LA CATARSIS DE UN
DEPLORABLE GENOCIDIO
Eloy Domínguez Serén
Hacía mucho tiempo que no veía una película tan demoledora. Ciudad de vida y muerte, el film chino vencedor de la Concha de Oro en la última edición del Festival de San Sebastián, es la devastadora e implacable crónica de una de las tragedias más deplorables del siglo XX: el genocidio de 300.000 chinos (100.000 según fuentes niponas) a manos del Ejército Imperial Japonés en la ciudad de Nanjing, en diciembre de 1937, en el marco de la Segunda Guerra Sino-Japonesa.
La narración de esta estremecedora cinta bélica está estructurada en dos episodios: la destrucción de los últimos focos de resistencia local y las ejecuciones masivas de los prisioneros chinos; y las atrocidades cometidas durante las semanas posteriores a la ocupación de Nanjing sobre los civiles refugiados en la zona de seguridad establecida por un comité internacional al oeste de la ciudad.
No es gratuito el hecho de que la crítica internacional haya puesto al director Lu Chuan el sobrenombre de “el Spielberg chino”. Si bien la portentosa y solvente destreza con la que Lu filma la impresionante batalla inicial nos remite a la matanza del desembarco de Normandía de Salvar al soldado Ryan (1998); es inevitable pensar en las barbaries cometidas por las SS en los guetos y campos de concentración de La lista de Schindler (1993) durante la segunda mitad de Ciudad de vida y muerte, en la que las tropas niponas torturan, violan y asesinan discriminada y vilmente a enfermos, ancianos, mujeres y niños en la infrahumana zona de seguridad. En este infierno, uno se pregunta dónde diablos está la vida a la que hace referencia el título internacional de la película.
Sin embargo, a pesar de la admiración que siento por esta grandiosa y necesaria película, como espectador no puedo eludir la sensación de que el director trata de manipular deliberadamente mi percepción con un fin tendencioso y partidista.
Los soldados del Ejército Imperial Japonés son retratados, salvo calculadas excepciones, como sádicos y abominables bestias hedonistas. Lo sé, la guerra aniquila cualquier resquicio de humanidad, compasión o solidaridad. Pero, sin embargo, la milicia china está integrada por mártires que ofrecen sus vidas a una lucha suicida contra un invasor despiadado. Mientras los valerosos resistentes chinos cumplen con su deber y honor, los enajenados japoneses disfrutan arrojando a niños por las ventanas, descargando sus ametralladoras sobre hombres maniatados, mutilando y violando a mujeres y ejecutando a enfermos moribundos vendados de los pies a la cabeza. Incluso un delegado nazi se horroriza ante tal brutalidad y trata de proteger a los refugiados chinos de los sanguinarios japoneses. El mismo nazi que llora desconsoladamente cuando es obligado a abandonar a los chinos en manos del ejército imperial.
Por supuesto, no dudo lo más mínimo de la verosimilitud de los hechos narrados, que son deleznables. Pero sí dudo de la intención de quien los narra. No pido objetividad, ni tampoco imparcialidad. Pero sí responsabilidad.
1 comentario:
creo que en una guerra no hay ni buenos ni malos, es igual que sean chinos, japonenes, rusos, nazis o españoles.... yo solo me quedo con un hecho: si realmente pasó lo que se ve en la película, sólo puedo decir que la humanidad está enferma...
a mi me encantó!
saludos
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