lunes, 31 de mayo de 2010

Series de TV - PERDIDOS (LOST) - Series Finale



EMOTIVIDAD A FALTA
DE RESPUESTAS
Julio C. Piñeiro

Una semana después, el controvertido y esperado y final de Lost sigue dando que hablar, y así lo hará durante mucho tiempo. Lejos de ceñirnos a la reseña de turno, hemos preferido ir más allá, y elaborar una crónica medianamente global de las reacciones, realizando un compendio selectivo de una semana de buceo por una parte, aún minúscula pero significativa, de la intensa y prolífica actividad que el gran final en particular, y la última temporada en general, han suscitado en multitud de webs, generalistas o especializadas, innumerables foros y blogs o variopintos grupos y páginas de Facebook, pero siempre bajo la óptica de un claro posicionamiento y huyendo de la ambigüedad.
The end logró el récord de audiencia de la serie en EEUU, con 13,5 millones de personas de media (15,3 millones en la última media hora). Eso sí, lejos del adiós de Seinfeld (76 millones) o Friends (52 millones).
La inevitable decepción
La innegable verdad es que, no tanto el capítulo en sí, sino su secuencia final, me cautivó en el momento, y no he sido el único. Supone la culminación de esos momentos emotivos colectivos, que representaban esos reencuentros en la playa, cada vez que algún personaje volvía sano y salvo de alguna expedición en busca de respuestas. Esa enigmática realidad alternativa resultó ser un especie de limbo atemporal, de lugar místico, o cósmico, en el que van a para todos. Así, esa recurrente sentencia de “live together, die alone” se transforma en live together, die together, con todos (o casi todos) caminado juntos hacia el más allá. Todo un homenaje final a los personajes de la serie, un guiño a los primeros compases de su estancia en una isla que los marcó para siempre. Entertainment Weekly destacó la «épica» de este último episodio unida a la emoción sentida por el espectador al recordar la ficción desde el inicio, con la llegada de aquellos personajes que se habían marchado. Aprovecharon ese "limbo" para que tuviéramos algo parecido a un final feliz y que pudiéramos despedirnos de los personajes que durante 6 temporadas nos tuvieron enganchados. En ese lance final, fue clave, como tantas veces, la excelente música de Michael Giacchino, que sin duda se constituyó desde el inicio como uno de los pilares del éxito se la serie.
Pero apenas cinco minutos después del último fundido, con la mente en frío, y saliendo del letargo producido por el madrugón, nos damos de bruces con la “cruda realidad”. La sensación de timo es grande. No era de esperar que se resolviesen todos y cada uno de los enigmas de esa montaña interminable que se había ido acumulando desde el primer capítulo, con la que nos han tenido enganchados desde el principio). Pero para la resolución final, con el objetivo de intentar contentar a todo el mundo, sacrificaron el esclarecimiento del misterio y la coherencia del conjunto, por una emotividad, muy intensa en el momento, pero que, con la cabeza en frío, se antoja insuficiente, dejando un considerable regusto a chasco. Los calificativos negativos para la esperada conclusión no han parado de sucederse: facilona, sensiblera, forzada, precipitada, conformista, inconclusa, chata, mediocre o insulsa, incluso algunos la llegaron a comparar con Ghost o Autopista hacia el cielo.
"Vale, no han resuelto absolutamente nada". Han apostado por la emoción, la culminación, de algún modo, de las tramas dramáticas y sentimentales de los personajes, en detrimento de la respuesta a preguntas fundamentales. Un final muy vago y escaso para la complejidad que arrastraba la serie. Como buen argumento de misterio, deben quedar lagunas y ambigüedades al final (a ser posible, con algunas pistas), pero nunca hasta el punto de reducir y simplificar de esa manera algo que había sido el objetivo final en la 5º temporada y el principio organizador de la 6º. Es decir: el último tercio de la temporada anterior y esta última en su totalidad estaban organizadas y pensadas para conducir y prepararnos a este momento, que decepciona por completo: lo que equivale a decir que la última temporada de esta serie es un despropósito.
