Probablemente esta sea una de las series que mejor puede ejemplificar ese difuso, controvertido y muchas veces cínico concepto de “placer culpable”. Pero a estas alturas, nadie se debe sentir avergonzado por disfrutar viendo un producto que ha sabido trascender hábilmente esas prejuiciosas y denigrantes etiquetas que lo equiparaban con High School Musical. Críticos y académicos se han dado un gustazo con este relato de personajes que nacen en el cliché más reconocible y acartonado para luego ir liberando en adecuadas dosis su interesante jugo dramático en un escenario primordialmente cómico y paródico.
Los chicos del coro son ya un año mayores. Sus situaciones personales y colectivas son muy diferentes a como estaban hace justo un año. Pero el glee club sigue teniendo ese aroma a loser que siempre desprendió, tal como queda resumido perfectamente en la gran secuencia de apertura en la que el odioso Jacob repasa en un reportaje el “qué ha sido de” ante el inicio del curso. Aunque evidentemente hayan ganado en popularidad, seguridad y autoestima, no tienen demasiadas esperanzas de que nuevos miembros se unan al club. Por cierto, Matt (Shaft) es baja: la opción de savia nueva se convierte en una urgencia.
Al menos en los primeros capítulos, contaremos con la presencia de dos nuevos personajes. En primer lugar, la nueva entrenadora del equipo, la señorita Beastie (apellidos siempre con segundas), que viene a sustituir al perjudicado Ken Tanaka con una ilustre hoja de servicios. Una marimacho de 3x3 que mete miedo a leguas, oportunamente encarnada por Dot Jones, campeona mundial de pulsos. Su prestigio le hace llevarse un buen pellizco del presupuesto del coro y las animadoras, logrando así lo que parecía imposible: que Will y Shue cooperen por un fin común, intentando hacerle la vida imposible a la recién llegada. Tengamos en cuenta que en este tipo de series, con fórmulas episódicas sin evitar algún que otro desarrollo serial, se da casi una especie de reset al principio de cada temporada. Esa Sue más reflexiva y concesiva, herida en su orgullo, que vimos en la season finale, regresa a su lado más cruel y destructivo, lo que la caracteriza.
Tras las primeras perradas, Will se da cuenta de que están yendo demasiado de lejos y de que él no está hecho de la misma pasta que su habitual némesis, mientras descubre que la entrenadora también lo ha tenido difícil en la vida, que no deja de ser, a su manera, lo que él y sus chicos son, unos freaks. Los guionistas recurren de nuevo a un procedimiento, quizás demasiado maniqueo, pero sin duda eficaz, y más oportuno en el género de comedia. Un recurso consistente en mostrarnos el lado más infame y mezquino de un personaje para luego traspasar poco a poco su armadura y conocer sus propias debilidades y fantasmas. Así lo hemos visto hasta el momento con con Quinn, con Puck, e incluso a ratos con Sue. Pero en esta ocasión, se deja ver bastante al producirse en un solo capítulo.
La otra incorporación, de la que conocemos todavía poco, es el chico nuevo del instituto, el rubio y algo reservado Sam Evans. Su descubrimiento por parte de Finn es un déja vu del momento en el que el propio Finn fue descubierto por el señor Schuester: cantando en las duchas sin nadie alrededor. Pero aunque su audición convenza con creces, de momento el chico no se atreve. A su obstáculo de “novato” no puede añadirle el de “chico del coro”. Al mismo tiempo, se hace con el puesto de quarterback que Finn pierde cuando, al intenta introducir a un desesperado Artie en el equipo, la entrenadora, crispada por el acoso de Sue y Will, piensa que se la está jugando y lo parta del equipo. Ahora el pobre de Finn ha perdido su “estatus” y sólo le queda el coro para aferrarse... y Rachel, con la que parece que ha conseguido una relación medianamente estable.
En cuanto a Rachel, qué decir. Sigue tan repelente y egocéntrica como siempre. Lo notamos cuando entra en escena la estrella invitada del capítulo, la exótica y canija Charice, cuya historia particular es tan insólita que merece ser reseñada aparte (ver vínculo). Aunque no aparezca en los próximos episodios, acabará convirtiéndose en un personaje fijo. Se trata de Sunshine Corazón (los padres quedaron descansados), una chica filipina, estudiante de intercambio (de las pocas “especies” del subgénero estudiantil que faltaba en Glee) tímida pero muy talentosa, con una voz maravillosa que enseguida hace temer a Rachel por su posición de estrellato. Sus continuas perradas para mantenerla alejada del club acaban con este pequeño gran talento en manos de la competencia, Vocal Adrenaline. Como si estuviese el horno para bollos. Rachel, lógicamente, es sometida a una reprobación por parte de sus compañeros, de la que seguramente saldrá adelante. A ver si esta lección le sirve para dejar ese narcisismo y afán de superioridad aparte. Como todos, tendrá que madurar.
Asimismo, las pautas de los personajes secundarios quedan bien marcadas. Quinn, tal cual ave fénix que resurge de sus cenizas, se dispone a recuperar su gloria, a volver a donde estaba, a rescatar toda la reputación echada a perder en una noche loca con Puck, con tanto convicción que le logra sin demasiado sacrificio. En el otro extremo encontramos a Santana, a la que una aumento de pecho (momento WTF) le ha hecho perder su elevado estatus dentro de las animadores, y queda relegada al puesto más bajo, en el sentido figurado y el literal (en la pirámide humana). Se avecina un duelo de gatas del que ya hemos tenido su primer asalto; esperemos que no degenere en un Sálvame deluxe.
Más cambios tras el verano. El cuadrángulo amoroso de la primera temporada (Finn, Rachel, Puck y Quinn), ya superado, deja paso a un trébol, aunque muy asimétrico. Tina sale ahora con Mike Chang (“other Asian”), que ya es oficialmente el nuevo “chico de los abdominales”. El pobre Artie, destrozado e impotente, ya no sabe qué intentar. La ocurrencia de intentar entrar el fútbol será solo el primero de una larga lista de tentativas a la desesperada. Y es que, al contrario que el resto de sus compañeros, su condición de bicho raro, de excluido potencial, no es mutable ni mucho menos reversible. Pero si hay algo que siempre prima en esta serie es la voluntad de los individuos por superar los prejuicios y los obstáculos y conseguir lo que quieren, por mucho que tengan que luchar contra viento y marea.
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