jueves, 23 de septiembre de 2010

EL AMERICANO - The American (2010) de Anton Corbijn


LA SENDA DEL SAMURAI

Eloy Domínguez Serén

Pocas veces una película tan irregular como El americano ha logrado un resultado tan convincente. Convincente y exquisito, pese a su débil trama, su obvia simbología (el cura, la puta y la mariposa) y su desatinado desenlace.
Convincente al constatar que la incursión del prestigioso fotógrafo y director de videoclips holandés Anton Corbijn en el largometraje de ficción no era un farol. Convincente al evidenciar la casta interpretativa de George Clooney. Y, afortunadamente, convincente al acreditar que las obras intimistas, contemplativas y minimalistas pueden hallar todavía su nicho en la voraz industria hollywoodiense.
El fotógrafo que inmortalizó el rostro de Miles Davis, Tom Waits o David Bowie filma ahora con idéntica lucidez, elegancia y meticulosidad el ascetismo de un samurai contemporáneo, proporcionando “una mirada distinta, pausada y meditada sobre la figura arquetípica del asesino a sueldo” (Sergi Sánchez).

La naturaleza del orfebre del crimen encarnado por Clooney evoca la artesanía y el hermetismo del Harry Caul de La Conversación (1974) y la inmutabilidad y hechizo del Jef Costello de El silencio de un hombre (1967), a quien toma como inasequible modelo.
Si el Corbijn-fotógrafo se revela en la perfección de sus encuadres, el Corbijn-director de videoclips se manifiesta en el admirable talento con el que crea una atmósfera tan seductora como desasosegante y atemorizadora. El esteta holandés suple las deficiencias de la estructura narrativa con una hipnótica armonía narrativa y una magnética puesta en escena, de las que son corresponsables el director de fotografía Martin Ruhe y el músico Herbert Grönemeyer, que repiten con Corbijn tras el éxito de Control, el biopic sobre Ian Curtis (líder de Joy Division) con el que el neerlandés había realizado su debut cinematográfico en 2007.
La fascinación visual de El americano se acentúa en las secuencias nocturnas de persecución por las estrechas y laberínsticas calles de Castel del Monte, el pueblo medieval (de la región italiana de Abruzzo) en el que Jack/Clooney se refugia tras sufrir un intento de asesinato durante un “trabajo” en Suecia.
El empeño que Corbijn dedica a las deslumbrantes tomas del paisaje abruzzese es, sin embargo, inversamente proporcional al que destina a la construcción de los personajes secundarios, tan atrayentes en apariencia como vacuos en esencia. El buen pastor (Paolo Bonacelli), la prostituta redentora (Violante Placido), el capo sombrío (Johan Leysen) o la asesina seductora (Thekla Reuten) resultan recursos un tanto arquetípicos, planos y simplones en el guión firmado por Rowan Joffe (hijo de Roland Joffe, director de La misión o La letra escarlata) y basado en la novela A Very Private Gentleman, del británico Martin Booth.

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