Nos han vendido la sexta temporada como la temporada en la que se resolverían todas las dudas y no se dejarían cabos sueltos, en la que al fin íbamos a comprenderlo todo, o casi todo. Y no ha sido así, ni mucho menos. Se han dejado una cantidad de dudas sin resolver y demasiadas cosas en el tintero: después de seis años seguimos sin saber nada. La serie fue perdiendo fuerza a lo largo de la temporada y como otros opinan, los espectadores la seguíamos únicamente por ver cómo se solucionarían todas esas incógnitas. Toda la sexta temporada ha sido una especie de despedida, que ha acabado en amarga decepción. Para muchos el problema ya no ha sido las decenas de dudas que dejaron por resolver, sino este final pseudorreligioso con tufillo a salida por la tangente.
Carmen Pérez-Lanzac, en el diario El País, no lo pudo haber expresado mejor: “A los creadores les perdono las dudas sin responder, los capítulos malos -como el que desarrolla el pasado de Jacob o el que explica la inmortalidad de Richard-, y las improvisaciones forzadas por la decisión de algunos actores de dejar la serie. Pero no este desenlace medio espiritual. ¿Para esto tanta escotilla, tanta iniciativa Dharma? Así que suspenso por un final que rompe las reglas de un juego que ha durado seis años. Seguro que podían haberlo hecho mucho mejor”.

La sexta temporada abría un nuevo interrogante y ha cerrado su propio interrogante. Por ello, el desenlace sería bastante válido como conclusión a la temporada, pero no al conjunto de la serie, ni por asomo. Como final en sí mismo, sensiblería y espiritualidad aparte, es correcto, pero implica que todo lo que nos han ido contando, cantidad de hechos y acciones que ponían como muy importantes, y hasta matando a algún personaje principal para acelerar el misterio, al final todo eso ha caído en saco roto y no ha servido para otra cosa que mantenernos en vilo hasta el final. Temas centrales de infinidad de capítulos finalmente no han tenido consecuencia alguna en la trama. Para este final no se necesitan seis temporadas, ni viajes en el tiempo, ni realidades alternativas, ni paradojas temporales ni muertes más que forzadas. Cuestiones que en su día tuvieron mucha importancia en el desarrollo de la trama,
y para las que no hay ninguna referencia en el final. Giros argumentales y más misterios que no han contribuido para nada en el desenlace. Ya no es sólo que no estén resueltos, es que parece que fueron creados exclusivamente para mantener nuestra atención una temporada más.

En las últimas temporadas, ya desde el final de la tercera temporada, la serie se mantenía casi únicamente por el misterio, un misterio que sólo han usado de gancho para colarnos sus patrañas filosóficas y que ni siquiera se han atrevido a resolver. Llegó un punto en el que se metieron en demasiados fregaos como para salir limpiamente, se les fue de las manos, y eso jugó en su contra. Tanto rizaron el rizo, cada incógnita enterrada bajo otra incógnita (bonito recurso para ir estirando el chicle), que ya no supieron por dónde salir. De hecho, canta mucho que incluso se intentasen justificar en la propia diégesis, hacia el final de la serie, cuando la madre adoptiva de Jacob zanja de un plumazo todos los interrogantes que aquel le está formulando: “cada respuesta llevará a otra pregunta y así sucesivamente”. Desde la quinta temporada, aparecían elementos que hacían difícil un final congruente, y mucho menos, racional. Tendremos que conformarnos con teorías que nunca veremos confirmadas. Parece que todo lo que vimos durante cinco temporadas no tiene sentido, que se trata de misterios aislados. Los perdidos somos nosotros, los seguidores de la serie. En definitiva, una rotunda tomadura de pelo.
Los fans de Lost se quedan fríos con un desenlace emotivo pero que no responde a las incógnitas de la isla. En The end, el último episodio, parece que han tirado a la papelera los resúmenes y esquemas explicativos de la enredada trama con más de una veintena de personajes y se han decantado por potenciar la lágrima fácil y el espectáculo de efectos especiales. El final de Perdidos sí que ha sido humo, negro o del color que sea.” Fátima Díaz, El diario de Sevilla.
Un internauta indignado reza en un comentario: “Un modo barato de no tener que trabajarse respuestas para todas las cosas inexplicadas que han ido colando en la serie. Y falla por todos lados el guión. Vendieron más de lo que tenían. Fueron colando cosas por la serie, y no fueron capaces de trabajarlo para que no pareciesen meras excusas sacadas de la manga para mantener suspense, pero que no pensaban responder porque no dan abasto.”
