba). En segundo lugar, los géneros: notamos que el primero toma forma de película de acción oriental, de todos los estilos, mientras que el segundo es más bien un spaghetti-western.

En resumen, el efecto Rashomon se pone aquí a disposición de los caprichos cinéfilos del director, de la realización de un divertimento estilístico.

La próxima entrega tratará sobre el film que la mayoría tiene en mente al oír “discontinuidad temporal”: Pulp fiction.

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martes, 6 de octubre de 2009

EL SUR (1983) de Víctor Erice


EN EL NOMBRE DEL PADRE

Eloy Domínguez Serén


¿Es El Sur (1983), tal y como asegura su director, Víctor Erice, una obra inacabada? Sin duda. ¿Es, a pesar de ello, un film excelente? Absolutamente. Es imposible hablar de esta película sin referirse, inevitablemente, a la controversia generada por su tenso proceso de producción. No entraremos aquí a valorar las posibles causas que llevaron al productor de la película, Elías Querejeta, a poner punto y final al rodaje treinta y tres días antes de lo estipulado, impidiendo de este modo la filmación de la que habría sido segunda parte de la película o historia del sur. Del mismo modo, tampoco entraremos en el debate sobre si la parte del guión que nunca llegó a ser filmada habría sido imprescindible para completar la obra, tal y como sostiene su director y guionista, o si, por el contrario, lo que hoy conocemos como El sur es una obra coherente y estructurada de factura intachable, como argumenta el productor.

Lo que sí me gustaría, sin embargo, es reflexionar, a raíz de esta película, acerca de a quién corresponde la autoría de una obra cinematográfica. ¿Quién es el autor de El Sur? El primer paso a la hora de llevar a cabo un proyecto es, sin duda, la elaboración de un guión, en este caso una adaptación de la novela homónima de Adelaida García Morales. Tras una breve colaboración con Ángel Fernández Santos, la versión definitiva del guión fue elaborada en solitario por el propio Víctor Erice. Un guión, en palabras de Querejeta, demasiado extenso (casi cuatrocientas páginas) y, tal y como recuerda Carlos Saura, “muy hermoso, pero casi imposible de realizar”. El hecho de que el propio Erice fue el encargado del guión y realización de la cinta podría incitarnos a inclinar la balanza a favor de la autoría del director vizcaíno. Sin embargo, algunos aspectos de la producción del film podrían cuestionar esta afirmación.

Sería pertinente, llegados a este punto, referirnos a lo que Ángel A. Pérez Gómez escribió en Reseña acerca de esta película, sobre la que afirmaba: “el contenido narrativo de El Sur no contiene originalidad mayor. Lo que la convierte en obra importante es la forma en que está narrada (…) La intensidad de la emoción la transmite gracias a la luz, a las lentas transiciones (…) El aumento, la disminución, el cambio de luz dentro del mismo plano produce ámbitos mágicos. También la relación de los planos entre sí, por esa sintaxis peculiar, produce idéntico efecto. El ritmo, majestuoso y solemne, incita a dejar volar la imaginación, a que el espectador se impregne de ese algo inefable que las imágenes autorizan a adivinar”.

Si atendemos a la extensa cita de Pérez Gómez, podemos constatar que dos de los puntos más sobresalientes de la cinta son, según punto de vista, los referentes a fotografía y montaje, aspectos de los que se encargaron, respectivamente, José Luis Alcaine y Pablo G. Del Amo. El magnífico resultado de El Sur no habría sido posible sin el excelente trabajo de ambos. ¿A dónde quiero ir a parar? Una de las principales virtudes de Elías Querejeta ha sido siempre la de rodearse de algunos de los mejores profesionales del medio y, sobre todo, la de elegir siempre a la persona adecuada para cada trabajo. En el caso de El Sur, como hemos visto, las elecciones de Alcaine y Del Amo no podrían haber sido mejores. No en vano, ambos eran asiduos colaboradores del productor guipuzcoano y el propio Del Amo (tal vez el mejor montador de la historia del cine español) había llevado también a cabo el montaje de la anterior colaboración entre Erice y Querejeta, El espíritu de la colmena (1973).

