EL RELOJ MENTAL
Maximiliano Curcio
Marcos Rodríguez es una joven promesa entre la camada de nuevos directores argentinos. Formado en La Plata, debutó en el largometraje con Los Chicos Desaparecen en 2009 tras una dilatada trayectoria en el mundo del cortometraje y el videoclip musical. La película, adaptación de la novela homónima de Gabriel Bañez, un producto enteramente opera primista en su elenco, con excepción de la brillante pareja protagónica: Norman Briski y Lorenzo Quinteros, dos intérpretes de vasta experiencia en el medio.
El film, rodado enteramente en locaciones de la ciudad de La Plata, está filmado en formato digital (que abarata costos notablemente) y esta virtud técnica le dio la posibilidad de abrirse camino en numerosos festivales internacionales. Allí el film encontró su circuito y su buen recibimiento. Reconocido en Tandil, Viña del Mar, Puerto Alegre, Rosario, Gualeguaychú, Neuquén, Mar del Plata, La Habana, Nueva York y Sevilla, el film también se inserto con éxito en las salas comerciales.
Es sabido que no es fácil la transición de una novela a la gran pantalla. El cine es un medio más amplio en términos de representar la realidad y ofrece un abanico de posibilidades inmenso. La novela de por si contiene una estructura cinematográfica, propia de la formación y el gusto por el cine que cultivaba Bañez, su autor. Siempre a la hora de adaptar se corren riesgos narrativos y la fidelidad a la obra original será siempre materia de discusión. La intimidad que representa el estado de escritura, ese terreno sin explorar que el escritor aborda, ya ha sufrido modificaciones, ha sido alterado. En esta oportunidad la adaptación de Marcos Rodríguez respeta la columna vertebral de la novela y no pierde su esencia.
El cine, como lenguaje que es, posee sus propias leyes y la literatura por su parte también. En el cine cada imagen esta conformada por un plano, el que estará limitado por su profundidad de campo y nosotros espectadores veremos lo que la lente nos deje ver o nos incite a ver. En la literatura la imaginación se permite virar hacia otro tipo de miradas o perspectivas. Esa ambigüedad de pensamiento le permite al lector o espectador ser parte de la historia. Si Bañez en la novela jugaba con nuestra capacidad de transportarnos al microcosmos de Los Chicos Desaparecen, el director Marcos Rodríguez hace un trabajo más que satisfactorio, sugiriendo más de lo que muestra y dejando en la mente del espectador un interrogante que el mismo deberá develar.
Esta esencia es el eje del relato y el rol que juegan el tiempo y el deseo donde una galería de particulares personajes lo atraviesan: el misterioso relojero eje de la trama, un policía a punto de retirarse, una cautivante investigadora, un juez y hasta un hombre de la iglesia. Tiempo y deseo poseen un profundo tratamiento utilizados como disparadores de la trama. La película habla del tiempo y de la posibilidad de verlo de otras maneras, de la niñez y la vejez como polos opuestos igualmente débiles y vulnerables. Es también un ejercicio del deseo llevado a extremos insospechados, pero por sobre todo, es una alegoría sobre el transcurrir del tiempo.
Así el film va tejiendo su rompecabezas, creando una atmósfera de policial fantástico difícil de encasillar en cuestiones genéricas. Encontraremos un universo realista y en un relato inserto en este al que acontecimientos mágicos y llenos de metáforas lo atraviesan. Un abordaje complejo, un tema profundo e inherente a cualquier ser humano, así el film logra llegar a un amplio espectro de público. Un público al que esta historia cautivará desde la poca certeza que despierta su planteamiento, y esa inseguridad latente es el motor que hace avanzar la trama, articular los sentidos de un espectador que intentara descifrar la verdad del misterio.
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