Carles Cols, de El Periódico, va más allá en el análisis, comparándolo con otras conclusiones polémicas que dieron mucho que hablar: “Un final cobarde malogra el genio creativo de seis años de ‘Perdidos’. El capitulo mancilla la maestría de epílogos y prólogos de las primeras temporadas. El telón baja con tan mala fortuna como se despidieron Twin Peaks o Los Soprano. [...] Tres antecedentes pendían sobre las cabezas de Damon Lindelof y Carlton Cuse, responsables de las peripecias de los protagonistas, como una espada amenazante. Primero, el desatino final de Expediente X. Segundo, el morrocotudo enfado que desencadenó el minuto que cerró Los Soprano. Tercero y fundamental, el declive que acompañó a Twin Peaks tras el altamente adictivo arranque que concibió David Lynch para aquella serie de culto. Perdidos tenía, no en vano, la aspiración de superar como rompecabezas los secretos de la doble vida de Laura Palmer y, claro, resolverlos, si no en su totalidad, sí al menos en esencia. Lynch tuvo la oportunidad de redimirse después en la gran pantalla. Mulholland Drive es, en cierto modo, aquello que Perdidos tal vez hubiera querido ser: un perfecto engarce entre la vida real, la deseada y la muerte.”
En la web de Público, donde se abrió un foro de debate para la ocasión, se han sucedido opiniones como:
Esta serie pretendía seguir los pasos de la (esta sí) mítica Twin Peaks, pero resultó que ninguno de ellos (guionistas y directores) tiene, por mucho que hayan tratado de disimularlo enrevesando al máximo la "historia", el talento de David Lynch.”

Un final impropio de los sublimes prólogos y epílogos de las primeras cinco temporadas y, en consecuencia, con un flaco favor a la edad de oro de las series de televisión. Perdidos respondió a una expectación planetaria sin precedentes con una mezcla de lo más cursi de Ghost (recuerden, Patrick Swayze y Demi Moore) y lo más insultante de El sueño de Pamela Ewing, aquel episodio de Dallas con el que los guionistas trataron de salir del galimatías en el que se había metido por la burda trampa de convertir en sueño toda una temporada, o sea, a lo Serrano.”
Filosofías a parte, el problema es que se dijo, e incluso se machacó, que había un final lógico y coherente a todo, y eso ha sido simple y llanamente mentira. ¿Por qué perder un capitulo como el 15 donde al final no sabemos como empezó todo ? No se puede jugara la muerte como recurso, pues en ella y en su transición hacia otro posible estado cabe todo, ya que nadie ha venido del otro lado a decirnos si es verdad que hay algo o no. Hay que tener más clase y terminar con altura y dignidad.”
Serie ¿de personajes?
Los fans más incondicionales se refugian en que se trataba de un serie de personajes, y que todo lo demás, la isla, la trama criminal, los enigmas, fue una excusa, un “McGuffin” para que los personajes sacasen lo mejor de sí mismos. Y no vale eso de que era una serie de personajes. Para empezar, tal comparación me provoca una sensación mixta entre de carcajada más indignación. El maestro Hitchcock partía de un detalle o una acción aparentemente intrascendente, y no centraba y copaba la narración con este mecanismo. De la sorpresa y el suspense al timo y la trampa hay una larguísima autopista.
Esta afirmación les dejó de valer a partir de las dos primeras temporadas. De hecho, podemos ahora ver claramente qué estrategia global han seguido para mantener fresca la serie e interesada a la audiencia, aunque para ello tuviesen que encerrar la congruencia con llave en un armario. Al principio desarrollaban la trama de los personajes, como soporte a un misterio que se otorgaba en cuentagotas: ahí es donde la serie nos ofreció sus mejores momentos. En la tercera temporada, la de la inflexión, especialmente en su último tercio, el misterio se alimentó y aceleró para no perder fuelle, arrollando a personajes principales si era necesario (el sacrificio de Charlie fue el primer gran indicio de la incoherencia y la trampa que se estaba urdiendo); se seguían desarrollando los personajes, pero siempre en relación con el misterio. Ya en la sexta, se vuelve a la trama de los personajes, pero desde una óptica mística-new age, sin nada que ver apenas con las primeras entregas; así, tuvieron la excusa perfecta para dejar de lado la resolución de la montaña de misterios con las que nos arrastraron a ese volumen final. En resumen, una trampa tras trampa, y al final, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.