El espíritu de la colmena supuso, en efecto, el debut en el largometraje de Víctor Erice y la segunda colaboración de éste con Querejeta, con el que ya había trabajado en Los desafíos (1969). Tanto El espíritu de la colmena como El Surpueden ser enmarcadas en una etapa de la filmografía de Querejeta caracterizada por la realización de un cine metafórico, estilizado, poético. De hecho, ambas películas guardan suficientes semejanzas como para ser consideradas dos obras complementarias. En ambos casos se tratan de los misterios de la infancia y del paso del tiempo, el declive de la figura del padre, el oscurantismo de posguerra española, los límites entre ficción y realidad, los amores perdidos nunca olvidados, la soledad. Las dos cintas se definen por una puesta en escena excelente, una fotografía bella e impresionista y un montaje pausado, reflexivo e inteligente. Además de Querejeta, Erice y Del Amo, también en ambos casos el encargado de la dirección de producción es Primitivo Álvaro, una vez más uno de los hombres de confianza de Querejeta.

Por lo tanto, nos hallamos ante dos películas escritas (la primera de ellas en colaboración con Fernández Santos) y dirigidas por Víctor Erice, pero cuya ejecución está sujeta, en gran parte, a los dictámenes de Elías Querejeta y a su acierto a la hora de conformar equipos humanos excelentes. Además, como el productor con fama de intervenir que era, y a pesar del innegable talento de Erice, a menudo era Querejeta quien tenía la última palabra en muchos de los aspectos de la producción. Por otra parte, si bien los principales temas tratados en ambas cintas fueron resultado de las inquietudes personales de Erice, no es menos cierto que también han sido abordados en otras producciones de Querejeta. Es el caso, por ejemplo, de Ana y los lobos (1973) y Cría cuervos (1975), ambas dirigidas por Carlos Saura y, en el caso de la segunda, protagonizada, al igual que El espíritu de la colmena, por Ana Torrent.

Por si esto fuera poco, no podemos olvidar que, para bien o para mal, el artífice último de lo que hoy conocemos como El Sur es Elías Querejeta. Suya fue la decisión de producir la cinta, pero también la de interrumpir su rodaje. En el film concebido por Erice, habría dos partes, una sería la ambientada en el norte (que fue la que se filmó) y una segunda parte ambientada en el sur que nunca llegó a rodarse. De haberse filmado esta segunda parte, el resultado final de la película podría haber sido mejor o peor, pero, está claro, se trataría de una película diferente a lo que actualmente conocemos como El Sur. Sin duda, un cuarto de siglo después, aquella decisión sigue considerándose conflictiva, drástica y polémica. De cualquier forma, el resultado de esta decisión fue, por un lado, una de las mejores obras cinematográficas de la historia de nuestro cine, pero, al mismo tiempo, el punto y final a una de las colaboraciones más sobresalientes de nuestra industria. Paradójico, ¿no es así?

España/Francia. Argumento y guión: Víctor Erice, a partir de un relato de Adelaida García Morales. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Piezas de Ravel, Schubert y Granados, Montaje: Pablo G. del Amo. Producción: Elías Querejeta, P.C., TVE y Chloe Productions. Jefe de producción: Primitivo Alvaro. Duración: 93 min. Ficha artística: Omero Antonutti (Agustín), Sonsoles Aranguren (Estrella, 8 años), Icíar Bollaín (Estrella, 15 años), María Massip (Estrella adulta, voz en off), Lola Cardona (Julia), Rafaela Aparicio (Milagros), María Caro (Casilda), Francisco Merino (enamorado), José Vivo (camarero), José García Morilla (chófer), Aurore Clément (Laura-Irene Ríos), Germaine Montero (Doña Rosario).

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SI LA COSA FUNCIONA - Whatever works (2009) de Woody Allen




