lunes, 13 de septiembre de 2010

Series de TV - TRUE BLOOD - Season Finale


HACIA NUEVOS MUNDOS

Julio C. Piñeiro

Por desgracia para la mayoría, el verano ha llegado a su fin, aunque estrictamente hablando aún le quede una semana y el astro rey se empeña en deleitarnos (o torturarnos) con sus rayos más fuertes. Y con él, se va también la serie que nos ha acompañado en estos tres calurosos meses, desde que su tercera temporada aterrizó en junio, todavía bajo la resaca del controvertido final de Lost. Una serie con un contenido, una temática y un tono idóneos para la temporada estival, por otra parte, poco pródiga en cuanto a ficción televisiva.

Una tercera temporada que empezó con importantes novedades, que en su mayoría han resultado ser primordialmente vehiculares, o incluso mcguffins. Un volumen en el que la serie se ha hecho cada vez más coral, con multitud de tramas, complementarias o aisladas, que dibujaban un mosaico bien diferente al de las dos primeras temporadas, donde una o como mucho dos grandes megatramas copaban la práctica totalidad de la narración.


Si bien hay que decir que esta temporada tardó bastante en arrancar. Hasta el séptimo episodio no volvió la gran esencia de la serie, que se estaba volviendo peligrosamente rancia y sosa. Afortunadamente para el paladar del espectador, y pese a que ciertos avances (o estancamientos) aparecen cogidos con pinzas, este volumen ha sido para los personajes. Las principales líneas dramáticas, aunque no por ello carentes de atractivo propio, han servido para sacar a luz información muy jugosa y reveladora acerca del pasado, más inmediato y más remoto, de los personajes, incluyendo aquellos giros referidos a lo más importante: las motivaciones.

Los hitos de la narrativa serial llegan precisamente con los cambios que les vemos experimentar, muchas veces con una motivación hacia el pasado. Se trata, en definitiva, de la temporada en la vemos una mayor evolución de los personajes, y así estos afrontan los nuevos eventos y conflictos (incluso cuando llegan en forma de nuevos personajes) con una dimensión bastante diferente, lo que nos conduce a una cuarta entrega en la que se van a dirimir grandes duelos en todos los ámbitos. Incluso podríamos hablar de una temporada de transición, donde las pasiones y los secretos más profundos de los personajes han salido a la superficie, una prueba de fuego superada por la serie, que ha rehuido el estancamiento y ha marcado una línea evolutiva sin perder su esencia más pura.

Los principales cabos quedan bien atados, aunque por supuesto, con el suficiente margen para la sorpresa. La aparición fantasmal de Godric interfiere de manera decisiva en el toque de gracia a un achicharrado Russell, villano de la temporada, y el primero de naturaleza vampírica en la serie (tras el humano René y la ménade Maryann). Un toque de gracia que no llega, ya que Eric decide, en última instancia, privarlo de la muerte verdadera, que lo llevaría a una redención cuyo ejecutor no desea en absoluto, y opta por una medida infinitamente más lacerante: el sufrimiento eterno (o casi), el dolor por la pérdida (no vengada) del ser amado, sepultado bajo toneladas de cemento. Atención, el malo no ha muerto, está “mal” enterrado, lo que quiere decir que podría volver en el momento menos esperado, más sediento que nunca de una doble venganza, y por supuesto, de sangre.

Lo que resulta interesante es que la propia Sookie es quien aparta al sueco de su plan inicial, ese suicidio castigador, ese “morir matando”. Si la camarera ha dejado escapar esta oportunidad de eliminar de un plumazo a ese individuo que tanto dice detestar, es que, ya sea por vinculación sanguínea o por atracción natural, la semilla del deseo hacia el vikingo ha germinado y se hace más patente que nunca. Pero lo principal, de cara al futuro, es que la última piedra en la relación de los dos protagonistas parece ya la definitiva. Ya costaba creer, llegado este punto, que Bill encontrase a Sookie por casualidad y se enamorase perdidamente de ella así de primeras. Como bien sabía Eric, que tenía guardado el cartucho para cuando le hiciese falta, el señor Compton intuía desde el principio lo que su amada era realmente, puesto que fue, de hecho, la viciosa Sophie-Anne quien le encargó su búsqueda, como el mayor manjar para un vampiro que es su sangre. La señorita Stackhouse, sintiéndose decepcionada y traicionada, expulsa a ambos de su casa.

