miércoles, 17 de febrero de 2010

PREMIOS GOYA 2010. IMPRESIONES DE LA GALA


LA CELDA DEL TÍO GOYA

Eloy Domínguez Serén

Las cifras hablan por sí solas: 4,6 millones de espectadores y un 26,4% de cuota de pantalla convierten la gala de la XXIV edición de los Premios Goya en la más vista en la historia de este certamen.
Tras los buenos resultados de taquilla cosechados por las producciones nacionales en 2009 y una vez resuelto el desbloqueo de las ayudas al cine español por parte de Bruselas, la ceremonia de entrega de los Premios Anuales de la Academia se convirtió en el perfecto escenario desde el que realizar un llamamiento al compromiso entre los diferentes agentes involucrados en el mercado cinematográfico.
En un discurso rotundo, apelativo y en absoluto complaciente, el presidente de la Academia de Cine, Álex de la Iglesia, advirtió a los asistentes acerca de la necesidad de “ser humildes y estar agradecidos”, así como de la obligación de “pedir perdón por haber fallado muchas veces”. Tras agradecer el apoyo del público durante el pasado año, el vizcaíno aseguró que es el deber de todos “arrimar el hombro” para “fortalecer la industria”. En este aspecto, el cineasta manifestó su agradecimiento a la labor de TVE e invitó al resto de cadenas de televisión a favorecer la producción española, sentenciando “no les pedimos su generosidad, sino que les ofrecemos nuestra disposición a trabajar”.

El parlamento de De la Iglesia, auténtico triunfador de la noche, fue un breve paréntesis de moderación, prudencia y reflexión en medio de una orgiástica atmósfera de entusiasmo y congratulación. La expectación generada por la gala de este año era máxima, y, sin lugar a dudas, el espectáculo estuvo a altura de las expectativas. Gran parte de la culpa del éxito de la ceremonia recayó en la figura de su presentador, Andreu Buenafuente, quien se metió en el bolsillo al animado auditorio desde su primera aparición, en la que recitó un monólogo ingenioso, hilarante y mordaz.
El showman catalán, que encandiló a su público con un divertidísimo montaje en el que participaban algunos de los asistentes a la gala, ironizó con perspicacia acerca de algunas de las particularidades de la nueva edición de los Goya, desde la coincidencia de su celebración con el día de San Valentín hasta su condición de primera ceremonia sin publicidad en TVE, pasando por la aparición juntos de Javier Bardem y Penélope Cruz. Asimismo, el cómico se despachó a gusto con incisivos guiños a Antonio Resines, Alejandro Amenábar o a la película Yo, también, así como a la no asistencia a la gala de Pedro Almodóvar, agudizando así la estupefacción del auditorio ante la pasmosa aparición del cineasta manchego.
En efecto, el momento en el que Rosa María Sardá anunció el recibimiento a Almodóvar para entregar el premio a la mejor película fue el lance más sorprendente e intenso de la velada, con todo el Palacio Municipal de Congresos de Madrid puesto en pie para recibir con una cálida ovación al hijo pródigo. Tal vez el director de Los abrazos rotos justificase excesivamente en su discurso los motivos de su reaparición, argumentando que no había podido rechazar la oferta al verse entre la espada y la pared, pero, sin duda, es una estupenda noticia la (aparente) reconciliación entre Almodóvar y la Academia.
Esta tregua fue posible gracias a la tenaz perseverancia de Álex de la Iglesia, un hombre que ha demostrado no sólo ser un cineasta osado, irreverente y brillante, sino también un estratega persuasivo y certero. La realidad es que, después de que el bilbaíno tomase las riendas de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas en junio del pasado año, el cine español vivió bajo su presidencia (aunque no necesariamente gracias a ella) un semestre de esplendor, con el estreno de películas tan exitosas y dispares como Ágora, [REC]2, Spanish Movie, El secreto de sus ojos, Planet 51, Pagafantas, Gordos o, por supuesto, Celda 211, máxima galardonada en los Goya (con ocho ‘cabezones’) y ejemplo magnífico de cine español que dinamita cualquier tipo de cliché y prejuicio. La película de Daniel Monzón es una rentabilísima producción de bajo prepuesto, enmarcada en un subgénero tan poco habitual en nuestro cine como el drama carcelario. Del mismo modo, Celda 211 es una cinta ‘de autor’ accesible a un público mayoritario, así como un modélico ejercicio estético hiperrealista erigido sobre un vigoroso guión.
Pero, ante de todo, este excelente film es una magistral lección de interpretación, con un reparto soberbio, en auténtico estado de gracia, tal y como ponen de manifiesto los Goya a Luis Tosar, Alberto Ammann y Marta Etura, y las candidaturas de Carlos Bardem y Antonio Resines. Si el personaje de Malamadre es, tal y como dijo Tosar al recoger su estatuilla, “un bombón para un actor”, la interpretación del gallego es demoledora, escalofriante e hipnótica. Sin duda, Malamadre y Tosar, Tosar y Malamadre, ocupan ya un lugar de honor en el imaginario cinematográfico español.


Críticas publicadas en Crítica y Cine:

1 comentario:

Isabel dijo...

Después de ver los Oscar, casi siempre termino muy enfadada. Todo lo contrario de lo que ocurre con los Goya, los consideron premios bastante justos.
Es cierto que a mí me gustó un poco más El secreto de sus ojos, pero Celda 211 era la gran merecedora de todos los premios que se llevó.

Y Lola Dueñas es una grandísima actriz, aun no vi Yo, también, pero seguro que es un premio merecidísimo.