Esa excusa se desmorona enseguida, al advertir la presencia de varios capítulos donde ni siquiera aparecen los losties; o el sacrificio, más de una vez, de personajes enteros, de los supuestos principales, para hacer avanzar un misterio que no se resolvió. O introduciendo muchos otros sólo de manera instrumental y que acaban teniendo mucho peso. El ejemplo claro lo tenemos en Desmond: por mucho que tenga su propia historia, aparece como un personaje meramente instrumental; su objetivo (Penny) ha estado siempre fuera de la isla, y todos sus flashbacks, sus antecedentes, están relacionados de alguna manera con su llegada a la Isla, delatada por la presencia de Eloise, tanto en el momento de comprar el anillo como en la foto del convento.
¿Para qué haber rizado tanto el rizo si así lo tuviesen pensado, más aún con este final? Entonces, estrictamente hablando, sobraba ya mucho desde el segundo volumen, con la aparición de la iniciativa DHARMA, más bien, de sus restos.

La degeneración de un concepto genial
Cierto era que Lost se trataba en un principio de un serial de aventuras, de la convivencia y supervivencia de unos personajes, y la manera en la que lidiaban contra un mal desconocido, un misterio y una intriga que los ponía a prueba. Poco a poco ese mal iba tomando forma, bajo la figura de una organización corrupta (la sempiterna “Compañía” de todas las series de este tipo), a la par que sus recovecos se iban diversificando y el mal se hacía cada vez más complejo, así como las maneras de escapar de él. Las primeras licencias recurrentes llegaron en forma de viajes en el tiempo y demás desvíos de física cuántica, con justificaciones discutibles, pero aceptables. Con todo, ya se empezaban a desviar del espíritu original de la serie.
Pero ya cuando empezaron a excederse en sus licencias fantasiosas y sobrenaturales, copando con ellas el argumento, machacando con ese factor espiritual que tufaba a Cienciología para iniciados, y sobre todo, metiendo en cada dos líneas de diálogo toda esa patraña de la predestinación, el destino y esa filosofía de todo a cien que enseguida se volvió rancia. Si ya antes se la acusaba de tramposa e incongruente, pero hasta cierto punto se perdonaba, con esos cambios acabaron desvirtuando el concepto original, volviéndose la trama casa vez más incoherente, haciendo y deshaciendo el ovillo y apilar más enigmas en una pila de ellos ya de por sí rebosante.
Esa vaga y pretenciosa aureola pseudointelectual ya cantaba desde el principio, bautizando a personajes, de importancia mayor o menor, con nombres de históricos de la filosofía (Locke, Hume, Rousseau, Burke, Bakunin) o de la ciencia (Faraday, Hawking, Minkowski). Muchos nos acabamos cansando de todo ese rollo del destino, la predestinación, el "estamos aquí por una razón", "se supone que tenemos que estar aquí". A veces daban a entender que las mentes “pensantes” detrás de la serie eran testigos de Jehová o raelianos. Eso no era Perdidos en un principio.
El desarrollo global de la serie se puede resumir en tres niveles, sucesivos:
  • relato de convivencia, supervivencia y lucha contra un mal que se desconoce (la frontera se puede marcar a lo largo de la tercera temporada).
  • relato de ciencia-ficción y conspiraciones cruzadas (de la anterior en adelante, hasta la recta final de la quinta temporada).
  • relato fantástico lleno de filosofía de salón, misticismo de autoayuda y teología barata (último tramo, hasta el final).
La fe triunfa finalmente sobre la ciencia, y el hombre de ciencia acaba siendo más papista que el hombre de fe. Así, la explicaciones religiosas se imponen sobre las científicas, pese a que lo científico(física, medicina) había tenido protagonismo central hasta la última temporada. Un “reconvertido” Jack, cuyo liderazgo fue construido muy hábilmente en su momento, representa como ningún otro la degeneración de la serie, su pérdida de rumbo y su improvisación continua, patentes cada vez que provoca giros argumentales completos, gracias a sus radicales cambios de voluntad, una y otra vez, como si de mudar la ropa interior se tratase.
