domingo, 28 de febrero de 2010

UN PROFETA - Un prophète (2009) de Jacques Audiard


MESTIZAJE Y MÍSTICA


Julio C. Piñeiro


Resulta a veces inexplicable la poca proliferación de intentos en firme de hibridar el género carcelario con el cine de mafias, dos hipertextos aparentemente predestinados a cruzarse una y otra vez. Ese ha sido uno de los principales propósitos de Jacques Audiard en la que es ya su obra maestra, la gran sensación en Cannes con el permiso de La cinta blanca.

Partiendo del procedimiento común en ambos géneros que es la trayectoria iniciática, el director comienza a tejer una intensa trama encerrada en ese microcosmos de relaciones de poder que es el espacio carcelario, muy decisivamente revestido de mestizaje para ir más allá en su dimensión sociológica y antropológica y llevar esas dialécticas de la jerarquía a las disputas étnicas, que devienen más determinantes que nunca.

Aunque para transcender esos rasgos comunes de los hipertextos, resulta especialmente relevante el salto del campo (el espacio cerrado de la prisión) al contracampo (el exterior) y la manera en que este cambio se reserva casi con exclusividad la mayor parte del 3º acto. Al mismo tiempo, existe entre esos dos espacios una relación tesis/praxis, magistralmente medidas en el tiempo de la trama.

La iniciación adquiere un carácter más complejo al tratarse de todo un intrusismo, como es la aceptación y posterior escalada de un 'novato' árabe entre los círculos corsos. Las divergencias étnicas se llevan al plano idiomático y así nos encontramos situaciones de incomunicación que dan mucho juego al desarrollo del drama.

Otro de los puntos fuertes de la narración es la manera en la perfecta complementación entre los dos actores principales: la contención y cautela del debutante Tahar Rahim, toda una revelación, en la recreación del iniciado Malik, “el trepa tranquilo”, choca con la energía, el despotismo y la intimidación que nos produce Niels Arestrup (ya presente en la anterior película de Audiard) en la piel del capo de los corsos, versión maligna y peligrosa de la figura del mentor.

Pero la auténtica guinda, el rasgo distintivo que pone a este película por encima de muchas otras, es esa dimensión mística, que acompaña al protagonista suministrada en la justa cantidad. Desde el fantasma de su primer acto de iniciación, causa de tormentos y falta de sueño, hasta la providencia que lo acompaña en momentos clave, de corte casi divino pero cuya ejecución desde el subconsciente evitan el indeseable deus ex-machina. Así, una peculiar religiosidad impregna con latencia el relato, dándole un título inmejorable.

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1 comentario:

Horacio Muñoz Fernández dijo...

No había visto un ambiente carcelario con ese realismo y tan bien relatado desde The Wire.