EL BUEN GUSTO
DE LO CLÁSICO
DE LO CLÁSICO
Maximiliano Curcio
Ricardo Darín cumple con su debut detrás de las cámaras frente a la difícil tarea de continuar un proyecto que Eduardo Mignona había encaminado previo a su muerte. La inesperada partida del realizador de El Faro, El Viento y Sol de Otoño deja el proyecto en manos del talentoso actor argentino. Con la co-dirección de Martín Hodara, Darín se muestra como un director con futuro promisorio, sorprende con su nueva faceta de realizador y suma a su notable vigencia actoral una capacidad técnica y una visión de la puesta en escena admirables para un debutante. Filmada en tecnología digital (un notable avance a ojos del cine nacional) para ser luego convertida a 35 mm, esta producción hispano-argentina sobresale por el nivel de profesionalismo que otorga. Precisa a la hora de explorar todas las herramientas narrativas de un género con lenguaje propio y varias marcas registradas propias de su rica tradición en historia en Hollywood. Recordaremos desde las novelas de Dashiell Hammeth hasta los films más emblemáticos de los ’40, época de oro del cine noir gracias a las incursiones de maestros de la talla de Otto Premingter, Orson Welles o Fritz Lang.
Cuando se menciona el trabajo de Darín, la calidad del mismo sobresale en una brillante recreación de época, donde nos encontramos en la Argentina peronista de los ’50. Una fotografía con claro oscuros expresionistas digna del mejor cine noir se combina una gran variedad en la audaz composición de los planos que remiten a la construcción del genero empleada por los grandes pioneros americanos. Lo cual no es poco para un debutante, que sabe hacer encajar la historia en su contexto socio-político, sostener a sus personajes y elaborar variables a la trama que, si bien no es del todo homogénea en términos de acción y suspenso a la hora de mantener la inquietud y prolongar el misterio, tiene muchos de los clisés de las novelas pioneras negras del estilo clásico de Philiph Marlowe. Aquí la trama nos propone una clásica historia donde un detective con rasgos de antihéroe persigue a mafiosos y se involucra con la infaltable femme fatale, aquí encarnada por la argentina Julieta Díaz. El film también se permite un guiño al subgénero hollywodense de las buddy movies, con esa dupla actoral tan contrapuesta que forman Ricardo Darin y Diego Peretti. Junto a ellos, completa el reparto el actor español Carlos Bardem, que dos años más tarde volvería a Argentina para filmar El niño pez, de Lucía Puenzo.
Si bien puede remitir a ciertas realizaciones nacionales de época en clave policial como marcada influencias desde el cine de Manuel Romero hasta llegar a la actualidad con Plata Quemada y La Fuga, el film hace propios estos códigos y convenciones para adaptarlo al velo de tragedia que viste al cine negro. Ese personaje sombrío que Humphrey Bogart eternizara e hiciera una institución tantas veces imitada también dice presente: sin rumbo, duro, recio y arrastrado a un camino de perdición indefectible. Aquí Darín es el encargado de vestir esas ropas y buscar su redención en medio de una reconocible Buenos Aires con ese aire tan característico de tango, de fútbol, apuestas, cafetines y política en cada esquina. Un noble trabajo -y una gran apuesta- del intérprete argentino como homenaje a su querido amigo y colega Eduardo Mignogna. Sin dudas, una producción nacional ambiciosa que con dignos recursos es el punto de partida para hacer de Ricardo Darín un artista cada vez más completo, sorprendente y talentoso.
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