Este hecho es todavía más grave si consideramos que Jack se acabó confirmando definitivamente como el personaje central de la serie (la cual inaugura y clausura), siendo su viaje personal, por decirlo así, centro de la trama personal. Los guionistas, que primero lo habían erigido cuidadosamente como el líder de los losties, al que todos o casi todos hacen caso, por convicción o por arrastre, luego fuerzan sin más sus giros bruscos de actitud, con fines claramente instrumentales, lo que no viene sino a confirmarnos las crisis del relato de personajes. Su heroísmo pseudocristiano, culminado cuando “da su vida” por la isla y sus habitantes, ya no sólo cada vez más baboso y menos creíble, también altamente contradictorio, después de la que ha pintado con sus firmes decisiones sacadas de la manga.
En resumen, lo que nos pareció una idea fascinante e innegablemente original, fue degenerando en una rentable tomadura de pelo, salpicada de aisladas notas de genialidad, que coincidían, cómo no, con los inicios y finales de temporada. Así vimos un bello universo de fantasía, deformarse y agrietarse al ser exprimido y vapuleado por las manos de sus propios creadores. Equívocos aparte, cuando estalló aquella bomba de hidrógeno, no murieron los personajes, murió la serie.


Flash-sideways
, o el timo de la estampita
Como ya hemos dicho, lo único que vale la pena del Series Finale, y por extensión, de toda la última temporada, es ese emotivo reencuentro final, que sirve de cierre esa línea temporal alternativa, lo flash-sideways o línea X, y con todo, está plagado de incoherencias. Lo peor de todo es que, desde en el momento en que se conoce por fin de qué se trata esa línea, se nos queda cara de tontos.
Es decir, se ha sacrificado tanto para “alcanzar” esa línea temporal, tras haber armado las de dios para detonar esa bomba de hidrógeno en 1977, llevándose por delante la vida de alguien como Juliet, ¿todo para que “eso” sea un limbo/purgatorio/antesala al cielo o como quiera llamarse? Y por otro lado, nos traen una “realidad” demasiado compleja como para ser sólo imaginaria y “atemporal”, todo un conjunto aparentemente estable de visiones post mortem, basadas en el recuerdo, donde los personajes actúan, interactúan y modifican su entorno. Esa realidad alternativa sugiere cualquier cosa menos que están muertos, y enseguida surgen preguntas, aún muy básicas: ¿cómo han “tenido” Juliet y Jack un hijo estando muertos?, ¿de dónde sale el recuerdo de ese hijo?, ¿cómo es que Kate no mató a su padrastro sino a otro hombre?, ¿y eso de que Shannon no estuviese en el “segundo” Oceanic y luego aparezca en ese L.A. Ficticio?, así una largo etcétera. Pierde agua por demasiados lados: tendrían que haber buscado otra justificación. Con toda la información que han dado sobre esa línea paralela, creando un pasado y un presente complejos y bien atados para cada personaje, es toda una patada que nos la quieran colar por atemporal. Por poner un ejemplo, Boone no consiguió llevarse a Shannon en el Oceanic 815 imaginario, pero sí después, cuando organiza, junto a Hurley, su reencuentro con Sayid. Es innegable que esa dimensión tiene su propia temporalidad, por mucho que se trate de una zona imaginaria común de recuerdos y visiones.
Asimismo, hay que tener en cuenta que esa realidad alternativa es también inespacial, así que el concepto de reunión sólo puede ocurrir en un espacio recordatorio colectivo: cuesta mucho tragar que todos tuviesen la telepatía suficiente para compartir esas visiones. Un universo paralelo, con todo un nuevo galimatías de relaciones entre los diferentes personajes, más bien sus instancias. Relaciones demasiado consistentes como para simplemente dejar de lado en el momento final. Ahí todos existen, pero con notables desigualdades: he ahí el problema, las diferencias, con la falta de coherencia y congruencia que acarrean. Esos cabo sueltos se acaban revelando como trampas, engaños, o indicios de que se fue escribiendo sobre la marcha.