DESMONTANDO AL HOMO SAPIENS

Julio C. Piñeiro

Muchos aceptan sin más la afirmación de que Woody Allen hace siempre la misma película, que se plagia a sí mismo una y otra vez, pero lo cierto es que una mirada retrospectiva y medianamente analítica nos descubre que cada nueva película, cada año por estas fechas, nos aporta algo novedoso e inédito.
En este caso, para empezar, desde el primer momento rompe la cuarta pared de una forma nunca vista, apelando directamente al espectador, a la sala cinematográfica, de hecho, desde su protagonista previamente sumergido en una situación aparentemente rutinaria: cierto que, de alguna forma, no es novedad, pero nunca había sucedido de una manera tan inesperada, tajante, y, por supuesto, cómica.
Esta vez, el neoyorquino, lamentablemente retirado como actor, delega la recreación de la versión extrema de su personaje en su 'compatriota', el también cómico Larry David, que, sumándolo a sus propios fantasmas y fobias, ofrece unos niveles de hipocondría y misantropía más altos que nunca. Se trata de Boris Yellnikoff, un superdotado hombre de ciencia encerrado en sí mismo, hastiado del mundo y de la gente, con fallidos intentos de suicidio y serios problemas de insomnio.

Pronto entra en su vida, de casualidad, Melodie (Evan Rachel Wood), una joven sureña perdida en la Gran Manzana, a la que había viajado en busca de aventuras más emocionantes que las que le ofrecía su aburrido, monótono, conservador y profundamente religioso ambiente sureño. Y no las encuentra precisamente en las grandes avenidas o en las luces de neón, sino en el cuchitril de este neurótico que se despierta en plena noche, una sí otra también, pensando que se muere.
Boris hace de Melodie una especie de Pigmalión, la impregna de su filosofía científica y su pensamiento misántropo para enseñarla a sobrevivir en esa ciudad de locos. La atracción idólatra de la bella hacia la bestia comienza a ser progresivamente recíproca, y ese lobo estepario se encariña y le coge gusto a vivir de nuevo en pareja.

Los giros llegan con la aparición de la madre de Melodie (Patricia Clarkson) primero, y del padre (Ed Begley Jr.), después, gente de un carácter retrógrado, germen de la educación y posterior deseo de evasión de su hija. Pero lo gracioso es que, tanto uno como el otro, encuentran en la recargada atmósfera de la metrópolis la inspiración necesaria para desprenderse de sus arraigados valores conservadores y descubrirse realmente a sí mismos, con un resultado irremediablemente tronchante.
La llegada de éstos también afecta a Melodie, que, tras el férreo dominio de sus padres, primero, y el peculiar 'tutorial' de Boris, después, encuentra por fin su propia senda en la vida con un joven idealista y apasionado. Hasta al propio Boris le afectan estos cambios. Solo otra vez tras la 'emancipación' de Melodie, un repentino golpe (literalmente) del azar, que le hace topar con un nuevo amor tras el enésimo intento de suicidio por la ventana.
He ahí la cuestión: el azar, la casualidad, esa poderosa e indomable fuerza del universo que todo lo monta y desmonta, siendo capaz de imponerse a los principios, tanto de la religiosidad más acérrima, como de la racionalidad científica más avanzada y compleja.
El retorno de Woody Allen a Manhattan, a su Manhattan, no decepciona en absoluto, por mucho que el azar nos intente convencer de lo contrario. Si la cosa funciona, que funcionará, este viejo genio del 7º arte nos seguirá deleitando año tras año con unos alocados personajes y unas perlas de diálogos que no nos podemos perder.
P.D.: Acuérdense de cantar el cumpleaños feliz cada vez que se laven las manos, es útil para eliminar los gérmenes.




CUANDO WOODY ENCONTRÓ A LARRY

Eloy Domínguez Serén

¿Por qué extraviarse en absurdos laberintos de cómos y porqués… si la cosa funciona? No insistamos, jamás habrá modo de obtener el valor del coseno del ángulo con que Cupido ha hecho diana en nosotros, ni la velocidad del proyectil en el momento del impacto. Ni siquiera podremos estar seguros de si esa flecha fuese realmente dirigida a nuestro pecho. ¿Qué importa eso… si la cosa funciona?
Todo un genio de la mecánica cuántica y casi premio Nóbel como Boris Yelnikoff, protagonista de Si la cosa funciona, decidió hace tiempo renunciar a teorizar acerca de los designios de Afrodita y decantarse por la filosofía del ‘whatever works’, y la cosa parece no haberle ido nada mal, siempre y cuando estés dispuesto a ser un misántropo hedonista y huraño.
Hay cosas que funcionan, sin más, y la combinación New York – Woody Allen es una de ellas. Tras reincidir en su aventura londinense con más pena que gloria y sorprender a propios y extraños con una postal mediterránea, este otro genio vuelve al escenario que más ama y mejor conoce para demostrar que todavía conserva destellos de su brillante capacidad para retratar con ingenio y mordiente lo patética y apasionante que es la existencia de seres humanos desencantados y entrañables que poblan la jungla urbana neoyorkina.

