Julio C. Piñeiro
Esta producción francesa, dirigida por la debutante Mona Achache, ha tenido una gran acogida en el festival vallisoletano desde el momento de su estreno, dentro de la Sección Oficial, y se constituye como una firme candidata a la Espiga de Oro.
Se trata de una adaptación libre de la aclamada novela de Muriel Barbery, La elegancia del erizo. En la rueda de prensa posterior al estreno en el Teatro Calderón, el pasado sábado, en la que la realizadora estuvo acompañada por la actriz protagonista, Josiane Balasko, afirmó que, al tratarse de una novela muy literaria, valga la redundancia, se tomó la adaptación como un reto. Su intención fue conservar el espíritu de la primera lectura, esa que nos coge por sorpresa, desnudos, que no da apenas tiempo a analizar todos sus entresijos.
Lo que más le llamó la atención del libro original fue el trío protagonista: la joven Paloma (Garance Le Guillermic), la entrañable portera Renée (Josiane Balasko) y el enigmático nuevo inquilino japonés, el señor Ozu (Togo Igawa). Y precisamente en ellos establece los pilares de la narración. Contrapone desde el primer momento a estos tres individuos, introvertidos pero con un gran equilibro interno, con su aburguesado y cínico entorno, formado por seres aparentemente extrovertidos y abiertos pero con un mundo interior totalmente patas arriba.
La pequeña Paloma, desencantada de este mundo en el umbral de la infancia, graba con su cámara casera (versión audiovisual del diario en la novela) a toda la gente que le rodea, sus familiares, sus vecinos, como animales deambulantes por la sabana, como un pez rojo dando vueltas y vueltas en la pecera, metáfora esta última que la directora ha tenido el detalle de representar visualmente, dándole un plus de significación, sobre todo con su reaparición hacia el final del metraje, con una cierta intención anticipatoria. Son precisamente Renée y el señor Ozu los únicos que parecen escapar a esa inquietante tónica dominante, como erizos con duras púas pero sensible y frágil abdomen.
La directora impregna de onirismo y poesía, sin prescindir del necesario aroma revelador, un universo cotidiano encerrado en un edificio que actúa como un cuarto personaje, escondite de sus personajes ante la calle que se presenta como un vivero de aventura pero a la vez peligro, con terribles consecuencias. Crea una fábula atemporal en la que convergen una trayectoria iniciática, la de la niña curiosa e inteligente en los albores de la brecha de la adolescencia, con una concepción radical de la muerte como solución a la vida que le espera, la adulta, que le causa pavor; pero bajo su mirada se nos muestra otra trayectoria, de segundas (o últimas) oportunidades, con el encuentro de dos viudos, solitarios y soñadores que se resisten a caminar solos hacia la vejez. La inesperada resolución de esta segunda trayectoria funciona a modo de homilía para la pequeña Paloma, que de esta manera reinterpreta en un sentido más prudente los conceptos de la vida y la muerte que a su temprana edad ha desarrollado.
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