MY WINDOW
Nicolás Ruiz
En un reciente seminario sobre series nos comentaba el profesor que el aburrimiento es esencialmente un proceso físico. Todo sistema tiende a ahorra energía a medida que se usa, por lo que el tiempo hace que nuestra atención deba dedicar menos esfuerzo a los estímulos audiovisuales. Lo que conocemos arrincona la sorpresa, y con ella, las ganas de conocer qué aguarda el minuto siguiente a la propuesta, y este hecho en un panorama televisivo plagado de series de gran nivel significa estar firmando la última temporada.
Fringe se tomó la primera temporada para esbozar una trama horizontal mientras las verticales, articuladas por capítulos, iban creando el universo destinado a fidelizar. La segunda nos adentró más en el largo recorrido de la historia sobre universos paralelos, sin abandonar una trama capitular con los fringe eventos que habían captado la atención de sus seguidores; el habitual “más y mejor” que se le pide a toda secuela. Pero la tercera temporada siempre se antoja complicada en toda serie, empezando a considerarse un veterano en la parrilla televisiva todo producto que alcanza dicha cifra. No basta con extender la apuesta, ni hormonarla, pero tampoco se puede traicionar la esencia vertebral de las dos temporadas anteriores, por lo que procede recurrir al giro que desvirtúa lo visto hasta el momento, convertirse en el reflejo que hay al otro lado del espejo, el opuesto. Y en Fringe han seguido al pie de la letra esta idea.
Arranca la tercera temporada en el universo paralelo donde Olivia quedó atrapada, sometida a una evaluación psicológica pensada para situar al espectador con respecto a la bicefalia de personajes presentes. Pronto cambia nuestra percepción al hacernos entender Walternate que dicho proceso sólo sirve para implantar en nuestra Olivia primigenia los recuerdos de su versión alternativa, dejando claro que ella es la pieza clave para ganar la guerra abierta entre ambos universos. Dicho comienzo se aleja del habitual intento para captar rápidamente nuestra atención a través de una trama impactante para intentar hacer que empatizemos más que nunca con Olivia, tanto que incluso nos brindarán un momento donde la podremos ver llorando al verse sola en el mundo… alternativo.
Pero si algo destaca del universo Abrams y se ha convertido en algo habitual son las referencias al imaginario colectivo de los seguidores de Fringe, perfectamente conocido por los guionistas. En este caso no se queda en una referencia a Star Wars, sino que la soledad de Olivia será consolada por la presencia de un taxista que acabará siendo su único apoyo en el universo paralelo, y que no es otro que Andre Royo, el Bubbles de The Wire. Si la serie de David Simon ya tenía su cuota en Fringe con Lance Reddick, la presencia de Andre Royo lleva al pensamiento habitual de que The Wire hace más grandes otras series, cual Cid Campeador.
Pero volviendo al capítulo, vemos a una Olivia perdida, buscando escapatorias a un mundo al que no pertenece pero encontrando tantas puertas cerradas como recuerdos ajenos. Olivia muere a cada minuto, sus recuerdos desaparecen como las hojas de otoño caen de los árboles en el hermoso Autumn leaves que escuchamos en el capítulo, y en dicho proceso estamos abandonando la trama de ciencia-ficción propuesta como base de la serie para entrar en la introspección de un personaje al que vamos desconociendo para (supuestamente) conocer de nuevo más adelante. El giro en Fringe está servido, las cartas sobre la mesa, los personajes situados, y lo que nos depara no será una trama capitaneada por una Anna Torv envuelta en extraños casos, sino que la trama misma va a ser Olivia. Y por si no quedara claro, el capítulo acaba mostrando como en el universo original todo sigue igual, con una Olivia alternativa encaja perfectamente en el rol que Walter y Peter tenían asignado a nuestra Olivia. No busquen el impacto sensorial en la premiere de la tercera temporada de Fringe, porque a través del espejo sólo se perciben emociones.
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