viernes, 26 de febrero de 2010

XXY (2007) de Lucía Puenzo


UNA CUESTIÓN DE GÉNERO
Maximiliano Curcio

Este drama intimista y angustiante, de los más interesantes que se han producido en el cine argentino en estos últimos años, incomoda, molesta, hace preguntas que nos definen como ser humano, nos involucran dentro la sociedad y nos muestra el lado mas cruel de esta. Reflexiona a la vez sobre la adolescencia, esa edad donde todo parece confuso, sobre el despertar del sexo, sobre las familias disfuncionales, sobre la incomunicación del matrimonio, sobre los prejuicios culturales. Se pregunta y nos pregunta, indaga en sus personajes y nos emociona, nos desequilibra, nos conmueve, nos hace pensar. No se compadece de sus personajes, tampoco los endiosa, los deja librado a un público pensante al que no subestima, por lo cual permite y avala una discusión post visión del film.
Basada en el cuento Cinismo de Sergio Bizzio, el film era toda una incógnita y el debut como directora de la hija de Luis Puenzo, ha resultado una auténtica sorpresa. Los guiones de Bizzio para Animalada y Adiós Querida Luna son dos claros ejemplos de su gusto por el humor absurdo, bizarro y delirante. Para Lucía Puenzo (quien había colaborado con su padre en el guión de La Puta y la Ballena) es un debut más que auspicioso, dueña de una claridad narrativa y una integridad visual avanzada para una debutante. La realizadora maneja con oficio las herramientas con las que cuenta y muestra que, una vez más, las mujeres argentinas pueden dirigir buenas películas sin tener que llamarse Lucrecia Martel.

Mas allá de sus valores artísticos, en los que destaca su estilización visual, XXY es una película provocativa y audaz. La trama habla de los conflictos de identidad de índole sexual de una adolescente y cómo estos afectan a su entorno familiar. Pero va mas lejos, se vincula con la libertad de elección, en todos los aspectos de la vida, mas allá del sexo, en fin, lo que nos define como seres humanos y nos da un lugar en el mundo. Puenzo demuestra una corriente vanguardista de corte independiente (que en algún momento perjudica la estabilidad estructural del film) en su ritmo narrativo, y no se basa en verdades científicas para introducirnos en el caso, aborda mas bien la veta humana y las sensaciones que despiertan y transforman a los personajes de la historia, dejando ver su mejor o peor cara.
Es inusual ver a Ricardo Darín en este tipo de producciones independientes, pero grato al fin verlo vinculado a un proyecto lejos de las súper producciones que habitualmente protagoniza, pero cercano a un cine de gran calidad. Cumple como siempre y le bastan un par de escenas para mostrar su enorme talento interpretativo, si bien su papel se sale de los límites de los que habitualmente compone. Sin embargo, Darín no es el centro del relato en esta historia, así como tampoco lo es la brillante Valeria Bertuccelli, ni el sorprendente Germán Palacios.
El centro de la historia y sostenes mayores de la labor interpretativa son dos jóvenes actores: Martín Piroyansky e Inés Efron, dos auténticas revelaciones, que con entrega, compromiso y soltura componen dos personajes traumados, problemáticos y complejos tanto en su interpretación como en el lugar terminan por ocupar cada uno en la vida del otro. Para ellos dos se trató de elegir, y a pesar de tener la vida por delante, un entorno no muy favorable que desacomoda un orden carente de estabilidad emocional, parece condenarles de jóvenes la herramienta más valiosa de su destino: el tiempo.

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