JASON BOURNE EN
TIERRA HOSTIL
Eloy Domínguez Serén
Cuando identificamos una determinada película como una “obra representativa” de su director, asumimos que dicho film o bien aúna, integra y revela las principales inquietudes y constantes que un autor ha desarrollado a lo largo de su filmografía; o, por el contrario, establece un punto de inflexión en su trayectoria al originar una fuente de reinterpretación o ruptura respecto a su producción anterior. Atendiendo a esta aproximada distinción, podemos señalar Green Zone: Distrito protegido como una obra representativa de Paul Greengrass según la primera categoría, considerando este film como un compendio de su obra cinematográfica.
En efecto, desde que se diera a conocer en 2002 con la soberbia Bloody Sunday (vencedora ‘ex aequo’ del Oso de Oro en el Festival de Berín), el cineasta británico ha desarrollado una filmografía en la que podemos discernir dos vertientes paralelas que convergen en Green Zone, una producción que ha tardado tres largos años en ver finalmente la luz.
Por una parte, Greengrass ha realizado una exitosa incursión en el cine histórico y político a través de notables docudramas en los que expone dramáticos episodios de la reciente historia irlandesa [la citada Bloody Sunday y Omagh (2004), en la que ejerce de productor y guionista] y estadounidense [United 93 (2006)]. Estos filmes se caracterizan por una narración minuciosa y resolutiva, una puesta en escena que se rige por los códigos del documental y un montaje frenético en el que se alternan varias acciones paralelas de un amplio reparto coral que alcanza a todos los agentes implicados.
El británico aplicó estos mismos patrones al cine de espionaje, género que revitalizó con El mito de Bourne (2004) y El utimátum de Bourne (2007), segunda y tercera entrega de la celebrada saga protagonizada por Matt Damon. La relación entre Greengrass y el espionaje se remonta a finales de la década de 1980, cuando el entonces realizador del programa televisivo World in Action trabajó junto al ex agente del MI5 Peter Wright en el controvertido libro Spycatcher. Esta autobiografía desvelaba importante y escandalosa información acerca de la labor y el funcionamiento del servicio de inteligencia británico. El libro vio la luz en 1987 y generó una gran polémica a raíz del intento del gobierno de Margaret Thatcher por prohibir su publicación.
Ahora, en 2010, tres años después de cerrar la trilogía de Bourne, llega a nuestras pantallas la esperada Green Zone, un intenso e inteligente thriller en el que confluyen las dos dimensiones del cine de Greengrass. Por una parte, la histórica y política, en la que se cuestionan los verdaderos motivos que llevaron a los Estados Unidos a invadir Irak en marzo de 2003. Por otra, el cine de espías, configurado por una turbia trama en la que se indaga en una posible conspiración en torno a la infructuosa búsqueda de armas de destrucción masiva (ADM) por parte de la compañía dirigida por el subteniente Roy Miller (Matt Damon).
El guión de esta película, firmado por el propio director en colaboración con Brian Helgeland [(guionista de L.A. Confidential (1997) y Mystic River (2003)], es una adaptación de la novela de no ficción Imperial Life in the Emerald City, de Rajiv Chandrasekaran, ex director adjunto del Washington Post en Bagdad.
Matt Damon está fantástico en su encarnación de Miller, un honrado y osado (tal vez, incluso, idealista) soldado americano que pone en tela de juicio la viabilidad de su misión tras varios errores del servicio de inteligencia a la hora de señalar posibles almacenes de ADM. Su determinación por arrojar luz sobre esta turbia investigación lo atrapa en el centro de la lucha de poder y conflicto de intereses entre el representante del Pentágono Clark Poundstone (Greg Kinnear) y el veterano agente de la CIA Martin Brown (Brendan Gleeson). El trío protagonista no sólo mantiene una palpitante disputa en la trama, sino que encabezan un magnífico tour de force interpretativo al que se suman el escocés de origen egipcio Khalid Abdalla (United 93 y Cometas en el cielo) y la actriz Amy Ryan, a la pudimos ver en la segunda temporada de la magistral serie The Wire.
La actriz estadounidense interpreta a la periodista del Wall Street Journal Lawrie Dayne, un personaje claramente inspirado en la ex periodista del New York Times Judy Miller, a quien la opinión pública criticó duramente por su errónea cobertura de la guerra de Irak.
El último tercio de la cinta se aproxima más a los códigos de cine de acción, en el que tanto Damon como Greengrass se desenvuelven con gran soltura y acierto tras su experiencia en las citadas películas protagonizadas por el Jason Bourne. Tanto el amnésico agente secreto de la trilogía como el íntegro militar de Green Zone tienen un principal objetivo en común: enfrentarse a un poder opaco, omnipresente e intangible a fin de poder desvelar la verdad, aún a riesgo de arriesgar sus vidas frente una fuerza muy superior a la suya.
No es casual, por otra parte, la semejanza visual entre esta película y la oscarizada En tierra hostil. De hecho, en ambas películas la dirección de fotografía corre a cargo del experimentado Barry Akroyd, quien ya había colaborado con Greengrass en United 93, así como con Ken Loach en El viento que agita la cebada, ganadora de la Palma de Oro en 2006. Sin embargo, Paul Greengrass imprime a Green Zone un ritmo frenético en constante in crescendo, que, junto a la excepcional recreación de Bagdad que Dominic Watkins logra en localizaciones en Marruecos, España y Reino Unido, hacen de esta cinta un notable y trepidante thriller que se atreve a remover como pocas películas hasta la fecha una herida abierta que todavía se cierne sobre el presente de los Estados Unidos.
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