Si bien a lo largo de toda su carrera Allen ha recurrido en varias ocasiones a echar mano de alter egos para protagonizar algunas de sus películas (Jason Biggs, Will Ferrell, Kenneth Branagh…) el cineasta estadounidense parece haber hallado una magnífica proyección de su cinismo sobre el sobre el escenario en el cómico Larry David, célebre creador de la mítica serie Senfield.
David encaja a la perfección en este homenaje al pesimismo en el que no podemos evitar reímos a carcajadas de nuestras propias miserias. Allen observa la raza humana con una clarividencia superlativa a través de su mirada miope y nos deleita recreándose en decirnos lo despreciables que somos.
Nos tronchamos con las idas y venidas de un grupo de personajes tan estereotipados como creíbles, tan histriónicos como enternecedores y tan ridículos como la mayoría de las personas que nos rodean.
El resultado de la ruptura de estos personajes con las férreas normas morales da como resultado el caos y el delirio, pero también la tan ansiada felicidad, virtud que parece enfrentarse a la convencionalidad. Al fin y al cabo, tal y como asegura en personaje de Boris al final de la cinta, el azar es el único juez posible. El mejor Allen vuelve a reencontrarse consigo mismo en las calles de la Gran Manzana… y la cosa funciona.





Título: Si la cosa funciona

Título original: Whatever works

Dirección: Woody Allen
País: Estados Unidos, Francia
Reparto: Larry David, Evan Rachel Wood, Patricia Clarkson, Ed Begley Jr., Henry Cavill, Olek Krupa
Fotografía: Harris Savides

Guión: Woody Allen
Música: Varios
Duración: 92 min






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lunes, 5 de octubre de 2009

EL EFECTO RASHOMON (4/8)


EL EFECTO RASHOMON

Julio C. Piñeiro


III. Un mismo objeto en manos de distintos personajes: las dos caras de la fortuna.

A. Winchester '73: el arma maldita.

Esta película, dirigida en 1950 por el clásico Anthony Mann con su estrella favorita, James Stewart, no obedece a una discontinuidad narrativa especialmente radical (no existía todavía Rashomon), pero en cambio, creó precedente para obras posteriores.

El principio organizador de la película es el arma que le da título. Pasa por distintas manos y todos los que la poseen sufren un destino trágico. Aparece por primera vez cuando Lin McAdam (Stewart) y el bandido Dutch Henry, a quien el primero persigue pero no puede arrestar a causa de las leyes locales, llegan a la final de un campeonato de tiro. Lin gana el premio, un fusil Winchester del '73, pero Dutch se lo roba.

Luego, Dutch lo intercambia con un comerciante, que se dedica a vender las armas a una tribu india. Pero cuando el jefe pone los ojos en el Winchester y el comerciante se niega a vendérselo, el primero lo mata.

La siguiente mano en tener el fusil es Steve Miller, miembro de la banda de Dutch. A Lola (Shelley Winters), su novia, no le gusta nada que lleve esa arma, que le produce malos presagios. Luego resulta que el bandido Waco desea el fusil, por tanto provoca a Miller delante de Lola, hasta que se empiezan a pelear; pero Waco, mucho más experto, se lo carga. Cuando Dutch se da cuenta de que este último tiene el arma, se la arrebata de nuevo: es su fusil, sólo suyo.

Dutch organiza un atraco a un banco, pero fracasa. Lin lo atrapa y lo conduce a las montañas, donde lo mata. Entonces descubrimos que ellos dos son hermanos y que Dutch había matado al padre de ambos. Finalmente, Lin se marcha con Lola.

Esta película pertenece al hipertexto del western clásico. El bueno acaba por matar al malo y llevarse a la chica. Pero la diferencia aquí es que el destino no viene marcado únicamente por los conceptos de bondad y maldad, sino también por un objeto maldito.