Se delatan ya desde el principio. En la primera secuencia de esas visiones, se produce un infracción en toda regla de la coherencia focal. Si se supone que esas anacronías son única y exclusivamente visiones de cada personaje, ¿cómo es que se nos muestra entonces aquel largo plano que acaba en la isla hundida? No es posible, o al menos coherente, que algún personaje haya tenido tal visión, ya que, por lógica interna de la narración, sólo poseen la capacidad de ver su “universo” circundante. Teniendo en cuenta que esta infracción se ubica en el principio de la línea X, y a partir de ahí continúa un relato estrictamente focalizado en los personajes, estamos ante una trampa narrativa con mayúsculas.
Otro indicio de la trampa/engaño: esas heridas que Jack se aprecia en el cuello y el costado, resultan ser finalmente indicios, señas, restos presentes en su “visión” del mundo físico, vivido en la isla, lo que nos lleva a pensar que sí se trata efectivamente de un después real de la isla, y no imaginario. Ni siquiera son capaces de respetar las reglas con las que ellos mismos han tejido ese universo paralelo, cayendo en errores de coherencia interna: básicamente, ¿si Jack y Juliet estuvieron casados en los sideways, por qué tuvieron que esperar a que apareciesen Locke/Kate y Sawyer, respectivamente, para recordar? O lo mismo del propio Sawyer, al que sólo Juliet hace recordar, y no Kate, o incluso Miles o Sayid, con los que se encuentra previamente. Esto puede llegar a tener su justificación y no ser considerado un engaño, pero en todo caso, sí dejan patente que ha sido improvisado sobre la marcha, o que lo tenían cogido con pinzas.
Una de las mayores lagunas es saber qué provocó finalmente la bomba de hidrógeno que detonó una Juliet moribunda. Porque no evitó que el avión se estrellase. Como mucho, devolverlos a su tiempo presente. No fue más que una excusa para disipar cualquier teoría que tuviese que ver con el desenlace que finalmente sí se consumó. Lo que nos empujó a ver la última temporada fue el deseo de confirmar qué pasó realmente con aquella bomba. Pues nada, nos quedamos con las ganas.
La gran virtud de Lost había sido mantener el misterio, y hasta cierto punto, aparentar que lo tenían todo pensado desde el principio, y no improvisado, y eso era lo que realmente enganchaba. Con la línea X, ese as sacado de la manga, se cargan de un plumazo esa apariencia, que muchos ya cuestionaban. Los fans queríamos un final, y ésto no lo ha sido: con él han huido totalmente de cuadrar algo. El argumento se fue embrollando y complicando hasta tal punto que era imposible hacer algo decente con él, llegando a un desenlace que evidencia el hecho de que los guionistas fueron improvisando y metiendo misterios tras los que no había nada. Nos han estado “vendiendo humo”, nunca mejor dicho, y ahora vemos a los guionistas como “el hombre detrás del telón”, como el Linus que dice saberlo todo acerca de Jacob sin haberlo visto nunca. Y eso ya se podía intuir con los finales alternativos de la cuarta temporada, que más que apoyarles, se acaban volviendo en su propia contra. Ahora nadie se puede atrever a decir que lo tenían todo pensado desde el principio.
El foro de Lostzilla, la mayor comunidad hispanohablante de losties, también reflejaba ese sentir: "El primer impacto, sinceramente, ha sido de decepción. Mientras que nos ha gustado mucho el episodio en sí y cómo se ha cerrado la trama isleña, con la muerte de Jack, nos ha parecido muy decepcionante el cierre de los flash-sideways, quizá no por la forma de cerrarlo, sino porque no comprendemos mucho la necesidad de meterlos en la sexta temporada como un 'argumento extra' dejando otras muchas cosas en el aire".
Sí, señor. Esa línea X la que han metido de forma tramposa y que al final sí resuelven diciendo que es una especie de antesala al cielo o purgatorio, pero es totalmente irrelevante para la trama de la isla que nos han estado contando en todas estas temporadas: si la quitáramos entera no pasaría nada, es una excusa para rellenar capítulos y que al final de la serie podamos volver a ver a todos los personajes, que al final mueren no explica nada, ya que todo el mundo al final muere.
En definitiva, los flash-sideways ha sido un burdo intento de emular la fórmula de Mulholland Drive, pero con objetivos diametralmente opuestos, y obviamente, sin éxito. Una huida de un final coherente, que se les puso muy cuesta arriba, y sin remedio posible. Quién la hace, la paga.




