Julio C. Piñeiro
Iré más allá de aquella sentencia gnóstica mundialmente conocida de Fernando Trueba el día que recogió el galardón más importante de su carrera. No creo en Dios, pero tampoco en Billy Wilder (aunque lo admiro e idolatro), sino en los canales de cable. Sé que me repito, pero todos los que seáis amantes de series, deberéis estar agradecidos de tener en verano más material catódico de nueva hornada que llevarse a la boca, sin la necesidad de sobrevivir con reposiciones, puestas al día o reveladores descubrimientos (que una cosa no quita la otra). La HBO y la AMC ya no caminan solas en este verano que está tocando a su fin. La Showtime volvió a la palestra la semana pasada con una nueva temporada de su producto estrella de la comedia, Weeds. Y esta semana estrenó su nueva apuesta para los formatos de media hora (a estas alturas, la sempiterna dicotomía drama/comedia resulta insuficiente y maníquea), The Big C. Ya tenemos una serie para los lunes, todavía digiriendo el empache a cuatro bandas de los domingos.
Lejos de tratar el problema de manera central y directa, su existencia opera de manera trasversal, como un vehículo, muy significativo, para la sucesión de acontecimientos que dan lugar a las diferentes tramas y subtramas de las que se compondrá la serie. No es que se banalice ni mucho menos la enfermedad, ni que se omita su inevitable gravedad por todos los medios. A nuestra protagonista, Cathy Jameson, profesora de secundaria, no parece afectarle todo lo que debería, al menos de cara al exterior. Pero ella está harta, hastiada del mundo y de todo lo que le rodea, y lo dicho, la gran C ha sido la gota que ha colmado el vaso, lo que la ha hecho reventar. Harta de un marido rechoncho y egoísta (Oliver Platt), un hermano esquizofrénico practicante, un hijo vacilón y pasota, una vecina zumbada y quejica y unos alumnos sin ambición alguna, entre los que destaca la (oronda) presencia de Gabourey Precious Sidibe, que pasa de ser adolescente marginal sufrida a ofrecer un personaje de lo más sarcástico y retorcido que saca tajada de su “rotundidad”, algo así como una Queen Latifah con malas pulgas.
La excentridad y sinuosidad de este variopinto grupo de secundarios, así como la manera tan peculiar y punzante de lidiar con problemas tan delicados e incluso tabús, como la mencionada obesidad del personaje de Sidibe o la soledad y la muerte, en caso de la vecina loca, dan cuenta del tipo de comicidad que impregnará la serie, que caminará entre el humor más negro y el drama más siniestro de un modo tan sutil y mecánico que ni siquiera nos percataremos, algo que para la Showtime es su ilustre marca de la casa. Un concepto que alcanzará su cumbre cuando no le quede otra que entrar de lleno en la problemática de la gran C, que, repetimos, de momento queda en un segundo plano, en un pistoletazo de salida. Ella ni siquiera se lo ha contado a nadie, únicamente lo sabe su joven y apuesto médico, único personaje que le despierta un mínimo halo de esperanza y optimismo, y con quien tiene pinta de germinar la TSNR principal.
Un piloto muy interesante, aunque nada acelerado ni grandilocuente, que tiene su colofón en su grandiosa secuencia final, un tragicómico soliloquio de Cathy, con un perro de mirada bobalicona como único espectador, en un sofá estropeado a propósito, dentro de un gran hoyo destinado a albergar una piscina. Todos los elementos argumentales del capítulo unidos física, narrativa y conceptualmente en una composición visual made in Showtime. Un canal que cuenta con no pocos detractores, quienes afirman que su política de producción se basa exclusivamente en planteamientos rompedores que se quedan en eso, en grandes arranques que no saben tener una continuidad atractiva, y que cuentan con el sensacionalismo y la provocación gratuita como sus únicas armas de supervivencia. Tendrán su parte de razón, no digo que no, pero aquí vamos a ser entusiastas y a dar una oportunidad a esta serie, que de momento se la ha ganado. Por cierto, el piloto está dirigido por Bill Condon, responsable de Dioses y monstruos, Kinsey y Dreamgirls.
5 comentarios:
Leí el otro día sobre esta serie y me pareció una idea no tanto original sino divertida, sobre todo si Laura Linney es quien la protagoniza.
Conociéndote, creo que te encantará esta serie. Es Showtime 100% (en el buen sentido), y tiene un reparto bastante cinematográfico (Laura Linney, Gabourey Sidibe).
Y espera a que empiecen las idas de olla, esas ensoñaciones sarásticas en plan A Dos Metros Bajo Tierra.
Ya vi el primer capítulo. He de decir que aunque me recordó a lo que sería una mezcla entre United States of Tara y Mujeres Desesperadas, me gustó bastante. Tiene clase y algún detalle con el que me rei de verdad.
Ya he visto los dos primeros capitulos y la he encontrado buenísima, me encantó el modo en que la protagonista enfrenta su enfermedad. Al final de cada capítulo uno se queda reflexionando un poco de lo que es la vida, de lo que es realmente importante.
Lo mejor es que no centra, de momento, en la enfermedad en sí, sino en el replanteamiento de la vida que hace la protagonista. Como se toma a su hijo, a su hermano, a su vecina y a su alumna como retos.
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