B. Babel: incomunicación internacional.

El tercer y último film de la trilogía de Iñárritu y Arriaga, se sirve del mecanismo iniciado por Winchester '73: se trata también de un fusil, pero aquí funciona simplemente como un nexo de unión entre las diferentes historias.

En este caso, lo que realmente conecta las historias son sus temáticas en común: la incomunicación (expresada ya en el título), el choque de diferentes culturas, la fuerza del destino y la redención. Estas tramas están tan mezcladas y cruzadas que resulta imposible ordenarlas cronológicamente con total exactitud.

Empiezo por la historia del matrimonio estadounidense (Brad Pitt y Cate Blanchett) que se encuentra de vacaciones en Marruecos. Se aprecia claramente que están sumergidos en una crisis matrimonial, que siguen hablando pero ya no se comunican. Durante un desplazamiento en autobús, la mujer recibe un disparo en el cuello. El marido se da cuenta entonces de que aquel país está bastante más atrasado, la sanidad, por mucho que paguen, es muy precaria, no es Estados Unidos. Él hace todo lo que puede, intenta poner a todos a su disposición, sabiendo a posteriori que no es posible. Finalmente, llegan a un hospital donde la ponen a salvo.

Mientras tanto, sus hijos se quedan en casa, a cuidado de la habitual niñera (Adriana Barraza), inmigrante ilegal mejicana pero desde hace mucho trabajando en EE.UU. Ella los acaba llevando a México, a la boda de su hijo, ya que no encontró a nadie que se hiciese cargo de ellos durante aquellos días. Allí en la boda, todos se lo pasan fenomenal, incluidos los niños estadounidenses, que pese a encontrarse en un ambiente muy diferente al suyo, se divierten mucho. El problema llega a la vuelta, cuando se disponen a cruzar la frontera. Los lleva su sobrino (Gael García Bernal), que conduce un poco ebrio. Entonces, cuando nota que van a tener problemas, arranca de golpe el coche. Deja salir a su tía y a los niños para que huyan, pese a ser noche cerrada. El problema es que se encuentran en pleno desierto, llega el día y hace un calor terrible. La niñera va en busca de ayuda, dejando a los niños junto a un arbusto. Vuelve más tarde sin haber encontrado nada, pero entonces no los encuentra allí. Finalmente, la policía la detiene, le comunica que los niños están a salvo, que sus padres lo saben todo, pero no la van a denunciar, y que ella será definitivamente deportada.

Volvemos a Marruecos, pero un poco más arriba, en la montaña. Allí se encuentran dos hermanos, hijos de un pastor, que juegan con un fusil recién comprado por su padre. Uno de sus disparos es el que alcanza a la turista americana. Enseguida se dan cuenta de la que han liado y vuelven a casa, pero después la policía los busca. Cuando finalmente los encuentran, ellos intentan huir y a uno de ellos muere en el tiroteo.

Por otra parte, en Japón, nos encontramos con la historia de una adolescente sordomuda (Rinko Kikuchi, nominada al Oscar por su desgarrador trabajo) y su padre, cuya única conexión con las demás es que este último fue quien vendió el fusil al pastor marroquí. En este episodio, el tema de la incomunicación alcanza su máxima expresión con la minusvalía de la hija, que trata sólo con chicas que padecen el mismo problema. Su madre murió recientemente y esto se nota en la relación más fría que tiene con su padre. Pero su mayor problema es el sexual: no consigue tener su prima experiencia, debido obviamente a su impedimento. De esta manera, se ofrece sexualmente a hombres adultos, primero al dentista, que la rechaza de golpe, y después al detective que aparece en su casa para indagar el caso del fusil, a quien se le presenta completamente desnuda después de un rato, y rompe a llorar tras ser de nuevo rechazada. La trama concluye con un abrazo en el balcón de los dos protagonistas, quienes se apoyan emocionalmente de manera recíproca.

Notamos como en este caso, el particular efecto Rashomon se vuelve banal, siendo utilizado casi exclusivamente para enlazar las distintas historias, unidas en sentido conceptual y temático, pero que también necesitan un nexo físico-narrativo.


En el próximo capítulo, pasaremos por fin a las películas con una línea temporal discontinua, donde el montaje es más clave que nunca.