En este punto entra en juego Alcide, uno de los nuevos de esta temporada, que reaparece tras varios capítulos en la recámara. Precisamente es quien ayuda a Eric a sepultar al moribundo Russell, saldando así la deuda de su padre con el vikingo, única y exclusiva razón de su colaboración para el sueco. Esa TSNR incipiente del licántropo con la rubia, en los primeros capítulos, esa consolación entre despechados que no terminó de arrancar, parece que se retomará en la cuarta temporada. Estaba claro que al buenazo de Alcide (una especie de Sam con la fuerza multiplicada) le hacía tilín la camarera, ¿pero será esta capaz de pasar, así tan rápido, de los colmillos a las garras?

Volvemos a Bill. Creyéndose muy espabilado, aprovechó la sepultura de Russell para jugársela a Eric (comprensiblemente incauto al disfrutar del sabor de la venganza) y enterrarlo igualmente bajo una montaña de cemento. Por amor y por deseo, no sabemos en qué orden, quiere proteger a Sookie a toda costa de los peligrosos individuos que desean su sangre, de los que él dice no formar parte, justificándose por su autocontrol (puesto ya en entredicho en algunos episodios). Expresa sus intenciones de dejar fuera de juego a todos los que conocen su naturaleza de hada: Eric, Pam, Sophie-Anne y Russell (que aún puede volver, recordemos). Pero como en la vida misma, sabe más el diablo por viejo que por diablo. Así, Eric logra zafarse del cemento y enseguida acude a Villa Stackhouse, no para darle la correspondiente reprimenda al cansino de Compton, sino para revelarle a Sookie las auténticas motivaciones de su “fiel amado”. Con Eric y Pam en punto muerto, su particular cliffhanger nos deja con primera locura kamikaze de Bill, un duelo que se sabe voraz con una Sophie-Anne, alegremente vestida de viuda.

No todo son duelos y sangre en Bon Temps, o quizás si. Si algo ha caracterizado a Jason en esta temporada ha sido lo endeble de sus motivaciones y sus continuos cambios de rumbo. Un auténtico pelele de los devenires de la también veleta Crystal. Jason evita el éxito de la gran redada de la DEA en Hotshot, al avisar de ella a sus habitantes. La resolución es tan sorprendente como chapucera: un desbocado Felton dispara a papá Norris y a otro de sus habitantes, se larga con toda la V y encima con la chica, a la que tanto ha maltratado, y lo que es por, bajo la propia voluntad de ella. El pardillo de Jason se queda sin novia, sin placa de policía y con la carga moral de hacerse cargo de todos esos hillbillies sucios y desdentados. Las intenciones paródicas o despectivas de esta trama son bastante discutibles, pero lo que está claro es que ha sido la línea argumental peor llevada de todas, y con diferencia.

Para grandes cambios, el de Sam. Ni siquiera ese consolador polvo con Tara lo ha apartado de reconocer sus instintos más salvajes (sin necesidad de cambiar de forma). Y pese a que lo vemos recular y tranquilizarse, sobre todo cuando consuela al bobalicón de Terry, la enésima desfachatez de su hermano, quien, profundamente resentido, se larga con una buena suma de dinero del Merlotte's, lo lleva a apretar el gatillo justo cuando nadie creería que lo fuese a hacer. Su hermano, y por extensión, su familia biológica, han supuesto sus particulares catalizadores, pero hacia una dirección inesperada. Y a saber lo que vendrá ahora: ¿tendremos ante nosotros al nuevo justiciero de Bon Temps o a un mercenario del bando vampírico de turno? Lo que está claro es que en la próxima temporada, será más importante que nunca.

