ROALD SEGÚN WES
El cineasta se ha atrevido con una historia no tan conocida, pero perteneciente al género que más reputación le ha otorgado al escritor británico: la novela infantil para adultos. A través de un hábil y divertido guión, co-escrito con Noah Baumbach (con el que repite tras The life aquatic), Anderson cautiva a pequeños y mayores y firma un gran debut en el género de animación, tras haber alcanzado en su anterior película, Viaje a Darjeeling, la cumbre de su cine más personal, la tragicomedia extravagante y absurda.
Pese a estar desde el principio ante un producto muy diferente en apariencia a los que nos tenía acostumbrados el director, un film de animación realizado con la técnica del stop-motion (que parece haber resistido bien la embestida y hegemonía de la animación por ordenador, comandada por Pixar), enseguida notamos rasgos muy reconocibles del estilo del cineasta. En la composición visual se advierte un aprovechamiento inteligente de los elementos en segundo plano, ya sea como efecto de contraste o como detalle constructivo y enriquecedor (casi siempre gracioso), clara herencia del maestro Jacques Tati. La elección de temas para la banda sonora dota de personalidad y marca el tono general del relato, que en esta ocasión se mueve en el terreno del country y las canciones populares, con especial mención a la genial “Boggis, Bounce and Bean”, creada para la ocasión. Aunque por otro lado, la música original de Alexander Desplat resulta pertinente en todo momento y fundamental para los momentos clave.
Ya en el aspecto más puramente argumental, el universo y los personajes de Dahl se encajan perfectamente con la mirada de Anderson, y esto es todo un aliciente si tenemos en cuenta que estamos ante una fábula de fauna animada. Desde la familia protagonista, no especialmente disfuncional, pero sí llena de tormentos y obsesiones con gran potencial cómico, encabezada por el temerario y aventurero Sr. Fox, hasta el entrañable e impredecible Kylie, zarigüeya-conserje, el clásico amigo tontaina pero que siempre está ahí, incluso cuando menos se le espera. Toda esta comunidad 'civilizada' de animales salvajes (los únicos humanos son los villanos) alcanza su clímax en la preparación del golpe final, con una revista a las tropas donde salen a relucir sus nombres de guerra (que no es otra cosa que los nombres científicos de sus especies) y sus mejores habilidades.
Aunque este relato, universal y atemporal, del descubrimiento de la propia naturaleza, la lucha contra la tiranía y la superación de los fantasmas personales, pueda ser disfrutado por niños y mayores, ciertos elementos reconocibles lo apartan del cine puramente infantil. Aparte de una cierta justificación del hurto como medio de supervivencia (incluso en la secuencia final) o simplemente puro heroísmo, tenemos a la rata navajera, la mutilación de la cola del zorro, el maltrato animal (a perros, zorros o gallinas), y en general, la presencia imponente de lo violento y lo destructivo, eso sí, debidamente edulcorado y siempre con el espíritu de la comedia mandando.
El reparto de voces en la versión original sólo se puede calificar con un contundente chapeau. George Clooney vuelve a su lado granujilla con el Sr. Fox; Meryl Streep aporta la madurez y la cordura de la madre de familia; Jason Schwartzman vuelve a su personaje ideal poniéndole voz al “patito feo” Ash, hijo del protagonista; un Bill Murray más cuerdo habla por el tejón-abogado, voz de lo racional; y Willen Dafoe añade un nuevo villano ruin a su lista, esta vez con cuerpo de rata trampera, traicionera y grosera.
Dos conclusiones positivas y esperanzadoras: la stop-motion está más viva que nunca (en este último año ya hemos tenido además Los mundos de Coraline y Mary and Max), y sobre todo, Wes Anderson definitivamente sí puede hacer otros tipos de cine sin dejar de ser él mismo y tiene aún mucho que contar pese a haber alcanzado su cumbre.
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