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viernes, 2 de octubre de 2009

EL SECRETO DE SUS OJOS (2009) de Juan José Campanella


EL PASADO NO ES MI

JURISDICCIÓN


Eloy Domínguez Serén

Un hombre sexagenario garabatea un cuaderno al que faltan gran parte de sus páginas. Las bolas de papel amontonadas en su papelera evocan desordenadamente los recuerdos más dolorosos de su vida. Ahora, sentado en su escritorio, al igual que el protagonista de Deseando Amar “recuerda aquellos años como si mirara a través del cristal de una ventana cubierta de polvo”. En el fondo del baúl de la memoria se oculta aquello que nunca quisimos que hubiese estado allí.

La primera secuencia de El secreto de sus ojos nos sumerge de lleno en la memoria de Benjamín Espósito, un lugar donde los recuerdos se funden y confunden con recuerdos de recuerdos. Espósito ha trabajado durante toda su vida en un juzgado penal y, ahora que se ha jubilado, es incapaz de dar un paso hacia adelante sin mirar hacia atrás y observar las huellas de un largo sendero de incertidumbre. Treinta años antes fue engullido por un brutal caso de violación y asesinato que envolvió en la oscuridad a quienes trataron de arrojar luz sobre él.

La última película de Juan José Campanella es una precisa pieza de relojería en la que cada uno de los mecanismos que la conforman queda perfectamente ensamblada en su soberbio guión, especialmente astuto en sus brillantes diálogos plagados de dobles significados. Las manecillas giran aquí en espiral en torno a círculos concéntricos que absorben al espectador trasladándolo con temple del presente al pasado y viceversa. Y todo ello envuelto en la fascinación por el poder de la mirada para hablar, amar, venerar, castigar o delatar.

La arquitectura de los personajes hace gala de una magnífica capacidad para penetrar, comprender y conmover. Ricardo Darín es magnético dando vida a las dos versiones de Espósito: el honesto policía de mediana edad que ha tocado un bajo techo en un apático juzgado penal y el viejo zorro reflexivo y obstinado que se enfrenta a sus antiguos fantasmas con pluma y papel. Junto a él, dos actores en estado de gracia: Soledad Villamil, en el papel de la tenaz y aguda instructora Irene Menéndez Hastings y, sobre todo, Guillermo Francella, impresionante como el fatigado, derrotado y alcoholizado Sandoval.

El secreto de sus ojos plantea una interesante lectura sobre el peso del pasado: la vida da segundas oportunidades a quienes deciden tomarse la revancha, pero el precio es demasiado caro y no siempre vale la pena.



YO NO SÉ QUÉ ME HAN

HECHO TUS OJOS


Maximiliano Curcio

Adaptando la novela de Eduardo Sacheri La Pregunta de sus Ojos, el film ratifica el cine de gran calidad que ha caracterizado a Juan José Campanella, un cineasta con una vasta y extensa obra. El punto culmine de su trayectoria es el Premio Oscar alcanzado gracias a El Secreto de sus Ojos, el segundo galardón que Argentina obtiene en su historia –luego de La Historia Oficial de Luis Puenzo en 1984- y una especie de revancha para Campanella quien estuvo muy cerca de lograrlo en 2001 gracias a la recordada El Hijo de la Novia.

Corrían fines de los años ’90 y Benjamín Espósito es un secretario de un Juzgado de Instrucción de la Ciudad de Buenos Aires. El está por retirarse y decide escribir una novela basada en un caso policial que lo conmovió treinta años antes, del cual fue testigo y protagonista. Su obsesión con el brutal asesinato de una joven y bella mujer, ocurrido en los violentos años ‘70, lo lleva a revivir aquellas épocas, trayendo al presente la violencia del crimen, pero además de una profunda historia de amor imposible con su colega, Irene (Soledad Villamil), una bella mujer a la que ha deseado sin ella saberlo.

La historia se desarrolla –en parte- en la convulsionada Argentina gobernada por Estela Martínez de Perón, donde la subversión amenazaba y los demonios de la dictadura ya sobrevolaban el turbio aire nacional y que casi de forma estigmática aun tiene heridas sin cerrar. En el centro del relato se encuentra el personaje de Benjaim Esposito –en la piel del genial Ricardo Darin- un idealista que sigue fielmente sus principios, un hombre que vive en silencio una historia de amor frustrada y que se encuentra frente a la existencial encrucijada de seguir viviendo de recuerdos casi karmaticos o recuperar el tiempo perdido mirando hacia delante.