Tras conocer la naturaleza de Sam, Tara entra de nuevo en su eterna espiral de desencanto, frustración y amargura. Descubrimos el affaire de su madre con el reverendo, un sorprendente giro, con tufo de telenovela de poca monta, pero cuyo carácter burlesco y atrevida podría ser más interesante si se mezclase con el resto de las tramas. Qué pena que se vaya a quedar en el detalle (o eso parece). El tema es que Tara decide hacer borrón y cuenta nueva, y se corta su larga melena, como una manera de deshacerse de su pasado repetidamente turbio. De primeras, resulta cutre, dramáticamente hablando. Pero atención a esa semilla que ahora se planta y puede germinar próximamente, con una Tara completamente nueva de la que podemos esperar todo.

El que por fin parece pasar a la acción es Lafayette. Su viaje psicotrópico con Jesus, al que no le queda otra que confesar su esencia bruja, lo ha llevado a un estado de esquizofrenia paranoica que, sin duda, dará mucho juego. Sus visiones, alucinadas, no responden a la mera casualidad: en ellas se ve el lado más oscuro de la gente, como le ocurre con el ahora temible Sam y con Arlene, en cuyo vientre se está gesta el mal más puro. En este último aspecto, se echaba menos la aparición de Holly. La cuestión es que, por mucha terapia de autocontrol que su amante le pueda proporcionar, el personaje más carismático de True Blood será, ahora más que nunca, una pieza fundamental en el argumento. Su poder viene a sustituir al de Sookie, ya que con él nos llegarán revelaciones más directas y más profundas acerca de los demás, de las que no podrá hacer caso omiso llegados a un cierto punto.

Por último, la trama más terrenal de todas. La relación de Hoyt y Jessica parece por fin culminarse, pese a la concienzuda oposición de su retrógrada madre, a través de situaciones rematadamente cómicas. El momento en que su madre intenta hacerle cambiar de parecer junto a la despechada Russell y el ineficiente terapeuta escolar es capaz de arrancar la más estruendosa de las carcajadas. Así como el momento en que aquella acude a comprar un rifle, en cuyo fondo vemos una foto de Obama plagada de descalificaciones. Desvíos como este, o el de la madre de Tara con el reverendo, que se acercan a ese mosaico de revisiones y parodias de tópicos sureños que la serie nos parece ofrecer en su cabcera, pero que, como llevamos viendo ya tres años, se quedan en meros detalles, que por otro lado se agradecen. El tema es que, en la nueva casa que Hoyt compra para establecer su particular nido de amor con la pelirroja, vemos en plano detalle, remarcado por una música intensa, un muñeco viejo en el suelo de una habitación todavía vacía. Un enigmático elemento, todavía indescifrable. La magia vudú sería de lo poco que le faltaría a este microcosmos de criaturas fantásticas y demás especímenes.

En la última secuencia, cierre de temporada, el mundo de las hadas se desdobla dentro del real. En el cementerio, Sookie confiesa a su abuela lo sola que se siente sin una apoyatura moral como ella era, y el modo en que un veloz tranvía llamado deseo la ha catapultado (así a ella como al resto de los personajes) a esa trayectoria sin retorno de sangre y crimen en la que se encuentra. Es entonces como, no sabemos si como una ensoñación encarnada, o un mundo paralelo que salta de nivel, Claudine, el hada reina, y su séquito, abren el portal de la luz para una de las últimas de su especie. Un viaje hacia un nuevo mundo con el que empezará la siguiente temporada, la cual tiene pinta de tornarse hacia una dialéctica cada vez más puramente épica, con duelos directos ente polos opuestos, como pueden ser la luz y la oscuridad, en el que muchos tendrán que escoger bando (Jason, Sam, Tara). La merienda ha finalizado pero la mesa está servida para la cena. Nos vemos el año que viene, Bon Temps.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha encantado el punto sádico de Sookie pero el resto... La verdad esq no parece un final de temporada.

Julio C. Piñeiro dijo...

Puede que no haya venido cargadito de grandes cliffhangers ni acción espectacular (un fallo lo de haber elidido la redada en Hotshot). Pero me reitero: ha sido una temporada de transición, de cambios en los personajes, y estos han quedado patentes en el episodio.

Y lo más importante: como buena estructura serial que es, las puertas quedan más abiertas que nunca hacia lo que venga próximamente.