El laberinto sin salida
Un buen relato de misterio no debe acabar totalmente resoluto, deben dejarse algunas lagunas, y dar unas pistas, más o menos claras, para que el espectador le siga dando vueltas en su cabeza y termine de reconstruir el puzzle. Pero todo tiene unos límites, y la temporada final de Perdidos los ha sobrepasado de largo.
Algunos críticos salen al paso, advirtiendo que un final demasiado cerrado le hubiera quitado épica y misticismo a una serie que en los últimos años ha hecho de teorizar un deporte universal. Para los que nos dicen que esperábamos demasiadas respuestas, claro que no esperábamos todas las respuestas, ni de manera explícita: lo que nos indigna es que no hayan tenido dando vueltas y vueltas durante tantos capítulos para traernos esta conclusión. Es decir, todo lo anterior, todos aquellas preguntas sin resolver, por las que seguíamos viendo la serie, han caído en saco roto, era relleno, elementos puramente circunstanciales, que creaban una intriga para algo que nunca llegó.
Para los que nos afirman sin miedo que la serie está cerrada, lo está por el final (de ambas líneas), previamente mangoneado, pero no por el principio, por los orígenes, lo que realmente importaba: ahí hay más lagunas que en Escocia. Se trata de aspectos fundamentales para el desarrollo posterior, que aparece inconexo y sigue adelante, terminando por su cuenta, y olvidándose de sus causas. Por ejemplo, el capítulo de Across the sea, antepenúltimo, se mete en miramientos bastante triviales y deja de revelar elementos fundamentales: de dónde vienen los poderes 'divinos' de Jacob (¿tenemos que deducir que por beber ese agua?) , o de dónde salió la madre adoptiva de ambos, es decir, quedó claro que había "civilización" en la isla antes que ellos, pero nos volvieron a dejar en blanco. Para acabar cerrando la trama de esa manera, haber hecho una serie de dos temporadas, y listo.
Sobre todo, me pareció una patada que no contasen el origen de los Hostiles, tan fundamentales desde la tercera temporada (realmente, desde la primera, donde no se les ve pero mueven todos los hilos); especialmente, uno de sus peces más gordos, la todopoderosa e incombustible Eloise Hawking, que manda y ordena más que nadie pero no se sabe con qué propósito ni para dónde tira. Ya no es que no hayan atado todos los cabos sueltos, ¡¡es que no han atado ninguno!! Desde el final de la tercera temporada (donde se produce un salto cualitativo en la magnitud de la isla), hasta ahora, todo ha sido paja y más paja, en la que se introducía hábilmente la intriga, ya que, viéndolo con un mínimo de perspectiva, todo o mucho de lo que pasa no ha influido para nada en el desenlace, o al menos, en su causa lógica.
A los que dicen que lo de los números ya está resuelto, ni mucho menos: se han dicho a quién hacen referencia, pero nunca el porqué de sus cualidades ocultas y su omnipresencia. Tenemos que presuponer que alguien entro en la cueva con los nombres de los candidatos, escogió seis a boleo (en ese momento había muchos más sin tachar) y lanzó una señal de radio que recibieron tanto el barco de Rousseau como la estación de radio en la que trabajaba el loquito que luego le dice los números a Hurley en el manicomio. No hay por donde cogerlo.
Ni siquiera la emotividad de la última secuencia se libra de la quema: a algún que otro fan le ha parecido excesivamente utópica (y contradictoria) esa interpretación de "la bondad humana", especialmente si se tiene en cuenta que la sangre fría con la que han afrontado muchas situaciones los personajes de Lost, hasta el más inocente, y donde a pocos de ellos no se les ha visto engañando, manipulando, sosteniendo un arma o incluso matando para lograr sus fines, muchas veces de índole personal y no colectiva.
Lost ha sido, para cientos de fans, una historia de amor clásica, sin final feliz, una historia de amor que duró seis años: un prometedor comienzo, un brillante desarrollo y una lenta decadencia que uno no quería asumir, y por ello llegó un final mediocre, por querer alargar lo que ya no era posible.