El Secreto de sus Ojos se escalona como un denso policial noir que mezcla varios géneros y toma a lo largo de su desarrollo tintes románticos, costumbristas, políticos, dramáticos y hasta humorísticos, con el sello de un virtuoso de la narración audiovisual como es Juan José Campanella. La película presenta matices que todos los argentinos tenemos presentes y que se nos hacen hecho carne a lo largo de nuestra historia transcurrida y sufrida. La viveza criolla esta en cada esquina buscando sacar ventaja del mas débil. La impunidad es un beneficio del que gozan asesinos, torturados y corruptos. La burocracia del sistema judicial es cómplice también de un aparato que solo genera anarquía e inestabilidad. El fútbol como pasión omnipresente popular de los argentinos es vida, tradición y salud.

El film juega con dos tiempos y dos realidades, la de la vida y la ficción: en el pasado una investigación, una violación y un asesinato convertidos en novela en el presente, casi como un ejercicio de exorcismo de sus propios fantasmas, esos que aun en el presente indagan en esa intrincada tarama judicial que enmascara oscuridad, dudas, venganza, miedo y poder. Esta fragmentación temporal recurre a elaborados flashbacks hechos de secuencias narrativas que se filtran en recuerdos o hipótesis de lo sucedido. El pasado invade al presente, lo modifica, lo reinstituye, lo indaga, nos hace desconfiar de lo que vemos, de lo que se nos cuenta. Allí el film se juega su carta fundamental. Lo verosímil se desarticula de forma abrupta y nos envuelve, nos siembra pistas, nos induce claves.

Un mecanismo de relojería perfecto que condensa toda la riqueza cinematográfica que transita el film fluyendo de forma extraordinaria, desde una postura clasista en el relato, pero también con esa mixtura de géneros, herramientas y recursos estilísticos propios de quien conoce bien su lenguaje autoral. Los personajes que visten a la historia poseen relieve, son inestables, conflictivos, impredecibles. Ese magnetismo y pasión inunda a una historia que seduce de por si, cuyo relato posee un tono violento, crudo y muy bien tratado por ser un tema de extrema delicadeza a la sensibilidad afectiva de la fibra mas intima del ser nacional.

No quedan dudas que lo selectivo de la memoria es un terreno azaroso y resbaladizo, pero hay instantes marcados a fuego donde la retina es la mejor fotografía y no olvida un instante. Y el misterio a resolver cuyo punto de partida es saber que esconde esa mirada, donde una foto antigua revela una verdad que había estado oculta, en ciernes. Hay veces en que la ley no puede no sabe o no quiere hacer justicia. Victimas y victimarios también es una analogía la historia argentina. Una historia sinuosa, contradictoria y con sensaciones encontradas. Así se establece un valido paralelo a este apasionante relato, que definirlo meramente como un thriller judicial lo enmarcaría en un contexto, pero no alcanzaría a dimensionar su potencial fílmico. Digamos, sencillamente y sin miedo a exagerar, que nos encontramos frente a la mejor película argentina hecha en muchos años.


Título: El secreto de sus ojos

Dirección: Juan José Campanella

País: Argentina

Reparto: Ricardo Darín, Guillermo Francella, José Luis Gioia, Javier Godino, Pablo Rago, Soledad Villamil

Fotografía: Félix Monti

Guión: Eduardo Sacheri, Juan José Campanella

Música: Emilio Kauderer, Federico Jusid

Duración: 127 min.



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miércoles, 30 de septiembre de 2009

EL EFECTO RASHOMON (3/8)


EL EFECTO RASHOMON


Julio C. Piñeiro



II. Historias cruzadas: diferentes protagonistas, mismos sentimientos.

A. Amores perros: ¿México lindo?

Este film, rodado en el 2000, es la ópera prima de los mejicanos Alejandro González Iñárritu (director) y Guillermo Arriaga (guionista) e inicia una trilogía que concluye con 21 gramos (2003) y Babel (2006), ya de producción americana. Contra todo pronóstico, recibió a nivel internacional un aplauso unánime de crítica y público, convirtiéndose en la película latinoamericana más popular de los últimos años.

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