Como puntilla, la de Alberto Rey, en su blog de El Mundo: “Las reacciones viscerales y folclóricas de los fans acérrimos contrastan con las mucho más tranquilas de los que miran Perdidos con los mismos ojos que A dos metros bajo tierra o Los Soprano. Reacciones de todo tipo, y a cual más extremista y patéticamente íntima contra análisis lógico de lo que ayer vimos. Uno puede hablar de infiernos, purgatorios y otras socorridas entelequias pseudomísticas y pretendidamente profundas y olvidarse de los garrafales errores de concepción, de las constantes rupturas del pacto de ficción (una cosa es proponer un pacto flexible y otra, pasártelo por el forro cada tres episodios) y de la aplicación constante de la máxima “no tengo que explicártelo todo porque te considero suficientemente inteligente y preparado como para sacar tus propias conclusiones””.

La estabilidad del cuadrángulo
Dentro de lo que es la trama de los personajes, siempre hubo un elemento sin el cual la serie hubiese perdido la fuerza mucho antes: el triángulo amoroso entre Jack, Kate y Sawyer, al que después se introduce Juliet, conformando un cuadrángulo. Siempre fue la parte del argumento que mejor se mantuvo temporada tras temporada, pero incluso ahí han tenido que pifiarla. No es tanto por la distribución final de las parejas, que ya depende de preferencias personales. Es por ese momento del beso final de Jack y Kate, que no podía quedar más cutre y ridículo aunque se lo propusieran. Además, en ese momento estaba Sawyer al lado, aún doliente por la muerte de Juliet, y ni siquiera le dedican un mísero plano de su más que evidente y previsible reacción, echando por tierra el único de sus códigos que quedaba por mancillar. Aquí también han tenido la desfachatez de jugar al despiste: recordemos que, en el penúltimo capítulo, Kate refugia su cabeza sobre el hombro de Sawyer, mientras contemplan, desolados, los restos del submarino en la playa.
No voy a profundizar mucho en esto, sólo mencionar que el reparto final de las parejas es el cierre de trama que más ha respetado la coherencia del desarrollo global. Los tira y afloja de Sawyer y Kate nos han brindado los mejores momentos de la isla. Son los dos personajes que más se necesitaban, los dos más parecidos entre sí, y los que más necesidad de redención tienen. No puedo ocultar el gran cariño que les cogí, pero era lógico que no podían acabar juntos. La estabilidad y lo duradero siempre se impone a la aventura y al romance, como mandan los cánones clásicos, y es ley de vida. De ahí el reencuentro de Sawyer con Juliet, y en cierto modo el de Jack con Kate.


El equívoco como colofón
Por si no fuera poco, la doble lectura intrínseca en algunos lances provocó una oleada de confusión, llevando a muchos a discurrir que estaban todos muertos desde el principio. Las peores alarmas de dispararon: aquellas predicciones que, cargadas de humor, aventuraban un final estilo El sexto sentido o Los Serrano, lo que ya terminaría de cavar la tumba de Lindelof y Cuse. Lo cierto es que esa pomposa disertación de Christian a Jack no arroja dudas. Fue el ultimísimo plano, complementario del primerísimo, con Jack cerrando los ojos, el que dio lugar al equívoco. Para más inri, la ABC tuvo la “brillante” idea de insertar imágenes del avión estrellado, sin rastro de vida, durante los créditos finales. La verdad, ni que lo quisieran hacer a propósito,...

Para definir este esperadísimo final, el mayor evento televisivo mundial del s. XXI, basta una palabra: fiasco. Una verdadera pena, o indignación, con lo que podía haber sido y no fue. Una lástima de resolución para un fenómeno televisivo que, al margen de la valoración de su calidad, ha marcado un antes y un después en las series, siendo precursor, al menos en España, del movimiento masivo de descargas de series con subtítulos para seguirlas al ritmo de EEUU. La hiperconectividad de Internet es lo que ha hecho de Lost el fenómeno que es. Hay que mencionar el éxito y el trabajo de las comunidades que han surgido a raíz de la serie. J.J. Abrams es el maestro del marketing viral y ha convertido esta ficción en todo un fenómeno de masas. La complejidad (irresoluta) de Perdidos no ha servido sólo para enganchar a millones de espectadores en todo el mundo, sino para dar cabida a miles de curiosidades. Pero lo importante, la propia serie, no ha tenido un final digno de su magnitud.


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